Si algo distingue a Nueva York es su capacidad para darle la vuelta a los clichés.
La capital simbólica del capitalismo global —sede de Wall Street, de conglomerados mediáticos y de una élite filantrópica que decide agendas— podría elegir a un socialista como alcalde el próximo martes.
El ascenso de Zohran Mamdani, candidato que hoy es favorito en las encuestas, no es un capricho pasajero: es la cristalización política de tensiones que llevan años incubándose —desigualdad lacerante, vivienda impagable y un clima nacional polarizado por Donald Trump—, que hoy confluyen en una elección con implicaciones más allá de los cinco distritos de la ciudad.
Primero, el dato político. Las mediciones recientes colocan a Mamdani con ventaja clara, pese a la presencia de figuras con alto reconocimiento como Andrew Cuomo; incluso encuestas adversas solo señalan que la brecha se estrecha, no que se revierta.
Es un voto que se explica menos por etiquetas ideológicas y más por la promesa de atacar el costo de vida y “destrabar” una ciudad que muchos sienten capturada por intereses que impiden construir viviendas, mejorar el transporte y contener tarifas.
La llave del eventual triunfo está en la vivienda. La ciudad vive una escasez crónica: la tasa neta de vacancia se ubica en 1.41% —prácticamente plena ocupación habitacional—, y para los departamentos más baratos la disponibilidad es casi cero (0.39% por debajo de 1,100 dólares).
Con dos tercios de los neoyorquinos rentando, la presión es transversal: ya no solo asfixia a la clase trabajadora; alcanza a profesionales que también ven cómo el regreso a la oficina no vino acompañado de sueldos que compensen el salto de las rentas. Dicen que la política se mueve cuando la clase media deja de respirar. Y eso está pasando.
El segundo engrane es la desigualdad. Nueva York concentra extremos: salarios del 1% muy por encima del promedio nacional y, al mismo tiempo, una expansión de la pobreza y de la solicitud de apoyos en efectivo.
En ese paisaje, el discurso redistributivo de Mamdani —transporte público gratuito, congelamiento de rentas, expansión de guarderías— conecta con un electorado cansado de pagar más por servicios que no mejoran y de promesas graduales que nunca llegan. Por eso su narrativa de “hacer la ciudad habitable otra vez” pega donde duele.
A la vez, hay fragilidades fiscales estructurales: la ciudad depende desproporcionadamente de los contribuyentes de mayores ingresos. Si el 1% aporta una tajada enorme de la recaudación local, cualquier salida de ese grupo —o cualquier choque externo que contraiga los bonos de Wall Street y los salarios financieros— pega directo a las finanzas públicas. Ese talón de Aquiles explica por qué los críticos advierten sobre un “espiral fiscal” si se suben impuestos a los más ricos sin desbloquear la oferta de vivienda ni recortar costos regulatorios.
El tercer vector es Trump. La Casa Blanca ha amenazado con retener o condicionar recursos federales y desplegar más agentes federales en territorios “rebeldes”. Más allá de la viabilidad legal, el mensaje político es claro: la confrontación con Nueva York rinde réditos entre sus bases.
En la ciudad, el efecto puede ser doble: galvaniza a quienes ven en Mamdani un muro frente a Washington y complica la gobernabilidad al encarecer litigios y alargar plazos de obra cuando se politizan fondos clave de seguridad e infraestructura. La sola amenaza de retener partidas ya ha provocado reacciones legales del gobierno local.
¿Qué pasaría si Mamdani gana? Tres repercusiones inmediatas:
1. Reorientación del gasto y del relato. Una agenda de “asequibilidad” obligaría a revisar subsidios, tarifas y prioridades de inversión. La pregunta no será solo cuánto gastar, sino dónde cortar y qué reformar para que cada dólar rinda más que hoy en transporte, vivienda y cuidados. Sin atacar cuellos de botella regulatorios y judiciales, el dinero no alcanza.
2. Choque de legitimidades. Un alcalde electo con mandato de abaratar la ciudad frente a un presidente que capitaliza la mano dura abre un teatro de confrontación institucional. La paradoja: ambos se necesitan como antagonistas. Trump para exhibir a “la izquierda que arruina ciudades”; Mamdani para agrupar a una coalición multirracial que siente que el sistema les falló. El riesgo es que Nueva York se convierta en campo de pruebas de una guerra cultural con costos presupuestales y de seguridad.
3. Mercado inmobiliario en tensión. Con vacancias tan bajas y miles de departamentos públicos ociosos por trámites y reparaciones, cualquier congelamiento de rentas sin un shock de oferta puede trasladar presión a segmentos no regulados. La pieza ausente es la producción masiva y rápida de vivienda: simplificar rezonificaciones, acotar litigios y reactivar incentivos para detonar unidades verdaderamente asequibles.
El trasfondo, sin embargo, es más profundo: Nueva York está redefiniendo su “contrato social urbano”. La ciudad que simbolizaba movilidad ascendente hoy expulsa talento joven por precios prohibitivos, mientras una economía más digital reduce el “premio” por vivir cerca del Midtown.
Si el motor financiero crea menos empleos de alto ingreso y la base fiscal tiembla, el viejo equilibrio entre servicios de primer mundo financiados por una élite boyante ya no se sostiene. De ahí el atractivo de un proyecto que promete cambiar prioridades y reglas del juego.
¿Es viable? Políticamente, sí: las encuestas muestran que el eje “costo de vida/seguridad” manda y que una coalición generacional y de inquilinos puede imponerse a un frente anti-Mamdani dividido. Fiscalmente, la viabilidad dependerá de algo menos épico y más pedestre: construir mucho más, mucho más rápido; renegociar con los sindicatos públicos para ganar productividad; y blindar la relación con Albany para evitar fugas tributarias.
Sin oferta, cualquier alivio será efímero. Con oferta y reformas, la etiqueta “socialista” podría traducirse en pragmatismo urbano.
Si la ciudad más capitalista del mundo elige a un socialista, no será una contradicción: será un síntoma.
El de una metrópoli que busca una nueva ecuación entre crecimiento y accesibilidad, entre recaudación y servicios, entre libertad económica y derecho a habitar la ciudad. Nueva York ha sido laboratorio de casi todo. Le toca ahora demostrar si también puede serlo de un progresismo eficaz, capaz de ganar elecciones con las urgencias de la calle… y gobernar con los números.