El anuncio de Marcelo Ebrard al informar que la inversión extranjera directa (IED) acumulada entre enero y septiembre de 2025 ronda los 41 mil millones de dólares, es muy significativo y refleja el tamaño de la oportunidad que tiene México.
El secretario de Economía presume –con razón– un récord histórico y un incremento cercano a 15 por ciento frente al mismo periodo de 2024. Se trata de una cifra que acerca a México al escaparate de los grandes receptores de capital foráneo. Buena noticia, sin duda. Pero no basta para cambiar la historia de la inversión en el país.
Vamos por partes.
Detrás de ese dato hay varios motores. El primero es el reacomodo de las cadenas globales de valor: el famoso nearshoring, que sigue vivo, pese a todo.
Aunque aún faltan los detalles del trimestre más reciente, en términos acumulados Estados Unidos sigue siendo, con alrededor de 30 por ciento de los flujos, el principal origen de la IED, seguido por España, Países Bajos, Japón y Canadá.
La manufactura concentra alrededor de 37 por ciento de los recursos, con un papel destacado de la industria automotriz y de autopartes; le siguen los servicios financieros, con una cuarta parte de los montos, y la construcción, ligada a parques industriales y proyectos de energía.
También destaca el salto de las “nuevas inversiones”, que han crecido más de 200 por ciento respecto al año pasado y ya superan los 4 mil 500 millones de dólares, mientras que la reinversión de utilidades pierde algo de fuerza.
En otras palabras, no se trata solo de capital que ya estaba en México y decidió quedarse: hay empresas que están apostando dinero fresco en el país. Y eso ocurre en un contexto nada sencillo: un crecimiento que difícilmente superará el 0.5 por ciento este año, presiones por nuevos aranceles desde Estados Unidos, la sombra de la revisión del T-MEC en 2026 y los efectos inciertos de la aprobación de las reformas derivadas del ‘Plan C’.
Conviene, sin embargo, poner el dato en perspectiva histórica.
Ya se ha recordado que, aun sin el discurso del nearshoring, el sexenio de Peña Nieto captó un monto de IED ligeramente mayor al del periodo de López Obrador, y que los flujos de 2013 a 2018 fueron superiores a los observados en los primeros años del auge de la “relocalización productiva”.
Es decir, la narrativa de que hoy vivimos una era dorada de capital foráneo es, cuando menos, exagerada, pero refleja el potencial de lo que puede ser.
El récord de 2025 obedece en parte a anuncios pospuestos durante la pandemia, a operaciones corporativas específicas y a la propia metodología con la que se registran fusiones, compras de acciones y reestructuras.
Más relevante aún: la IED es solo una fracción de la inversión total. Los datos de formación bruta de capital fijo muestran que, al segundo trimestre de 2025, la inversión en su conjunto equivale a cerca de 22.6 por ciento del PIB, por debajo de la meta de 24 por ciento que distintos analistas consideran el mínimo para crecer de manera sostenida.
Dentro de ese total, la inversión privada ronda el 21 por ciento del producto y la pública, apenas 2.2 por ciento del PIB, el nivel más bajo en décadas.
Los 41 mil millones de dólares de IED equivalen a cerca de 800 mil millones de pesos, lo que representa aproximadamente 13 por ciento de la inversión total realizada en el periodo.
Por eso, sin acompañamiento de la inversión nacional, la IED no tiene la tracción necesaria para cambiar el rumbo de la economía.
La mayor parte de las máquinas, el equipo, la construcción de vivienda, hospitales, carreteras o plantas industriales sigue financiándose con ahorro interno, no con capital foráneo.
Si el empresario mexicano percibe incertidumbre por la reforma judicial, por cambios fiscales por venir, por reglas poco claras en sectores regulados o por la manera en que se resolverá la renegociación del T-MEC, difícilmente incrementará de forma sostenida su gasto de inversión, aunque lleguen dólares del exterior.
El récord de IED es una buena noticia. No puede regatearse ese hecho. Pero es insuficiente.
Sirve como ancla para algunos proyectos industriales, confirma que México mantiene ventajas en costo laboral, ubicación geográfica y acceso al mercado norteamericano, y manda una señal positiva a los mercados. Pero no sustituye una política integral que eleve también la inversión privada nacional.
Celebrar las cifras que dio a conocer el secretario Ebrard es válido; convertirlas en punto de partida para una agenda más ambiciosa de inversión nacional es la tarea pendiente.