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Banxico: un centerario que sigue siendo esencial

Si Banxico confundiera su papel y aceptara formalmente hoy en México un mandato dual, correría el riesgo de que, en momentos de debilidad económica, se le presione a reducir tasas o a relajar su postura aun cuando la inflación no esté plenamente controlada.

Ayer, en la ceremonia del centenario del Banco de México, la presidenta Sheinbaum señaló que no es posible un país con baja inflación, pero sin crédito, sobre todo para las pequeñas y medianas empresas.

“El financiamiento debe dejar de ser un privilegio y convertirse en motor con desarrollo incluyente; un país con baja inflación, pero sin crédito suficiente, es un país que se queda corto en su potencial de crecimiento”.

Tiene razón. Pero ese tema no es tarea del Banxico.

En los últimos meses ha comenzado a discutirse, en círculos políticos y académicos, si el Banco de México debería ampliar su mandato para incluir explícitamente objetivos de crecimiento económico además de su tarea central: preservar la estabilidad de precios. Aunque la idea puede sonar atractiva en el discurso, la experiencia internacional advierte que confundir los fines de un banco central puede ser riesgoso.

Desde su autonomía constitucional en 1993, y con mayor fuerza a partir de 2001, cuando adoptó el esquema de metas explícitas de inflación, Banxico ha tenido un mandato claro: mantener la estabilidad en el poder adquisitivo del peso.

Esa claridad permitió que, en poco más de dos décadas, México transitara de inflaciones de dos dígitos a un régimen en el que las expectativas se encuentran ancladas alrededor de un 3%. No es un logro menor: la estabilidad de precios se convirtió en la principal aportación del banco central a la economía, y en un pilar para las decisiones de consumo, ahorro e inversión.

En contraste, la Reserva Federal de Estados Unidos cuenta con un mandato dual desde 1977, cuando el Congreso reformó su ley orgánica en respuesta a la estanflación de los años setenta.

A partir de entonces, la Fed debe procurar simultáneamente la estabilidad de precios y el máximo empleo sostenible, además de considerar tasas de interés moderadas de largo plazo.

No obstante, en las últimas décadas la práctica internacional se ha inclinado hacia el mandato único. Bancos centrales como el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra o los de países emergentes con mayor vulnerabilidad externa han optado por enfocar su tarea en el control de la inflación. ¿Por qué? Porque la tentación de favorecer el crecimiento en el corto plazo puede llevar a relajar la disciplina monetaria, con consecuencias inflacionarias que, al final, terminan por perjudicar también al crecimiento.

La historia de América Latina en los años ochenta y noventa es un recordatorio de lo que ocurre cuando los bancos centrales pierden independencia o claridad en sus objetivos.

México no es ajeno a esa lección. En el discurso de ayer, la gobernadora de Banxico, Victoria Rodríguez Ceja, subrayó con acierto que la mejor contribución que puede hacer el banco central al crecimiento no es estimularlo de manera directa, sino garantizar un entorno de estabilidad.

La certidumbre en el valor de la moneda es lo que permite a empresas y hogares planear, invertir y ahorrar sin el temor de que la inflación erosione de manera permanente sus decisiones.

La función de promover el desarrollo económico pertenece a otros ámbitos: la política fiscal, la estrategia de infraestructura, la innovación tecnológica, el clima de negocios y la seguridad pública. Al banco central corresponde, con prudencia y firmeza, mantener condiciones monetarias estables.

Si Banxico confundiera su papel y aceptara formalmente hoy en México un mandato dual, correría el riesgo de que, en momentos de debilidad económica, se le presione a reducir tasas o a relajar su postura aun cuando la inflación no esté plenamente controlada.

El costo sería una pérdida de credibilidad, un repunte en las expectativas inflacionarias y mayores primas de riesgo para el país. En otras palabras, lo que en el corto plazo parecería un impulso al crecimiento terminaría minándolo en el largo plazo.

La discusión es oportuna porque México vive un entorno económico retador, con presiones externas, volatilidad cambiaria y la necesidad de sostener la inversión. Pero precisamente en ese contexto se requiere más que nunca que Banxico mantenga la brújula firme en su mandato único. Cambiarla, o incluso difuminarla en el discurso, significaría debilitar una de las instituciones más sólidas del país.

En suma, el mensaje de la gobernadora es claro: la estabilidad de precios es la mayor aportación del banco central al desarrollo económico.

Todo lo demás debe descansar en otras políticas públicas. La autonomía y la claridad de Banxico han sido conquistas que costaron décadas y que no deben ponerse en riesgo por una ilusión de mandato dual.

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