Contracorriente

Cartas sobre la mesa

Es clara la intención de Donald Trump de ampliar los tentáculos del imperio y para ello estaría apoyando la formación de una alianza internacional de partidos populistas de extrema derecha.

La presidenta Claudia Sheinbaum relató durante su mañanera de anteayer martes que “el presidente Trump, en alguna llamada, me planteó que pudiera entrar el ejército de Estados Unidos, y yo le dije que no, que no, que eso no estaba sobre la mesa ni estaba a discusión. Y él lo entendió”.

Aunque sepa que no lo entendió, la realpolitik obliga a la presidenta a declarar que Trump sí lo hizo; lamentablemente, Trump solo entiende lo que él cree, que se limita a los negocios (una de las partes tiene que perder para que la otra gane), a la supremacía de unos seres humanos sobre otros por el color de su piel y sexo, y al efecto ganador que tiene golpear primero.

Quién sabe qué será lo peor de México a los ojos de Trump, si el poder que han alcanzado aquí los cárteles de la droga en un negocio que vale más que las economías de algunos países, y que es financieramente valioso para Estados Unidos, o que el gobierno mexicano no sea ideológicamente afín con el populismo de extrema derecha del suyo.

Las dos cosas le deben molestar sobremanera; las drogas son un negocio que, como cualquier actividad económica capitalista, es campo de competencia por el reparto de las ganancias entre sus participantes.

Tanto en los gobiernos de México como en el de Estados Unidos hay autoridades que luchan por perseguir y someter a los criminales para evitar daños mayores a la sociedad, pero en ambos países también hay poderosos cómplices de los delincuentes entre autoridades políticas, aduaneras, jueces, legisladores, policías y fuerzas armadas que obstaculizan aquellos esfuerzos.

Algo muy oscuro ocultan la DEA y el FBI, que nunca detienen a personeros de cárteles mayoristas estadounidenses. En cambio, Trump ha dicho que el gobierno mexicano está tan asustado ante el poder del narcotráfico que la presidenta no entiende lo que pasa y está petrificada, y que algo tiene (él) que hacer porque “no podemos permitir que eso suceda”.

Si el gobierno que encabeza Sheinbaum fuera de extrema derecha, habría algunas posibilidades de explorar “otras formas de colaborar”, siempre que no pretendiera que fuera “sin subordinación y respetando nuestra soberanía”, como ha sido la firme posición de la presidenta, porque ejercer influencia con respaldo en la fuerza es sustancial a la injerencia del imperio.

Para algunos analistas liberales, es clara la intención de Trump de ampliar los tentáculos del imperio y para ello estaría apoyando la formación de una alianza internacional de partidos populistas de extrema derecha, apuntalando a los aliados de su causa, lo mismo si son gobierno que oposición.

Entre los gobiernos de América, el presidente argentino Javier Milei es tan apreciado en la Casa Blanca como son asediados los de Colombia, Chile, Bolivia, México, Brasil, Guatemala y otros.

Para mostrarse solidario con sus correligionarios ideológicos, Trump le impuso aranceles punitivos del 50% adicional a las importaciones estadounidenses procedentes de Brasil, por el motivo declarado del juicio penal federal al expresidente Jair Bolsonaro por tratar de cometer un golpe de Estado (emulo del intento semejante de Trump del 6 de enero de 2021), después de que perdió las elecciones presidenciales de 2022.

Claro, además de Bolsonaro, Trump también defiende la resistencia de las empresas digitales (Apple, Microsoft, Alphabet, Amazon, Nvidia, Meta y Tesla) que Brasil y Europa han querido regular y hacer que paguen impuestos.

Y para seguir entrometiéndose en decisiones soberanas, el secretario de Estado de EU, Marco Rubio, hizo fuertes declaraciones descalificando el poder judicial colombiano en apoyo de Álvaro Uribe, expresidente derechista de Colombia, quien fue enjuiciado y condenado en primera instancia a 12 años de prisión domiciliaria por los delitos de fraude procesal y soborno en actuación penal. Uribe es la cabeza de la fuerte oposición derechista al gobierno progresista de Petro.

La oposición partidista que representa el PRIAN en México es invisible, por lo que la intromisión del gobierno de Trump para encontrar aliados tiene que empezar desde muy abajo. Es una misión, si no es que la principal, que tiene el representante de Trump en México, Ronald Johnson, un halcón con más de una década de experiencia en las Fuerzas Armadas y 20 años en la Agencia Central de Inteligencia (CIA).

Johnson presentó sus cartas credenciales a la presidenta Sheinbaum el 19 de mayo y ese mismo día, por la noche, fue agasajado en una cena de gala por Larry Rubin, presidente de la American Society of Mexico, y por Eduardo Verástegui, de filiación ultraderechista, quien ya intentó sin éxito su candidatura independiente en las elecciones presidenciales de 2024 y este año ha solicitado la formación de un nuevo partido. Si Johnson lo distinguió en el ágape poniendo su mano sobre su hombro al llamarlo “Mi hermano”, Verástegui puede tener esperanzas de que su nuevo partido surgirá con mucho dinero para darse a conocer.

Johnson es un halcón que, ante su ratificación por el Congreso estadounidense como embajador en México, no descartó la intervención militar estadounidense contra los cárteles en nuestro país; “todas las cartas están sobre la mesa”, dijo, con lo que no está de acuerdo la presidenta Sheinbaum.

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