Joseph Stiglitz —premio Nobel de Economía 2001— ofreció algunas entrevistas de prensa en Madrid donde el martes, invitado por el Observatorio de Medios, pronunció una conferencia acerca de la gobernanza de los mercados en los medios de comunicación.
Siendo un estadounidense destacado y opositor intransigente del neoliberalismo, y contrario actualmente a las políticas de Donald Trump, era inevitable que la prensa española le preguntara por el futuro de su país.
En ninguna entrevista hizo pronósticos acerca de la economía, pero sí del orden institucional y político: “lo que sí veo posible —ha respondido— es que la democracia desaparezca de Estados Unidos”.
¿Qué perdería el mundo si desapareciera la democracia en Estados Unidos?
Stiglitz no es el primero que señala esa tendencia, cargada de ominosas evidencias, como los recientes ataques a las universidades y a la prensa, o al propio proceso electoral frente al que Trump perdió su reelección en 2020 y sus seguidores asaltaron el Congreso el 6 de enero de 2021, después de que su candidato descalificara el resultado de las urnas.
La ley tampoco ha sido obstáculo para el autoritarismo soberbio de Trump, quien se la ha saltado en prácticamente todo lo que hasta ahora ha hecho, desde la imposición de aranceles sin la aprobación del Congreso y la iniciativa de cobrar impuestos a las remesas violando un convenio de 1992 con México, hasta el envío de la Guardia Nacional y de marines a California, sin la autorización del gobernador Gavin Newsom, el más probable candidato demócrata en la próxima contienda presidencial.
Trump movilizó a la Guardia Nacional y los marines como una provocación política al gobernador de California y esgrimió como coartada una “invasión extranjera”, en clara alusión a los millones de mexicanos que han hecho su vida allá; en nombre de su gobierno, la secretaria de Seguridad Interior se atrevió a “condenar” a la presidenta Sheinbaum como incitadora de las movilizaciones, cuando la constante de nuestro gobierno ha sido que toda transformación debe ser pacífica.
Entre tantas faltas a la ley y a la verdad por parte de Trump, ¿qué es lo que está en juego con los avances del autoritarismo soberbio de quienes gobiernan con Trump en Washington?
No sólo la democracia en EU, sino quizás también perdería su eficacia como fórmula de convivencia —basada en principios abstractos— en muchos otros países. Y es que Estados Unidos fue el primer país en organizarse con base en el constitucionalismo republicano, lo que lo convirtió en emblema occidental de la democracia, más una ideología y una cultura que una práctica real.
El mérito de EU fue haber sido el primer país en constituirse conforme a la división republicana de poderes, enmarcada en un Estado de derecho fuerte ante el cual, al paso de muchos años, finalmente mujeres y negros también pudieron considerarse con iguales derechos ante la ley, impregnada de una doctrina libertaria.
Hay que subrayar que el éxito de ese Estado consiste fundamentalmente en haber conseguido que la voluntad popular confíe firmemente en que todos los ciudadanos son libres e iguales ante el Estado y ante la ley, a contrapelo de la realidad económica y política en la que no existe nada semejante a una libertad en general, sino relaciones particulares de mayor o menor libertad.
Lo mismo ocurre con el concepto de igualdad. Norberto Bobbio se pregunta: “¿igualdad entre quiénes? ¿Igualdad en qué?”, y sostiene que “la igualdad es pura y simplemente un tipo de relación formal que se puede colmar de los más diversos contenidos”.
El contenido «democrático» de esa abstracción es la «igualdad democrática»; democracia significa igualdad formal entre hombres y mujeres, entre ricos y pobres, igualdad entre las clases sociales que se materializa en el acto de sufragar. En el voto desaparecen —por un instante— las diferencias sociales.
Esa ficción ha sido crucial para mantener la gobernanza de la sociedad, la cual requiere que todos los ciudadanos se olviden de sus diferencias sociales y que se identifiquen en la ideología de la libertad e igualdad «democrática» y consideren la ley como único instrumento de justicia.
Ello, a pesar de que la igualdad jurídica y democrática que consagra el constitucionalismo no tiene el menor efecto igualitario en la relación capital/trabajo; ni el liberalismo ni el capitalismo se plantearon hacer de la equidad (salarios y utilidades en razonable equilibrio) el armado de la democracia.
La democracia liberal es un conjunto de propuestas de un atractivo irresistible, aunque casi todas impracticables; por ejemplo, aunque nadie puede estar en contra de la libertad o de la igualdad en abstracto, cualquier intento de ponerlas en práctica o fortalecerlas genera inmediatas fricciones políticas. Lo estamos viviendo en México desde el sexenio pasado.
En fin, la democracia es un referente cultural en Occidente construido sobre principios abstractos que mantienen la ilusión entre los sectores menos favorecidos de que tienen y ejercen derechos iguales que los más poderosos, aunque en la práctica, como dice Noam Chomsky, la mayoría de la población no tiene influencia en la política y el poder real se ejerce “en la cúspide de un sistema que no es la democracia, sino la plutocracia”.
¿Qué se perdería si desaparece la democracia en EU? Según Chomsky, la democracia ha desaparecido en Estados Unidos y Trump vendría a cerrar el ciclo que constituyó toda una cultura política a punto, como el orden económico global y la geopolítica, de reconfigurarse, no sin antagonismos y riesgos de violencia.