Plagada de ilegalidades, con cientos de miles de “acordeones” para inducir el voto, con acarreados, con burócratas obligados a votar y ancianos amenazados con perder su pensión si no votaban, se desarrolló la elección judicial: una elección corrupta.
Para satisfacer a las Fuerzas Armadas, agraviadas porque la Suprema Corte rechazó la adscripción de la Guardia Nacional a la Sedena, López Obrador diseñó la hoja de ruta para la demolición del Poder Judicial autónomo. Pero la ejecutora de este desatino fue Claudia Sheinbaum. Sobre ella recaerá la responsabilidad histórica de acabar con la República.
Todo lo hicieron mal: sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados, sobornos en la de Senadores; sólo así pudieron modificar la Constitución para hacer posible la reforma judicial, corrupta desde su origen. Una ley mal hecha, aprobada al vapor. ¿Por qué la prisa? Lo dijeron con claridad los diputados de Morena: “Queremos darle un regalo a López Obrador”. El regalo: el fin de la democracia mexicana.
Sin importar las múltiples irregularidades, ni el alto nivel de abstencionismo, se llevó a cabo la elección. Tendremos un gran número de jueces que no responderán a los ciudadanos, sino a las distintas camarillas de Morena, al crimen organizado, a los poderes fácticos regionales y a las Fuerzas Armadas. No tendremos una mejor justicia porque no era ese el fin de la reforma judicial, sino la supeditación del Poder Judicial al Poder Ejecutivo. Una sola persona concentrará el control de los tres poderes, un gobierno compartido con los militares.
Comienza una nueva etapa en la historia de México. El panorama luce ominoso. Nulo crecimiento económico. Dominio del crimen organizado en vastas zonas del país. Opacidad gubernamental. Latente amenaza militar norteamericana. Desaparición del Poder Judicial autónomo. Incertidumbre comercial. Sociedad civil amodorrada. Partidos de oposición paralizados.
En 1994, con el ingreso de México al TLC, al país se le presentó una oportunidad única para engancharse al tren de la modernidad. Se crearon instituciones para modernizar las funciones del gobierno: contrapesos a la Presidencia. Dejamos, por desgracia, escapar esa oportunidad. Lo que queda es un país mediocre, con instituciones autoritarias, con un aparato de justicia amañado, estancado en lo económico y crecientemente militarizado. No será esta generación ni la siguiente la que tenga una nueva oportunidad de modernizarse. Lo que nos toca ahora es resistir.
México entrará en una nueva fase autoritaria. Vivimos bajo el PRI setenta años de dominio hegemónico. Con mucho esfuerzo parecía que nos habíamos librado de ese destino, pero la corriente vuelve a su cauce. Se irán lentamente cerrando los espacios de libre expresión. Cualquier diputado o funcionario menor podrá denunciar a un comentarista “por calumnias” sin que éste pueda buscar amparo en la ley. Cualquier funcionario corrupto podrá buscar la expropiación de los medios privados, “por la salud del país”, sin que haya posibilidad de defenderse. Los medios privados se irán pareciendo cada vez más a los canales públicos, dedicados abiertamente a la propaganda. Y dentro de pocos meses vendrá una nueva reforma electoral que buscará garantizar el control total de Morena en las elecciones.
Resistir. Organizarse para resistir. Organizarse para oponerse a la reforma electoral que viene. Apoyar a los comunicadores que denuncien acoso o amenazas. Ya no será posible confiar en que el sistema de justicia cumpla con su papel, por lo que se vuelve necesario activar la denuncia pública y la presentación de denuncias en tribunales internacionales. Apoyar con suscripciones a los medios independientes. Formar células de información. Movilizarse. Resistir al poder. Resistir al autoritarismo.
Nueve años duró el periodo democrático conocido como la República restaurada (1867-1876), menos de año y medio la presidencia democrática de Madero (1911-1913), veintiún años el periodo de la transición democrática (1997-2018). Tres paréntesis democráticos en medio de inmensos periodos de control autoritario. El que ahora vivimos tiene la característica, como el viejo PRI, de ser una República simulada. Supuestamente habrá elecciones, supuestamente habrá jueces y división de poderes, supuestamente habrá libertad de expresión. Pero bajo la apariencia democrática se ejercerá, con el apoyo de las Fuerzas Armadas, un control autoritario.
Vivimos ayer una triste jornada antidemocrática. La gente con su apatía rechazó la farsa. Sin importar el número de votantes, los resultados serán legales e ilegítimos. Se habrá consumado la farsa. Mediante ilegalidades y trampas arribamos a este nuevo estadio autoritario. No podemos conformarnos ante esta situación oprobiosa. No debemos resignarnos a la imposición de un poder dictatorial. Queda la organización, la resistencia, el coraje, la dignidad.