Coordenadas

¿Qué le pasaría a México si se desploma la bolsa en EU?

The Economist estima que una caída similar al estallido de la burbuja de las puntocom a principios de siglo podría reducir en 8% el patrimonio de los hogares norteamericanos y recortar el consumo en alrededor de 1.6% del PIB, suficiente para empujar a Estados Unidos a una recesión.

Durante semanas se ha hablado del riesgo de una caída abrupta en los precios de las acciones vinculadas a la inteligencia artificial, debido a sus excesivas valuaciones.

Ayer mismo analizábamos posibles detonantes de esta caída.

Pero poco se ha dicho sobre cuáles podrían ser las consecuencias de un “reventón de la burbuja”.

The Economist dedica el artículo de portada de la edición de esta semana a analizar esas consecuencias.

Desde luego, el primer golpe lo recibiría el consumidor estadounidense. Se calcula que 21% del valor del patrimonio de cada hogar está en acciones en las que, directa o indirectamente, ha invertido.

La revista estima que una caída similar al estallido de la burbuja de las puntocom a principios de siglo podría reducir en 8% el patrimonio de los hogares norteamericanos y recortar el consumo en alrededor de 1.6% del PIB, suficiente para empujar a Estados Unidos a una recesión.

Esa no sería una tormenta local, sino apenas el inicio de una marea global.

Para México, ese escenario no es un tema académico. Más de 80% de nuestras exportaciones de bienes van a Estados Unidos; del otro lado, algo más de 40% de nuestras importaciones provienen de ese país. Un frenazo del consumidor estadounidense significaría menos autos, autopartes, electrónicos y maquinaria “hechos en México” cruzando la frontera.

El primer canal de contagio sería, por tanto, el comercial.

Una recesión en EU recortaría la demanda del socio del que más dependemos.

Sectores que hoy son emblema del nearshoring —automotriz, equipo eléctrico y electrónico— verían órdenes canceladas o pospuestas.

La historia económica reciente muestra que los ciclos de México y EU están fuertemente sincronizados desde el TLCAN: los choques de Estados Unidos explican una parte importante de la variación del PIB mexicano.

El segundo canal es más silencioso, pero igual de relevante: las remesas. Una recesión en EU, con desempleo al alza en sectores donde trabajan millones de paisanos, pegaría directo a ese flujo que hoy sostiene el consumo en vastas regiones del país.

El tercer canal son los mercados financieros. A pesar de que el auge actual se ha financiado sobre todo con capital propio y no con deuda compleja —como pasó en 2008— sería difícil evitar un cambio brusco en el apetito por riesgo.

Los inversionistas extranjeros poseen entre 18 y 30% del mercado accionario estadounidense, con tenencias que superan los 17 billones de dólares. Un desplome en EU suele venir acompañado de ventas masivas en activos emergentes: bonos mexicanos, acciones y, por supuesto, también presión sobre el peso.

Un episodio de “huida a la calidad” implicaría un peso más débil y mayores tasas de interés internas para retener capitales.

Para un gobierno ya presionado por necesidades de gasto y con espacio fiscal acotado, el margen para lanzar estímulos contracíclicos sería reducido. La combinación de menores exportaciones, remesas más débiles y condiciones financieras más duras es, en términos sencillos, un cóctel recesivo.

Paradójicamente, podría haber también un respiro: una Fed en modo defensivo recortaría tasas, abaratando el costo de la deuda global y, con suerte, dando algo de oxígeno a los países emergentes.

Un dólar menos fuerte aliviaría ciertas presiones externas, pero al mismo tiempo reforzaría la percepción de que el “excepcionalismo” estadounidense se diluye, añadiendo incertidumbre al tablero.

En el frente comercial, un desplome bursátil y una recesión en EU podrían reconfigurar prioridades. Un menor gasto de los hogares recortaría el déficit comercial estadounidense, algo que en principio agradaría a la Casa Blanca.

Pero al mismo tiempo aumentaría la tentación de respuestas proteccionistas frente al exceso de manufacturas chinas, lo que complicaría aún más el entorno para un México que hoy aparece entre los principales “ganadores” del reacomodo de cadenas productivas.

La moraleja para México es incómoda, pero clara: nuestra apuesta por Estados Unidos ha sido rentable, pero concentrada. Con más de 80% de las exportaciones y la mayor parte de las remesas dependiendo del mismo país, un desplome bursátil en Wall Street ya no es solo un drama de inversionistas: es un riesgo macroeconómico que podría sentirse en las maquiladoras del norte, en las gasolineras del Bajío y en las mesas de las familias que viven de las remesas en Michoacán o Zacatecas.

No se trata de anticipar un apocalipsis que quizá no llegue, sino de entender que el mundo se prepara —algunos más, otros menos— para un posible choque bursátil.

Fortalecer el mercado interno y construir colchones fiscales y financieros puede ser la diferencia entre mantenernos a flote en medio de la tormenta o sufrir un naufragio.

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