“Los negocios que se hacen al amparo del poder público llevan el visto bueno del presidente”, afirmó López Obrador. Como el desfalco en Segalmex o el sobreprecio de Dos Bocas. En mayor medida puede afirmarse que los grandes fraudes electorales de los que se benefició Morena llevaron el visto bueno del presidente. Me refiero a los fraudes en los que el narco ayudó a Morena a ganar elecciones.
No hay duda de que López Obrador fue un mal gobernante: el pésimo estado en el que dejó la seguridad y la salud lo demuestran. Tampoco hay duda de que lo que verdaderamente le interesaba eran los temas electorales. Estaba obsesionado con el poder. “No soy un vulgar ambicioso”, decía, y no lo era. Era un tremendo, monstruoso, ambicioso del poder.
Hay quienes se corrompen en busca de dinero. López Obrador no pertenece a esa familia; lo que él anhela es el poder, ejercer el dominio sobre los demás. El poder puede conducir al dinero, pero no necesariamente.
Se puede obtener poder por las buenas: fundando un partido, compitiendo, ganando elecciones. O por las malas: alegando fraude, presionando a las autoridades electorales, sacando a la gente a la calle, bloqueando avenidas, con voceros repitiendo mil veces que les robaron las elecciones —técnicas del golpe blando, como las que empleó López Obrador en 2006.
La Presidencia no sació su anhelo de poder. Siempre se quiere más. Quiso tener el control total del país. Todas las gubernaturas. Por las buenas: comprando elecciones con el apoyo de los programas sociales. O por las malas: con el apoyo del crimen organizado.
Así se ganaron las elecciones de 2021 en Michoacán, Colima, Nayarit, Sinaloa, Sonora y Baja California. Narcos secuestraron a los candidatos y a los operadores políticos del PAN y del PRI, e hicieron saber a la gente que en esos estados iba a ganar el partido del presidente. Así lo documentó recientemente Peniley Ramírez en Reforma (“Narco Sinaloa”) y en su momento Héctor de Mauleón en Nexos (“La elección del narco”).
Elecciones que ganó Morena gracias al apoyo del narco. Narcoelecciones que dieron como fruto narcogobernadores que aún están en sus cargos. Un país gobernado por el narco. ¿A cambio de qué? Antes de llegar a la Presidencia, López Obrador recibió dinero de los narcos a cambio de que, cuando llegara al poder, los apoyara. Y les pagó el favor. No persiguió a los narcos. Abrazos. Dio la orden a la Guardia Nacional de no enfrentarlos. No balazos. Los frecuentó en Badiraguato. Les mostró siempre respeto (no era El Chapo, sino “el Señor Guzmán”). Dio la orden de liberar a Ovidio. “Los narcos también son pueblo”, decía. Su jefe de gabinete (Alfonso Romo) lavaba dinero para ellos. Les entregó vastas zonas del territorio nacional a las que hoy no puede pasar ni el Ejército. Nos convirtió en un narcoestado a cambio de acrecentar su poder personal. El presidente no solo consintió ese pacto, sino que lo diseñó y lo orquestó. Un pacto fáustico: vendió el país al narco a cambio de poder.
Así están las cosas, ¿qué podemos hacer? Pensar que las amenazas o el intervencionismo de Estados Unidos son una solución es muy iluso. Extrajeron a El Mayo de Sinaloa y la guerra que ese acto desató lleva casi un año. Por miedo a Trump, destruye el gobierno laboratorios, aprehende narcos, extradita capos, pero la estructura del narcoestado sigue vigente. La narcopolítica sigue impune. Los narcopolíticos continúan en el poder.
Un grupo de jóvenes ha creado el sitio narcopoliticos.com, “un registro de los políticos, burócratas, empresarios y otros personajes públicos que han protegido o colaborado con el crimen organizado en México”. Hasta ahora han exhibido a once políticos, pero la lista se irá ampliando.
Para vencer al mal, hay que nombrarlo. Hay que decir de muchos modos que vivimos en un narcoestado. Que el principal responsable de esta situación, que ha causado la muerte de cientos de miles de personas, vive tranquilo en Palenque. Que su esposa e hijos ostentan riqueza mientras que él goza de un inmerecido poder transexenal.
Debemos atrevernos a señalar el mal. Muchos periodistas en el pasado sexenio y en este lo han exhibido, en artículos, reportajes y libros. Ahora en un sitio de internet. La televisión y la radio de alcance nacional apenas han rozado el tema; ya es hora de que se atrevan a informar. La amenaza de nuestro abusivo vecino no es un juego.
La solución de este gravísimo problema no vendrá de los Estados Unidos. No vendrá tampoco del gobierno dada su inconfesable complicidad. Debemos señalar el mal. Quitarle la máscara. Acostumbrarnos a decir que López Obrador fue cómplice de la violencia que padecemos. Él nos condujo a donde estamos. Pactó con el crimen organizado a cambio de poder. Ahora mismo centenares de madres buscan a decenas de miles de sus hijos desaparecidos. Debemos decirlo con fuerza: no queremos vivir así. No queremos seguir así. No nos merecemos vivir en medio de esta violencia. Decir, con coraje y sin miedo: así no.