El oro volvió a ser noticia esta semana.
La onza superó por primera vez los 4 mil 300 dólares y marcó un máximo histórico, con un salto que los mercados no veían desde 2008.
Este comportamiento es la fotografía de un mundo nervioso —deudas públicas abultadas, tensiones geopolíticas, dudas sobre el ciclo de tasas— que revalora el metal como refugio y seguro financiero.
La trayectoria del oro en el último siglo puede verse como una crónica de cuatro actos.
El primero: su vida como dinero. Hasta 1971, el sistema de Bretton Woods ancló al dólar al oro; aquella bisagra se rompió y el metal quedó libre para oscilar con la macroeconomía y el ánimo inversor.
El segundo acto: el pico de 1980 —inflación alta, petróleo caro, tensiones geopolíticas— y el largo valle posterior.
El tercero: la crisis financiera global y el máximo de 2011, cuando los bancos centrales inundaban de liquidez al mundo.
El cuarto: la era pandémica y pospandémica, en la que el oro rebasó los máximos previos y ahora, en 2025, los pulverizó.
¿Qué lo mueve? Tres fuerzas, principalmente.
Primera, la tasa de interés real esperada: cuando el rendimiento “real” de los bonos cae, el costo de oportunidad de mantener ese tipo de activos disminuye y el oro gana atractivo; cuando suben las tasas, ocurre lo contrario. La evidencia muestra una relación inversa, aunque variable en el tiempo.
Segunda, la demanda oficial: los bancos centrales han estado comprando oro a ritmos no vistos en décadas —más de mil toneladas en 2022 y otra cifra similar en 2023— y siguen activos en 2025. Esa compra no es especulación menor: es un voto por la diversificación de reservas y, en algunos casos, por la “desdolarización” parcial.
Tercera, el apetito financiero: entradas a los llamados ETFs (Exchange Traded Fund), coberturas tácticas y flujos de portafolio en momentos de estrés.
¿Es el oro una garantía para no perder con la inflación? A muy largo plazo, sí preserva poder de compra mejor que el efectivo; pero el camino es sinuoso.
El análisis documenta que, desde los años setenta, los cambios del precio del oro guardan una correlación positiva con la inflación, aunque su rendimiento real de largo plazo es bajo y su volatilidad, alta. En otras palabras: sirve como seguro, no como generador de ingreso.
Conviene también mirar la anatomía de sus repuntes. El episodio actual combina: i) expectativas de recortes de tasas que reducen los rendimientos reales; ii) compras de reservas oficiales; iii) dudas sobre el crecimiento y el comercio global; y iv) una búsqueda de activos sin riesgo. Por eso no sorprende que el récord haya llegado con un entorno de incertidumbre macro y geopolítica.
Ahora bien, que el oro haga nuevos máximos no significa que sea una autopista de un solo sentido. Los mismos detonantes pueden generar un efecto inverso: si los rendimientos reales repuntan o si se disipan los riesgos que hoy dominan el paisaje, el precio puede bajar con la misma rapidez con la que subió. Esto ya pasó antes: tras 1980, el oro tuvo un largo invierno; después de 2011, tardó años en recuperar tracción. La naturaleza del metal es cíclica y emocional: refugio cuando todo tiembla, lastre cuando los bonos pagan bien y las bolsas suben con confianza.
Entonces, ¿es hoy una buena inversión… y para quién?
Van tres respuestas, según el perfil del inversionista.
1. El conservador patrimonial que busca preservación más que rendimiento. Para él, el oro cumple como seguro de cartera: una póliza contra colas de riesgo (políticas, financieras, geopolíticas). La clave es el tamaño: posiciones moderadas —frecuentes en la práctica profesional, del orden de un dígito bajo del portafolio— reducen volatilidad agregada sin apostar a “adivinar” el próximo máximo. Se trata de un uso defensivo, no especulativo.
2. El diversificador disciplinado que construye portafolios balanceados por riesgos. El oro tiende a comportarse de forma distinta a acciones y bonos en choques inflacionarios o de credibilidad fiscal; por eso puede mejorar el perfil riesgo-retorno. Pero requiere paciencia: no paga intereses ni dividendos y sus rachas laterales pueden ser largas. Aquí manda la política de rebalanceo, no el impulso del titular del día.
3. El táctico que busca ‘surfear’ ciclos macro. En manos entrenadas, el oro es un buen vehículo de trading y cobertura; en manos impacientes, puede ser una montaña rusa. Si este es el objetivo, es indispensable una regla clara de entrada y salida y entender que la volatilidad del metal puede sorprender.
¿Para quién no es el oro? Para el inversionista de ingreso que vive de cupones y dividendos regulares; el metal no ofrece flujo y su “costo de oportunidad” duele cuando los bonos reales suben. Tampoco para quien confunde refugio con billete de lotería: comprar “porque está de moda” suele terminar mal.
Cómo tenerlos también importa. El abanico va desde lingotes/monedas (seguridad y custodia son centrales); ETFs (fondos que se negocian como acciones) respaldados por mercancías físicas; hasta acciones de mineras (apalancadas al precio del oro pero con riesgos operativos/financieros). Para inversionistas en México, añada la capa cambiaria: el oro cotizado en dólares también refleja el tipo de cambio peso–dólar; puede ayudar o restar, según el ciclo.
Para concluir, con el oro en niveles récord, el riesgo de compras tardías existe; pero su función como seguro luce más vigente que nunca en un mundo con deudas históricas, bancos centrales comprando y rendimientos reales que podrían volver a caer si la economía se enfría.
¿Es buena opción? Sí, como pieza de diversificación y protección, no como apuesta total. ¿Para quién? Para patrimonios que quieren resiliencia, para portafolios que buscan estabilidad intertemporal y para tácticos que entienden sus motores (tasas reales, flujos y demanda oficial).
Quien llegue hoy al oro, que lo haga con medida, con la humildad de quien compra un paraguas: ojalá no llueva, pero cuando lo hace, se agradece.