En los últimos días, el mundo ha sido testigo de eventos que, tristemente, nos hacen cuestionarnos el destino de la humanidad. Por un lado, se desató el enfrentamiento entre Israel e Irán, que claramente podría escalar a un conflicto mayor, sumándose al ya existente entre Palestina, Rusia y Ucrania. Por otro lado, los mexicanos enfrentamos un tema social y político sumamente sensible: la política migratoria impulsada por el presidente Donald Trump, la cual comenzó a aplicarse con firmeza en días recientes. Este es un tema con múltiples aristas que, lamentablemente, en su versión más radicalizada, vuelve a mostrar la peor cara de una decisión política.
Quiero iniciar este Debate Puntual con la definición de migrante: “una persona que se traslada de un lugar a otro, generalmente de un país a otro, para establecerse temporal o permanentemente. Este movimiento puede ser por diversas razones, como laborales, económicas, sociales o familiares.” Sin embargo, esta definición no nos da un panorama completo de lo que realmente implica ser migrante. Un migrante deja atrás a su familia, sus raíces, costumbres, comida, afectos, hogar y tradiciones, todo por la esperanza de construir un mejor futuro para sus seres queridos. En la gran mayoría de los casos, lo hacen en un contexto de esfuerzo, trabajo y respeto a la ley del país al que llegan.
En el caso específico de nuestros paisanos migrantes en Estados Unidos, su partida obedece, principalmente, a la falta de oportunidades laborales y de desarrollo en nuestro propio país. Esto los obliga a migrar hacia una de las economías más desarrolladas del mundo. En ese contexto, nuestros connacionales se adaptan a condiciones laborales exigentes, a nuevos hábitos de vida y a un alto costo de vida. Muchos de ellos asumen jornadas dobles o triples para poder generar ingresos que les permitan subsistir en Estados Unidos y, además, enviar remesas a sus familias en México.
La política migratoria del presidente Trump parte de un diagnóstico que, al menos en el discurso, generaliza en lugar de particularizar. Uno de sus principales argumentos está ligado a la seguridad nacional, aludiendo —erróneamente— que una gran parte de los migrantes son terroristas o delincuentes. No obstante, en su gran mayoría, los migrantes representan el motor de las actividades básicas de la economía estadounidense.
Esto se traduce en datos concretos:
- Estudios estiman que una deportación masiva podría reducir el PIB de EE.UU. entre un 2.6% y un 6.8%.
- Los migrantes indocumentados representan aproximadamente el 4.5% de la fuerza laboral del país, con alta concentración en sectores como la agricultura, la construcción y los servicios.
- La deportación de 7.1 millones de trabajadores migrantes podría resultar en la pérdida de hasta 968,000 empleos para ciudadanos estadounidenses.
Y seamos claros: muchos de los trabajos que realizan los migrantes son ocupaciones que los ciudadanos estadounidenses no desean desempeñar. Esto, sin duda, podría llevar a la economía estadounidense a un estado de parálisis delicada.
No obstante, no debemos ser injustos con la propuesta de fondo del presidente Trump. La reforma migratoria incluye aspectos positivos que, lamentablemente, no han sido el eje central de la comunicación oficial. Coincido con él en algunos puntos clave: como el respeto a las leyes de Estados Unidos, el derecho soberano de definir quién entra y bajo qué condiciones, y la intención de proteger su identidad cultural.
Esto contrasta con lo ocurrido en algunos países europeos, donde la migración masiva ha generado desafíos importantes. En naciones como Alemania, España y Francia, se han enfrentado dificultades para integrar a ciertos grupos migrantes, quienes, en algunos casos, no respetan las leyes ni las normas de convivencia, tratando de imponer sus propias condiciones. Esto ha impactado negativamente en la vida cotidiana de estas sociedades.
Hago este contraste porque, desafortunadamente, hoy nos duele ver cómo se implementa el esquema de deportaciones hacia nuestros paisanos: mexicanos que han dedicado su vida y trabajo a ese país, que se han adaptado, que respetan la ley y que solo buscan un mejor porvenir para sus familias. En un mundo cada vez más radicalizado, duele ver que no se consideren excepciones humanas ni contextos individuales.
Desde aquí, expreso mi solidaridad, reconocimiento y respeto a todas y todos los migrantes mexicanos en Estados Unidos. Ellos no solo representan el rostro del esfuerzo y la dignidad, sino también la urgencia de repensar nuestras políticas migratorias desde un enfoque más humano, justo y eficaz.