Va una buena y otra mala, y ambas vienen en el mismo paquete: el próximo aumento al salario mínimo y la posibilidad de que vuelva a subir a un ritmo de dos dígitos.
La buena noticia es clara. El salario mínimo general pasaría de los 278.80 pesos diarios en 2025 a un nivel cercano a los 310 pesos si se concreta un incremento de alrededor de 11% para 2026, como esta semana anticipó Banamex.
Eso significa que el ingreso mensual de quien gana el mínimo habría pasado, en menos de una década, de unos 2,400 pesos al inicio de 2017 a más de 9,300 pesos hacia 2026. En términos nominales, el salario mínimo se ha multiplicado por 3.8 veces en este lapso.
Con una inflación acumulada de 46.6 por ciento en ese periodo, el incremento real es de 164 por ciento, es decir, sería una tasa anual de alrededor de 10.8 por ciento.
No es extraño entonces observar que México sea el país de la OCDE con el mayor aumento salarial.
Es un giro profundo para los trabajadores con menores ingresos, acostumbrados durante décadas a ver cómo el mínimo perdía terreno frente a los precios.
La política de aumentos también tiene un efecto redistributivo. El objetivo gubernamental es que el salario mínimo alcance, hacia 2030, el equivalente a 2.5 canastas básicas para un hogar.
Al mismo tiempo, la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos estima que alrededor de 8.5 millones de trabajadores se benefician de manera directa de los ajustes, y muchos más lo hacen de forma indirecta porque sus sueldos se fijan tomando al mínimo como referencia.
Subir el salario mínimo por encima de la inflación, como se ha hecho de forma sistemática en los últimos años, ha permitido una verdadera recuperación del ingreso real en la base de la pirámide.
Hasta aquí, la cara luminosa de la historia.
La mala noticia se ve del lado de las empresas, sobre todo de las más pequeñas.
Para un gran corporativo, el aumento del salario mínimo se diluye en una nómina donde abundan los sueldos medios y altos. Pero para una micro o pequeña empresa, que emplea sobre todo a trabajadores que ganan entre uno y tres salarios mínimos, un incremento adicional de dos dígitos puede ser la diferencia entre seguir en la formalidad, saltar a la informalidad o incluso cerrar.
Los datos del IMSS empiezan a mandar señales de alerta. Mientras el número de trabajadores formales sigue creciendo, el de patrones registrados se ha reducido.
El número de patrones afiliados al IMSS bajó 3.5 por ciento entre octubre de 2023 y el mismo mes de este año, lo que significa una reducción de poco más de 38 mil registros en los últimos dos años, lo que implica la pérdida del mismo número de empresas.
Al mismo tiempo, el salario base de cotización promedio de los trabajadores registrados ante el IMSS alcanzó en octubre un máximo histórico de alrededor de 622 pesos diarios, con un aumento anual de poco más de 7%, claramente por encima de la inflación. Es una buena noticia para los trabajadores, pero implica un aumento importante en los costos laborales para las empresas formales.
La combinación de más empleo con menos patrones registrados sugiere una mayor concentración del trabajo formal en un número menor de empresas.
En otras palabras, las compañías grandes y medianas siguen contratando, mientras una parte de las pequeñas se queda en el camino o se refugia en la informalidad. Los incrementos acumulados del salario mínimo forman parte del cóctel de presiones que enfrentan las Pymes, junto con mayores costos de energía, inseguridad, trámites y cargas fiscales.
De ahí que el debate ya no pueda limitarse a la pregunta de si el salario mínimo debe seguir subiendo. La experiencia reciente muestra que sí era necesario y posible elevarlo con fuerza para sacar a millones de trabajadores de un régimen de miseria salarial. El riesgo ahora es suponer que se puede repetir indefinidamente la misma receta en el contexto de una economía estancada.
La política salarial de los próximos años tendrá que caminar en una cornisa: seguir avanzando en la recuperación del salario mínimo, pero al mismo tiempo cuidar la supervivencia y la formalidad de las empresas pequeñas y medianas.
Eso exige complementos que hoy son insuficientes: apoyos a la productividad, financiamiento accesible, simplificación de trámites y, sobre todo, certidumbre regulatoria y de seguridad.
La mejor forma de que los aumentos al salario mínimo sigan siendo una “buena noticia” para todos es que vayan acompañados de una estrategia explícita para que las Pymes no queden fuera del juego.
De lo contrario, corremos el riesgo de que el notable avance del salario mínimo termine financiándose con menos empresas formales y más trabajadores atrapados nuevamente en la informalidad.