Leer es poder

Frente a la barbarie

La barbarie ya está aquí. Ya derribó las barreras de la sensibilidad. Ya no sentimos nada, ya nada nos conmueve. Vivimos el horror como si fuera normal.

¿En qué momento nos volvimos una sociedad indiferente? ¿Cuándo dejaron de importarnos el dolor, la tortura y la muerte?

En 2004, más de un millón de personas vestidas de blanco marcharon para protestar contra el secuestro. Más adelante, con Calderón, se pedía de muchas formas “No+Sangre”. Poco después, los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa encendieron la indignación de los mexicanos. Luego vino una multitudinaria marcha para protestar contra la violencia hacia las mujeres.

Pero algo ha venido pasando en los últimos años que disminuyó la indignación y el coraje popular frente a la pila de muertos que todos los días crece frente a nuestras narices. En parte tiene que ver con que los dirigentes y militantes de Morena, que antes se desgañitaban protestando contra la violencia del gobierno, ahora ya son gobierno y todo lo minimizan y lo hacen ver como un complot. Los que antes se reunían por las noches a pasar lista de los 43 desaparecidos ahora se burlan y alegan que los miles de desaparecidos son un producto imaginario de la derecha. Los mismos que politizaron hasta el hartazgo la muerte y la violencia ahora piden que el horror cotidiano no se politice, que se juzgue hasta que concluyan investigaciones que, por supuesto, nunca darán resultados.

Pero no se trata sólo del gobierno y sus voceros que intentan invisibilizar a los muertos, conducta cobarde que los pinta de cuerpo entero, sino de la actitud de la sociedad que se muestra indiferente ante el dolor y la muerte.

Se calcula que murieron 808 mil personas debido a la pandemia de Covid, más de 200 mil personas por la violencia y aproximadamente 50 mil desaparecidos en el gobierno de López Obrador. Más de un millón de muertos. Un sexenio teñido de sangre. Pero a la gente eso no parece indignarle. Votaron mayoritariamente por darle continuidad a su proyecto. En vez de marchas de protesta, votos a su favor. En México los muertos no importan. La violencia se ve como algo natural, por ejemplo en Culiacán donde llevan más de 200 días de terror.

Las noticias todos los días informan que asesinan a niños, que a los adolescentes se les recluta como sicarios, que encuentran una nueva fosa clandestina con decenas de cuerpos, que la violencia contra las mujeres no cede. La sociedad sigue su marcha. Si la masacre rebasa cierto número de personas, quizá la gente dedique unos minutos más a la noticia. Entran sicarios a una casa y asesinan a una familia, incluyendo a niños. Un bostezo. La Guardia Nacional dispara por error y asesina a inocentes, cambiamos de canal.

A principios de siglo, viéndonos en el espejo colombiano, sabíamos que vendría la barbarie. Finalmente llegó, se instaló entre nosotros, se volvió normal. Ya nada nos indigna o sacude. Se descubre en Jalisco un rancho con indicios de que ahí se asesinaron a cientos de personas. Un par de semanas más tarde, al responsable de ese crimen se le aplaude y rinde homenaje en un concierto. ¿Por qué la gente aplaude a un asesino? En una escuela primaria de Chiapas, los niños escenifican en un festival un enfrentamiento entre narcotraficantes ante la complacencia de padres y maestros. Los corridos tumbados exaltan ese mundo de violencia. Las carreras de los cantantes más conspicuos de ese género son impulsadas por lavadores de dinero. Cómo olvidar a López Obrador: “Ahí tienen sus masacres” y su carcajada de terror.

La barbarie ya está aquí. Ya derribó las barreras de la sensibilidad. Ya no sentimos nada, ya nada nos conmueve. Vivimos el horror como si fuera normal. No puedo decir que sea culpa de nuestros gobernantes porque los gobiernos son reflejo de la sociedad. A una sociedad indolente y complaciente con el sadismo le corresponde un gobierno indiferente ante el dolor. Luego de siete años en el poder, los morenistas anuncian que se reunirán con las madres buscadoras para tomarse una foto. Antes las acusaron de golpistas. Antes desaparecieron a sus hijos de las listas de los desaparecidos para maquillar sus cifras.

La presencia constante de la muerte habla de la podredumbre de una clase política incapaz de poner freno a la barbarie. Habla también de una descomposición avanzada de nuestra sociedad. Algunos le aplauden a un asesino, pero la mayoría con nuestra indiferencia hacemos otro tanto.

Es muy fácil señalar a los otros para descargarnos de culpa. Muy sencillo dirigir nuestro dedo acusador en contra de los actuales gobernantes. Nos cuesta trabajo admitir que también nuestra indiferencia es criminal. No concebimos que los hijos desaparecidos de las buscadoras puedan ser los nuestros.

El grado de descomposición moral de nuestra sociedad es muy profundo. El daño está hecho. Pasarán muchos años antes de poder curar nuestras heridas y velar a nuestros muertos. No nos damos cuenta de que el momento estelar que pregonan nuestros políticos será más tarde conocido como los años del terror. El mal está aquí. Los bárbaros somos nosotros.

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