El presidente Donald Trump tiene prisa.
Y hay razones contables y de calendario político que lo explican.
Si el llamado “viento de mitad de mandato” sopla como suele, los republicanos podrían perder la Cámara de Representantes en noviembre de 2026, y con ella la capacidad de marcar la agenda legislativa y de supervisión.
Hoy los márgenes son estrechos: en el 119º Congreso (2025-2027) el Partido Republicano controla la Cámara con una ventaja pequeña y también el Senado, pero sin holgura.
La historia no ayuda al partido del presidente. Desde 1934 a 2018, la fuerza del mandatario ha perdido en promedio 28 escaños en la Cámara y 4 en el Senado en las elecciones intermedias.
Cuando la aprobación presidencial cae por debajo de 50% -como sucede ahora- la sangría se agranda: la pérdida media en la Cámara sube a 37 curules. Con ese telón de fondo, cualquier tropiezo político o económico se magnifica.
El termómetro más temprano del humor electoral —la “generic ballot”— insinúa riesgos. A mediados de octubre, coberturas que agregan encuestas reportaban una ventaja demócrata: 2.6 en el promedio de RealClearPolitics; y entre 2 y 3 en agregadores como Decision Desk HQ y FiftyPlusOne.
No es una marea, pero sí un aviso en un mapa de distritos cada vez más competitivo en los márgenes.
En el Senado el terreno luce, en principio, más favorable para los republicanos por el mapa de 2026. Aun así, no es inexpugnable: los tableros de referencia y los mercados de predicción siguen dando ventaja al partido en el gobierno, pero reconocen vulnerabilidades en contiendas clave. Un revés económico o un error político podría estrechar esa ventaja.
Con ese reloj corriendo, se entiende la urgencia de la Casa Blanca por “cerrar” la revisión del T-MEC antes de que arranque el tramo caliente de 2026.
El proceso ya está formalmente en marcha: Washington abrió consultas públicas y activó la ruta institucional que, de aquí a julio de 2026, debe decidir si se extiende el acuerdo por 16 años o si se abre un conteo regresivo hacia 2036, con revisiones anuales. Es un espacio técnico… que la política convertirá seguramente en renegociación.
No es casual que desde Estados Unidos se hable de un enfoque “más bilateral que trilateral” y de la necesidad de amarrar “mejores condiciones” para sectores sensibles —reglas de origen, mecanismos de cumplimiento y quizá nuevas salvaguardas—. En la práctica, la revisión se vuelve una palanca de campaña: un expediente para exhibir “resultados” pro-trabajador antes de las urnas de noviembre del próximo año.
¿Qué ganaría Trump si llega a noviembre de 2026 con un T-MEC “favorable a EE. UU.”? Un relato simple y vendible: “reindustrialización”, “trabajos mejor pagados”, “menos abuso de terceros países”. Ese mensaje ordena spots, mítines y titulares. Además, ancla a los legisladores de distritos manufactureros a una narrativa de victorias tangibles. La política premia la concreción.
Pero hay un filo opuesto. Una negociación dura, acompañada de aranceles o amenazas, puede presionar precios y cadenas de suministro. En distritos clave ya se olfatea el costo político: encuestas internas demócratas difundidas en medios señalan que muchos electores asocian la inflación con aranceles.
Por eso, una “victoria comercial” podría ser oro molido para las campañas de los republicanos.
El factor ánimo también pesa. En julio, un sondeo de Gallup citado por Politico detectó una caída de la aprobación de Trump entre independientes; en las elecciones intermedias, ese segmento decide mayorías. Si la economía trae señales mixtas o se prolonga la crispación política (cierres de gobierno, choques migratorios, litigios), el viento de la historia soplará con más fuerza.
¿Y el Senado? El mapa ofrece defensa relativamente cómoda al partido en el gobierno, pero una ola nacional podría mover tres o cuatro escaños, suficientes para voltear el control. Cook Political Report y otros tableros muestran que, aunque los republicanos parten con ventaja, la competencia en algunos estados bisagra no permite triunfalismo. En ese contexto, cerrar la negociación del T-MEC antes de verano de 2026 luce como seguro de campaña.
Si los republicanos perdieran la Cámara, el gobierno enfrentaría investigaciones, citatorios y una agenda legislativa con freno de mano. Un revés simultáneo en el Senado —menos probable, pero posible— encarecería aún más cualquier confirmación y haría de la política comercial un terreno minado. Por eso la prisa.
Para México y Canadá, una revisión exprés significa menos incertidumbre si el desenlace es razonable, pero también un riesgo de concesiones rápidas bajo presión electoral. The Economist lo resumió con claridad: la revisión es el mayor punto de palanca de Washington; usarla para campaña puede desviar el debate de lo técnico a lo identitario.
Esa es la apuesta —y el riesgo— de correr contra el calendario. En suma, la aceleración de Trump no es capricho: responde a la aritmética de la Cámara, al promedio histórico de las intermedias y a encuestas que, por ahora, no garantizan un 2026 cómodo.