Leer es poder

Que se mueran los tibios

Los bandos se odian. Quizás en lo único en que coinciden es en su odio al tibio. Detestan al que no toma una posición clara, al que duda.

Saturados de nuestras convicciones, somos incapaces de ver y de entender las razones de los que piensan distinto. Incapaces de aceptar que los que piensan diferente a nosotros en cuestiones políticas, también piensan. Hemos edificado una casa dividida.

No pretendo fingir equidistancia, que suficientemente he escrito en contra del gobierno, las personas que lo conforman y sus seguidores. No pretendo simular una sabiduría política de la que carezco.

Quiero creer, y así lo he escrito antes, que ambos, oficialistas y opositores, e incluso los indiferentes, queremos lo mejor para México, nuestro pobre país desangrado, enfrentado y roto.

Diversos economistas y visionarios piensan prospectivamente que, con las oportunidades y recursos con los que cuenta México, podríamos ser una de las diez potencias económicas del mundo. Divididos y enfrentados jamás alcanzaremos esa meta.

Cierto: la unidad es ilusoria. La unanimidad, indeseable. La confrontación de ideas es positiva. De esa dialéctica social puede salir una tercera vía inusitada. La única forma en la que todos marchen en el mismo sentido es por la fuerza. Uniformado el cuerpo y uniformadas las cabezas, sólo mediante la indeseable dictadura. Pero podríamos ensayar, sin renunciar a la diversidad, puntos comunes. Una agenda mínima de acuerdos. Puntos en los que todos coincidamos independientemente del bando al que pertenezcamos. Por ejemplo, en el cese de la violencia. Por ejemplo, en la erradicación de la pobreza extrema. Por ejemplo, en la igualdad de oportunidades educativas para todos.

La diversidad de puntos de vista nos hace mejores como sociedad, siempre y cuando esta diversidad sea respetuosa de las diferencias. Huelga decir que estamos muy lejos de esta situación. Entre más se denoste al diferente, más se ganan adeptos. Ensayamos los peores insultos, las mayores descalificaciones para quienes piensan diferente. No nos damos cuenta de que vamos abriendo más la herida, ahondando la grieta.

Nadie convence al otro, los insultos que propagamos no tienen ese fin, son proferidos para ganar puntos frente a nuestra gradería. Nadie hace el intento de convencer al otro. Las conversaciones derivan en discusiones que pasan pronto a los insultos y a los gritos.

No nos gusta debatir, tenemos miedo a que deshagan nuestras razones en público. Nadie piensa en los debates como una posibilidad de aprender del otro. Debaten A y B, ambos tienen sus razones y sus prejuicios. B vence a A en el intercambio. Pero A no pierde del todo. Ahora conoce las razones de B y puede aprender de ellas y llegar a concebir ideas mejores. Uno puede perder el debate y aun así salir mejor de lo que entró. Pero no queremos aprender. Queremos ganar puntos en “el mercado de las ideas”.

No se nos permite la duda. Debemos afirmar rotundamente que nuestro bando es el bueno, el patriota, el que lucha por la libertad. Los otros, claro, defienden la dictadura, el autoritarismo y la ignorancia. Menos aún se admite el titubeo en tiempos de campaña. “En esta elección se juega el destino del país”. “Es el momento decisivo”. “Si no luchamos ahora por la democracia, ya no habrá luego democracia que defender”. Maximizamos nuestras opiniones y disminuimos las razones rivales hasta convertirlas en caricatura.

Confieso que yo sí tengo dudas. Creo que es necesario señalar los errores que comete el propio bando. Creo también que es necesario reconocer los aciertos de “los adversarios”. Eso me resta puntos ante los míos y menosprecio a los de enfrente.

Lamento mucho que López Obrador haya abandonado el discurso que pronunció inmediatamente después de su triunfo electoral. Propuso gobernar para todos. Un país de concordia. Para terminar con la violencia, habló de un gran acuerdo nacional. En vez de eso, decidió pronto sólo gobernar para los suyos. En cinco años de gobierno ha sido incapaz de reunirse con los opositores y escuchar sus razones. Se ha dedicado a insultar y descalificar a sus enemigos políticos, que son todos los que no se supeditan a sus posiciones. Ha preferido reunirse con cuanto beisbolista ha podido, en lugar de reunirse con las madres de los desaparecidos, con las feministas, con los intelectuales que no piensan como él. Detesta el presidente a los que no toman partido, es decir, a los que no toman su partido.

Los bandos se odian. Quizás en lo único en que coinciden es en su odio al tibio. Detestan al que no toma una posición clara, al que duda. No podemos dudar y mucho menos en tiempos de campaña. Los enemigos son los de enfrente. Viven en el error. No piensan. Son malos mexicanos. Quieren que regrese la corrupción. Quieren que siga derramándose la sangre de los mexicanos. El que no piensa como yo, no piensa. Descerebrado. Ignorante. Mi bando ganará, los aplastaremos, porque nos asiste la razón, porque nosotros sí estamos en el lado correcto de la historia. Prohibida la duda y el titubeo. Prohibido criticar lo propio y reconocer alguna virtud al rival. Se trata de aplastar, no de entender. De defender con rabia nuestras posiciones. Aunque el país, con esta necia división, se hunda.

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