Coordenadas

El “Hecho en México” se queda corto: necesitamos ir más allá

Entre diciembre de 2020 y julio de este año, el consumo de bienes nacionales apenas creció 3.8 por ciento.

El viernes pasado, el INEGI reveló que el consumo privado en México durante julio retrocedió apenas 0.1 por ciento respecto al mismo mes de 2024.

Una cifra mínima, dirán algunos. Pero tras ella se esconden contrastes que deberían encender luces rojas en la discusión económica.

La primera diferencia está entre los bienes de origen nacional y los importados: mientras el consumo de productos fabricados en México cayó 2.1 por ciento, el de importados creció 5.5 por ciento. Es decir, la demanda de los hogares mexicanos se está volcando con fuerza hacia lo externo, no hacia lo interno.

Este desequilibrio no es un fenómeno pasajero.

Entre diciembre de 2020 y julio de este año, el consumo de bienes nacionales apenas creció 3.8 por ciento, lo que equivale a un ritmo anual de 0.8 por ciento.

En contraste, el consumo de bienes importados se disparó 46.7 por ciento en el mismo lapso, con una tasa media anual de 8.5 por ciento.

El dato es demoledor: los productos extranjeros están creciendo diez veces más rápido en la preferencia de los consumidores mexicanos. Y si alguien busca un culpable, la respuesta inmediata está en el tipo de cambio.

El “superpeso” le pega duro a la economía nacional.

En diciembre de 2020, el dólar se cotizaba en 19.90 pesos; en julio pasado, en 18.86. El peso se apreció 5.2 por ciento, y si se toma en cuenta la inflación diferencial con Estados Unidos, el abaratamiento real de las importaciones fue todavía mayor.

No es casualidad que en ese mismo periodo se dispararan las compras provenientes de China: casi se duplicaron, con un aumento de 96.4 por ciento y un crecimiento promedio anual de 13.5 por ciento.

En pocas palabras: nuestra producción nacional está siendo desplazada sistemáticamente por la extranjera, con China como actor central.

Y si esto sigue así, el consumo interno seguirá alimentando fábricas fuera del país, no dentro.

Lo más preocupante es que el crecimiento del consumo privado —ese motor que debería encender la maquinaria de la producción mexicana— está perdiendo capacidad de arrastre.

El consumo crece, sí, pero sus beneficios se filtran hacia otras economías. Esto no solo erosiona la competitividad de nuestras empresas, también mina la posibilidad de que el consumo interno sea un verdadero sostén de la recuperación económica.

De aquí surge la gran pregunta: ¿qué hacer?

Algunos pensarán en relanzar campañas de orgullo nacional, como la de “Hecho en México”.

Pero la realidad es que los sellos y las campañas publicitarias no bastan. Son aspirinas para un problema estructural mucho más profundo. Lo que se necesita es una política pública integral que incentive el consumo de productos nacionales, no solo por patriotismo, sino porque realmente convengan al bolsillo de las familias mexicanas.

Esto significa trabajar en dos frentes: precio y calidad.

El consumidor promedio no decide en función de la bandera que lleva un producto, sino de cuánto cuesta y qué le ofrece.

Si un electrodoméstico importado es más barato y más durable que uno producido en México, el desenlace es obvio. Y si la diferencia de precios se profundiza por un tipo de cambio fuerte, la desventaja se vuelve insalvable.

Por ello, la política proconsumo nacional debe ir más allá de la publicidad.

Se requiere una estrategia que abarque estímulos fiscales para quienes compren insumos locales, programas de financiamiento para modernizar empresas pequeñas y medianas, políticas industriales que fortalezcan sectores estratégicos y una revisión seria de la estructura de costos que enfrentan las compañías mexicanas.

No se trata de cerrar las fronteras ni de caer en proteccionismos que ya demostraron su ineficacia, sino de crear condiciones para que lo hecho en México sea competitivo por mérito propio.

Una política así también debe reconocer la diversidad del consumidor mexicano.

Las nuevas generaciones, más expuestas al mundo digital, son sensibles al diseño, a la innovación, a la sustentabilidad. Si la producción nacional quiere recuperar terreno, debe hablar ese mismo lenguaje. No basta con producir más, hay que producir distinto: con mejores estándares, con innovación constante y con una narrativa que conecte con lo que buscan los consumidores de hoy.

En síntesis: el reto no es convencer a los mexicanos de que compren lo que se produce en casa por simple identidad nacional, sino lograr que hacerlo sea la opción más racional y atractiva.

Esa es la diferencia entre una campaña superficial y una política de fondo. Una diferencia que, de no atenderse, seguirá condenando al país a ver cómo el esfuerzo de sus consumidores se convierte en crecimiento y empleos… pero en otras latitudes.

México necesita una política proactiva que transforme al consumo privado en un verdadero motor de la economía nacional. Una política que deje atrás la nostalgia de slogans y abrace la realidad de los números: si no se modifican los incentivos, los precios y la oferta, el “Hecho en México” será solo un buen deseo estampado en etiquetas, mientras el mercado real seguirá escribiendo su historia en mandarín.

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