“La joven democracia mexicana ha muerto”, expresó recientemente el expresidente Zedillo en una entrevista. La mató un grupo de políticos ambiciosos y autoritarios, la mató una mayoría cansada de corrupción e ineficacia, la mató una oposición dividida y pusilánime, la mataron los medios masivos de comunicación para cuidar sus intereses, acabaron con ella los empresarios pasivos y los sindicatos cómplices, los intelectuales tibios y faltos de ideas.
A la joven democracia mexicana la matamos todos: los que engañaron con el cuento de primero los pobres y los que no supimos defenderla. El próximo 2 de noviembre, en los altares de muertos deberíamos dedicarle un espacio importante a nuestra democracia, que murió abandonada y que ahora está desaparecida, a la espera de manos buscadoras que la encuentren en una fosa, la desentierren, le den nueva vida y la pongan de nuevo en marcha. Esa resurrección se antoja hoy lejana, sumida como está la mayoría en el engaño y la supervivencia cotidiana.
Ciertamente fue López Obrador el que mató la vaca democrática, pero fueron muchos los que le detuvieron la pata. Antes de que fuera electo, encuestas como la de Latinobarómetro en 2018 mostraban el poco aprecio que los mexicanos teníamos por la democracia. Cuando nos preguntamos por qué los mexicanos nos hemos mostrado pasivos frente a la militarización o frente a la demolición del Poder Judicial, debemos buscar la respuesta ahí, en ese desencanto previo.
Nuestra joven democracia, en el corto periodo de la transición, no brindó a los mexicanos mayor seguridad y aumentos en los salarios; para colmo, la corrupción de panistas y priistas preparó el terreno para el arribo del discurso populista que propuso terminar con la corrupción y combatir la pobreza. ¿Por qué —a la vista de que los gobiernos morenistas son igual o más corruptos, igual o más inútiles para terminar con la violencia, igual o más ineficaces para provocar el crecimiento económico— los mexicanos no les voltean la espalda como hicieron con Peña Nieto, cuyos índices de aceptación eran tan bajos?
Podemos atribuirlo a la anemia de la oposición, acomodaticia y sin iniciativa. Podemos también buscar la causa en el eficaz y robusto aparato de propaganda que tiene montado el gobierno (mañaneras, granjas de bots, creyentes orgánicos, noticieros de Televisa). Morena con trampas se hace de la sobrerrepresentación en el Congreso, y la gente indiferente. Morena soborna senadores para alcanzar la mayoría y modificar a su gusto la Constitución, y la gente feliz con los conciertos en el Zócalo. Morena ejecuta una reforma judicial que destruye centenares de carreras de jueces sin que ello implique una mejor justicia, y ancianos y jóvenes siguen cobrando sin falta sus apoyos y sus becas. El gobierno se militariza, no pasa nada. El gobierno comienza a censurar a periodistas mediante mecanismos judiciales, y la gente hace como que la Virgen le habla.
La mayoría de los mexicanos se muestra indiferente y pasiva frente a la demolición de la democracia porque, como lo mostraban las encuestas del 2018, a la gente poco le importa la democracia. Por eso votó por un líder autoritario para el que la ley no era sino «un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada». Por eso la alta popularidad de una presidenta autoritaria que desapareció el órgano de transparencia y ahora quiere supeditar aún más al instituto electoral frente al gobierno.
En el 2000 Vicente Fox asumió la Presidencia. Tuvo la oportunidad de desmantelar el sistema priista, de terminar con el mecanismo clientelar, de romper los pactos con las bandas de narcotraficantes que aún no eran tan poderosas como ahora, de inculcar en la educación principios cívicos que hicieran valorar a los mexicanos más jóvenes los fundamentos de la democracia. Fox dejó pasar la oportunidad de construir una sociedad democrática. Los frutos de su negligencia los estamos pagando ahora.
No creo en un líder providencial que abra los ojos a la sociedad adormilada. No creo tampoco en el relanzamiento, cosmético y mercadotécnico, del PAN. Acotar el autoritarismo priista y sacarlo del poder fue un trabajo de décadas. Hace falta un puñado audaz de demócratas realmente convencidos, como María Corina Machado. Una sociedad que haya enfrentado una o varias crisis. Hacen falta, también, como ocurrió en los tiempos en los que el PRI perdió el poder, que haya cómplices dentro del gobierno, conscientes de que habitar la trampa es un camino equivocado. Se trata de un proceso de décadas que hay que comenzar ya.
Una banda de políticos sin escrúpulos, liderados por un político vulgar y ambicioso, terminó por arrinconar a la joven. La empujaron al callejón más oscuro. Le arrancaron sus atributos ciudadanos y la golpearon. Ahora yace tirada y sangrando en cualquier parte. Vejada. Exánime. La joven democracia mexicana.