Leer es poder

Descenso al infierno

Los aullidos, insultos, calumnias y amenazas de Andrés Manuel López Obrador retumbaban en las cavernas. Alcancé a ver cómo el expresidente se golpeaba y se injuriaba eternamente.

En mitad del camino del sexenio me encontré en medio de una patria oscura después de dar por perdido mi camino. Perdido estaba hasta que una amable sombra me señaló la ruta. Así comenzó el descenso al infierno mexicano.

Antes de entrar a ese recinto oscuro, la sombra me señaló el sitio en el que vagaban los indecisos –aquellos que nunca toman partido y por cobardía se declaran neutrales–, “condenados a correr sin reposo, desnudos, perseguidos por insectos y avispas que los picaban en todo el cuerpo”.

Seguí mi marcha en descenso y me adentré por la tremenda vía que me condujo hasta las puertas de la nación mexicana. Un letrero enorme, a las puertas de la frontera, me advirtió: “Pierdan cuantos entren toda esperanza”. Tuve que cruzar un río, Bravo o Aqueronte, no lo sé, auxiliado por un coyote llamado Carón. Así llegué al limbo, círculo primero de esta nación extraña. Ahí vagaban, sin tener qué hacer, todos los que nacieron antes del PRI. Seres inocentes, sin pecado.

Continué bajando hasta encontrar el primer puesto de la guardia nacional. Ahí, un militar malencarado llamado Minos, gruñía horriblemente mientras señalaba el destino de los viajeros que llegaban al infierno. En este segundo círculo me encontré a los lujuriosos de poder, incontinentes pecadores que se han prestado a todo con tal de aferrarse a su curul, a su alcaldía, a su nombramiento. Pude distinguir aquí al tribuno Muñoz Ledo, amante feroz de todos los partidos y del presupuesto.

El tercer círculo, un lugar lleno de lodo en el que no deja de caer nunca una lluvia de granizo y nieve, es el sitio reservado a los golosos. No me costó trabajo distinguir ahí a una mujer, alto cuadro de Morena, aficionada a los dulces y a las bombas falsas. Proseguí mi camino.

El descenso era difícil, pavorosos los gritos que se escuchaban por doquier. Presidía el cuarto círculo –dedicado a los avaros y a los pródigos– el dios de la riqueza, el temible Slim, famoso por su avaricia. Quise recordarle la Línea 12 pero me fulminó con la mirada. En ese sitio encontré también a los ricos de la cuatro té, voraces para acumular nuevas riquezas al amparo del poder. Me topé con Daniel Chávez, que hace favores al hijo del presidente y gracias a eso obtiene permisos imposibles a cualquier mortal.

Todo se fue volviendo más horrible a medida que continuaba mi descenso. En el quinto círculo, el de los iracundos, pude ver a los furiosos, inmersos en el pantano del Estigia, como antes estuvieron inmersos en el fango de su propia rabia. Los aullidos, insultos, calumnias y amenazas de Andrés Manuel López Obrador retumbaban en las cavernas. Alcancé a ver, con pena ajena, cómo el expresidente se golpeaba y se injuriaba eternamente, como si estuviera en una mañanera infinita.

El sexto círculo es el de los herejes, los divulgadores de doctrinas falsas. Aquí encontré a Jesús Ramírez, traidor de su mentor Monsiváis, cuya labor fue degradar al periodismo. Sumergido en un sepulcro en llamas estaba también Epigmenio Ibarra, maestro de la mentira y la propaganda, que dedicó su vida a hacerse rico mintiéndoles a los más necesitados.

Seguí con mi descenso hasta llegar al lugar que ocupan los violentos. A la entrada se encontraba el minotauro, mitad toro, mitad hombre, símbolo de la bestialidad más loca. Encerrados en este círculo se encuentran los criminales y no hay otro peor que Hugo López-Gatell, responsable de la muerte de centenares de miles de mexicanos, niños, adultos y ancianos. Un centauro, mitad caballo, mitad humano, no dejaba de arrojarle flechazos por el inmenso dolor que provocó.

Aquí pude encontrar también a los derrochadores, responsables de haber destruido y desgarrado el patrimonio nacional. Aquí hallé a Rogelio Ramírez de la O, economista que fue incapaz de decirle No al presidente. Arrojó millones a fondo perdido en su inútil rescate de Pemex. Avaló el derroche en aeropuertos, refinerías y trenesmayas, que desangraron la economía nacional sin brindarnos beneficios.

En este horripilante círculo se encuentran asimismo los que ejercieron violencia contra el arte. Inmóvil sobre la arena ardiente y bajo una incesante lluvia de fuego encontré a Alejandra Frausto, culpable de degradar el arte mexicano hasta el subsuelo. Llevó a Bellas Artes a un multitudinario pederasta sin consecuencia alguna. Descuidó los museos. Maltrató a los creadores.

El octavo círculo castiga a los pecadores que hicieron del fraude su modo de vida, metidos en el hoyo más profundo del averno. Juntos, pero sin poder tocarse, me topé al fiscal Gertz y a María Elena Álvarez-Buyllá. El primero defraudó a la ley cuantas veces quiso gracias a la anuencia presidencial. La segunda defraudó a la ciencia, degradándola con pretextos ideológicos y nacionalistas.

Cuando la sombra que me guiaba creyó que era bastante lo que anduvimos, comenzamos el ascenso. Me dolió mucho ver mi patria convertida en un infierno. Tomé el camino para volver al luminoso mundo. Con bastante esfuerzo pude entonces salir a dar vista nuevamente a las estrellas.

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