Durante la pandemia murieron en México centenares de miles de personas que no tenían por qué haber fallecido. ¿Por qué perdonamos esa negligencia criminal?
En ese entonces era difícil mostrar enojo. Estábamos dolidos y lo que queríamos era superar pronto el encierro forzoso y las muertes de familiares y amigos.
Pero no tardaron en aparecer los estudios que demostraron que las autoridades en México habían sido particularmente ineptas. Por lo menos 320 mil muertes fueron debidas a la pésima estrategia que dispuso Hugo López-Gatell y que López Obrador impuso al país.
Nos olvidamos pronto de esas muertes. Cerramos las heridas y no volteamos a ver atrás. Todos hicimos un gran esfuerzo por olvidar las desgarradoras sirenas nocturnas que atravesaban la ciudad, por borrar las imágenes de gente angustiada a las puertas de los nosocomios, la desesperación de las familias que iban de hospital en hospital buscando auxilio para los suyos que se asfixiaban en los asientos traseros de sus autos. Olvidamos muy pronto a nuestros muertos. A nuestros ochocientos mil fallecidos.
Perdonamos a los que actuaron criminalmente. Al presidente que aconsejaba usar amuletos para detener al Covid-19. Al presidente que prohibió que las farmacias privadas realizaran pruebas de contagio. Al presidente que decía que si uno no era corrupto no se contagiaría (él se contagió tres veces, por algo sería).
Al presidente que mandó un avión del Ejército a traer medicamentos prohibidos a los mexicanos para atender a sus hijos. Perdonamos, al menos eso parece, al presidente de los 800 mil muertos. No hay causas abiertas contra él; la sociedad no lo demanda.
Le otorgamos el perdón social pese a haber permitido la muerte de nuestros seres más queridos, padres, abuelos, hermanas, amigos. Ojalá no duerma por las noches. Ojalá el remordimiento de su pésima actuación lo haga llorar de arrepentimiento.
Ojalá los días que le queden de vida sean un infierno. No merece el perdón, sino el repudio. No la tranquilidad de su hacienda, sino la cárcel. No merece el perdón.
Hace unos días escuché una entrevista a Omar García Harfuch. Le preguntaron por qué el vuelo que trajo a México a Hernán Bermúdez, líder del cártel criminal La Barredora, tardó 33 horas en llegar a la Ciudad de México en lugar de las 10 horas que normalmente tarda ese vuelo. El secretario de Seguridad afirmó que no lo sabía.
Por supuesto que García Harfuch nos mintió. Es imposible que no estuviera enterado qué motivó el retraso del vuelo que trajo a México a un peligroso delincuente. No quiso decir la verdad porque consideró que los mexicanos no merecemos conocerla, que los mexicanos somos menores de edad, que nos tragamos todas las mentiras que nos dicen los empleados del gobierno. Mintió el secretario a sabiendas de que esa mentira sería olvidada, perdonada por el olvido.
A los mexicanos se nos puede engañar, se nos puede mentir sin consecuencia alguna. En México se puede encontrar un rancho con los restos incinerados de más de 400 personas y no pasa nada. Mientras reciba mi beca, que se acabe el mundo.
A los mexicanos no nos gusta protestar contra el gobierno. Pueden morir un millón de personas (por Covid-19, por la inseguridad), los niños con cáncer pueden quedarse sin sus medicamentos, y la gente dirá a los encuestadores que está feliz, que es un honor estar con Obrador, porque los mexicanos somos nobles y sabemos perdonar. Si aguantamos 70 años de la dictadura perfecta del PRI, ¿cómo no vamos a soportar 7 años de la imperfecta dictadura de Morena?
Nos pueden engañar con estadísticas tramposas, nos pueden mentir todos los días (más de 110 mil mentiras dichas en sus mañaneras se le contabilizaron a López Obrador); la presidenta puede decir que lo grave no son los más de 70 muertos diarios, ni las masacres, ni los campos de exterminio, que lo verdaderamente grave es que los periodistas no se callen la boca y lo denuncien.
Los mexicanos somos nobles, perdonamos que nos mientan, perdonamos que nuestros políticos roben y nos engañen. Somos el país de la impunidad. Si yo ahora decido abrir un negocio, tengo un 30 por ciento de posibilidad de salir adelante.
Si cometo un delito, la posibilidad de quedar impune es del 92 por ciento. Pero si yo milito en Morena y me corrompo y robo, si por mi culpa mueren miles o cientos de miles de personas, la posibilidad de que yo vaya a la cárcel se reduce a cero.
Amílcar Olán, el mejor amigo de Andy, el junior del capo de Palenque, trasladó a Suiza tres mil millones de pesos. Andy en Japón se gastó 50 mil pesos en una cena y compró una pintura de medio millón. Adán Augusto López continúa al frente de la bancada de Morena en el Senado. Los mexicanos sabemos perdonar.
Pueden pasar por encima de nosotros, pero no dejaremos de asistir al Zócalo a apoyar a nuestra presidenta que, como su antecesor, también nos miente en sus mañaneras. Miente al decir que somos el país más democrático del mundo, pero qué más da si el mexicano todo lo aguanta. Todo lo olvida. Todo lo perdona.