Leer es poder

El predicador de odio

Hay gobiernos que llegan al poder por la esperanza que despiertan sus promesas de campaña. López Obrador accedió a la Presidencia atizando el resentimiento.

A mediados de 2021 Morena perdió la mayoría calificada en el Congreso. En agosto de ese año, el 93 por ciento de los electores desdeñaron la consulta para enjuiciar a los expresidentes. Hace tres semanas apenas lograron reunir la mitad de los votos del 2018 (y con múltiples trampas) para ratificar al presidente. Hace unos días sufrieron una humillante derrota en el Congreso al no poder aprobar su contrarreforma eléctrica. Cuatro aparatosas derrotas en menos de un año. ¿Qué les queda? El recurso del odio.

Como no puede ofrecer mejores servicios de salud (lo de equipararnos a Dinamarca ya es un chiste), ni disminuir la inseguridad, ni mejorar la economía, echa mano ahora a uno de los últimos recursos de un gobernante: el odio al que piensa distinto. ¿Votaste en contra de mis proyectos? Cárcel. ¿Publicaste críticas a mi gestión? Te quedas sin publicidad. ¿Te atreviste a publicar un tuit en mi contra? Te calumnio desde la mañanera. El odio como programa de gobierno.

Hace tres años llegaron al poder acusando a sus opositores desde una supuesta superioridad moral: no somos iguales. El tiempo se ha encargado de demostrarnos que son iguales o peores. Bartlett debería estar en la cárcel por la corrupción que evidencian sus múltiples propiedades y empresas, y no como líder ideológico de Morena. Irma Eréndira Sandoval debería estar en la cárcel por sus seis casas, y no “castigada” por haber contrariado al presidente por oponerse a la candidatura de un violador. Alejandro Gertz (plagiario solapado por Elena Álvarez-Buyllá) debería estar tras las rejas luego de haber emprendido acciones de venganza contra su familia política y contra un grupo de científicos, y no disfrutando sus departamentos en Nueva York o conduciendo alguno de sus más de cien autos de lujo. Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum deberían gozar prisión como responsables de la caída de la Línea 12 y sus 26 muertos, y no como candidatos a suceder a López Obrador. Mario Delgado es un criminal electoral. ¿Desde qué superioridad moral hablan ahora si están manchados por la corrupción de los hermanos, los hijos, la prima y la cuñada de un presidente dizque impoluto?

No pueden presumir moralidad. No pueden alardear de ningún logro de gobierno. El aeropuerto Felipe Ángeles es un completo fracaso. En esta temporada de asueto lograron el récord de días con cero vuelos, a pesar de que están dejando podrir sin recursos al aeropuerto Benito Juárez. Ni el presidente, ni el presidente de Morena quieren volar desde ahí. El tan cacareado aumento de los salarios mínimos se lo ha comido la inflación. Hay varias denuncias penales en curso en contra de Hugo López-Mengele. Corrupción e impunidad.

Sin ningún logro en sus haberes, ¿cómo piensan ganar las elecciones, las seis estatales que se disputan este año y las que vienen, incluida la del 2024? Con el discurso del odio. Traidores, dice el presidente. Traidores, grita Citlalli Hernández. En los mítines ponen al público a corear el nuevo mantra: traidores, traidores, traidores. Exhiben a los diputados de oposición en carteles y han comenzado a hostigarlos en sus casas. Repiten la cantaleta en los canales de televisión del gobierno. La dirigencia de Morena ha anunciado que en todas las plazas del país repetirán las consignas de traición y exhibirán los rostros de los “vendepatrias”.

El que piense que esto es algo pasajero, que el mal clima político se disipara una vez pasadas las elecciones, está en un error. Esto es apenas el comienzo. La economía no va a mejorar (sin inversión no hay crecimiento, y nadie quiere invertir en un país donde la única ley que vale es la del presidente), la inseguridad va a seguir creciendo (el crimen organizado sabe que vive una situación de plena impunidad), los yerros diplomáticos se multiplicarán (en lugar de canciller tenemos un candidato servil).

Hay gobiernos que llegan al poder por la esperanza que despiertan sus promesas de campaña. López Obrador accedió a la Presidencia atizando el resentimiento. Su caso recuerda al de Savonarola, predicador que azotó Florencia en el siglo XV. Desde el púlpito condenaba con furia la corrupción y el lujo. Organizó una “hoguera de las vanidades” para arrojar en ella objetos suntuosos y las obras de los que pensaban distinto a él, como Petrarca y Boccaccio. Líder carismático, lo seguía una enorme multitud. Exaltaba en sus discursos las más bajas pasiones de su auditorio: el resentimiento y la envidia. Su lengua de fuego no pudo impedir su detención y muerte a manos de la Inquisición. Su nombre es hoy sinónimo de fanatismo y odio.

Hoy son sólo palabras: amenazas e insultos. Palabras durísimas, pero palabras. Las pronuncia con fuerza el presidente porque sabe que detrás suyo está el Ejército, al que ha colmado de privilegios; con la vehemencia del que se sabe apoyado por el crimen organizado, agradecido por la liberación de Ovidio, por las gubernaturas ganadas en las últimas elecciones y por haber cesado la persecución en su contra. Hoy son sólo palabras de odio. Mañana…

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