El mayor enemigo del expresidente López Obrador no está en la oposición (débil y disminuida), ni en su propio partido (fuego amigo), ni entre todos aquellos que traicionó en su largo ascenso hacia el poder; el mayor enemigo del expresidente López Obrador es él mismo cuando era candidato.
Como candidato, prometió a los mexicanos que terminaría con la corrupción: fue una de sus principales banderas. Recorrió el país denunciando la corrupción de los políticos del PAN y del PRI, la venalidad de los empresarios coludidos con los políticos para robar, la inmoralidad de intelectuales y periodistas siempre dispuestos a venderse al mejor postor. A un año de haber dejado el poder, queda claro que López Obrador fue un presidente corrupto hasta la médula. Engañó a los mexicanos denunciando la corrupción imperante como cortina de humo para corromperse y corromper a su familia y a sus colaboradores más cercanos. Corrompió a empresarios amigos concesionándoles grandes negocios y a los intelectuales “de izquierda” los enriqueció con contratos en los medios públicos.
Más que presidente, López Obrador se convirtió en el capo di tutti i capi de la nueva mafia del poder. Su modus operandi era el siguiente: primero denunciaba la corrupción reinante (por ejemplo, en el aeropuerto de Texcoco), enseguida proponía una alternativa nacida de su capricho (sin contar con estudios de impacto ecológico ni de viabilidad económica), encargaba el nuevo proyecto a militares sin experiencia, a los cuales daba manga ancha para garantizar con el cuantioso botín su obediencia institucional, y por último, cerraba todas las fuentes de información sobre el proyecto, convertía en asunto de seguridad nacional los contratos y las asignaciones.
Cubierto con la bandera de la lucha contra la corrupción, López Obrador corrompió a fondo al Estado mexicano. Quizá lo más triste de este espectáculo bochornoso haya sido la forma en que engañó a los más pobres y a los ingenuos que siguen creyendo en él a pesar de la vida opulenta de sus familiares más cercanos.
López Obrador candidato habría calificado de mediocre al López Obrador presidente. Se burló siempre del bajo crecimiento económico bajo el neoliberalismo. Prometió un crecimiento del 4, luego del 2, luego del 1 por ciento. El crecimiento al final de su sexenio fue de apenas 0.8 por ciento. Un fracaso total. Si el país no creció, ¿cómo hizo para repartir tanto dinero en becas y apoyos? Repartiendo el dinero de los que trabajan entre los que no trabajan, saqueando los fideicomisos, contratando deuda. Las cifras alegres de reducción de la pobreza son engañosas. La gente no sale de la pobreza, la aplaza. Retirados los apoyos, volverían a su condición, pero agravada: sin servicios de salud y con una educación deficiente.
Como presidente, López Obrador se dedicó en cuerpo y alma a mejorar el sistema redistributivo. Lo transformó en un asunto electoral. A los pobres se les ayuda para ganar elecciones. No es un asunto de “humanismo”, sino de estrategia política, según él mismo confesó.
Los resultados de López Obrador en seguridad y en salud fueron desastrosos. No debemos olvidar nunca que su gobierno permitió la muerte de más de un millón de mexicanos (800 mil por Covid y 200 mil por la inseguridad). El candidato López Obrador sin duda hubiera exigido la destitución y exilio o cárcel del presidente López Obrador por corrupto e ineficiente.
Se ha señalado que Sheinbaum no puede romper con López Obrador porque comparten el mismo proyecto. Pero, como he intentado mostrar, hay dos López Obrador: el candidato crítico e idealista, y el presidente corrupto y cabeza de una nueva mafia del poder.
Como presidenta, Sheinbaum ha tratado de corregir el desastre que dejó su antecesor. Su política en seguridad y salud es lo opuesto de las políticas de López Obrador. Sin embargo, en lo esencial, el proyecto de Sheinbaum comparte propósitos con el de su antecesor. Como él, Sheinbaum creyó necesario demoler el sistema judicial para construir uno totalmente supeditado al Poder Ejecutivo. Como él, sigue usando el aparato asistencial como maquinaria electoral. Sheinbaum comparte el mismo proyecto político de AMLO: cancelar la pluralidad y la democracia, convertir a México en un país de partido único, adelgazar a su nivel mínimo la clase media, usar la educación con fines de propaganda.
El gobierno de Sheinbaum no investiga a Adán Augusto, no investiga a los hijos de López Obrador, no hay carpetas abiertas contra Alfonso Romo ni en contra del almirante Ojeda. No investiga la corrupción que toleró y auspició López Obrador. Va a tratar de cubrirlo hasta donde pueda. Un rompimiento dentro de Morena sería terrible, dado que tiene que tener un frente unido contra la delincuencia y el afán intervencionista de Estados Unidos. Debe fomentar la unidad porque un partido dividido no gana elecciones. Y, por supuesto, para no enfrentar la amenaza tabasqueña de la revocación de mandato.