Los argumentos con los que Donald Trump justifica el regreso de los aranceles chocan no solo con la teoría económica, sino también con la historia y la evidencia empírica.
Lo que él presenta como soluciones de “sentido común” se sostiene, en realidad, sobre una serie de mitos que simplifican problemas complejos y prometen resultados inalcanzables.
A continuación, desmenuzamos algunas de las falacias más evidentes en su discurso proteccionista:
Falacia 1: El déficit comercial se debe a que EU no cobra aranceles
Trump insiste en que Estados Unidos tiene un déficit comercial porque otros países imponen aranceles y EU, no. Pero la raíz del déficit no está en la política arancelaria, sino en un desequilibrio estructural: Estados Unidos consume e invierte más de lo que ahorra, y esa diferencia se cubre con importaciones. Es decir, el déficit refleja una dinámica macroeconómica interna, no una debilidad negociadora. Culpar a la ausencia de aranceles es como culpar al termómetro por la fiebre.
Falacia 2: Las fábricas que se fueron pueden regresar con solo subir aranceles
El sueño de repatriar fábricas con una dosis de tarifas es profundamente ingenuo. Las cadenas de suministro globales llevan décadas consolidándose. Romperlas implica costos logísticos, inversiones millonarias y años de reconfiguración. Sectores como el textil, que migraron por completo, no volverán con un decreto presidencial. Pretender que los aranceles revivirán la era dorada de la manufactura estadounidense ignora la complejidad y eficiencia de la economía global actual.
Falacia 3: Menos manufactura en el PIB es igual a decadencia económica
Trump lamenta la menor participación de la industria en el PIB como si fuera sinónimo de declive. Pero en realidad, esto es típico de las economías avanzadas. El sector servicios —más productivo y dinámico— ha desplazado naturalmente a la manufactura. Lo mismo ocurrió antes con la agricultura. Menor peso no significa desaparición, sino transformación. La riqueza no depende de fabricar más cosas, sino de generar más valor.
Falacia 4: Los aranceles traerán de vuelta los empleos industriales
La promesa de recuperar empleos fabriles mediante aranceles pasa por alto un factor clave: la automatización. Hoy, las fábricas modernas producen más con menos gente. Incluso si una empresa regresa a EU, lo hará con robots, no con obreros. La competencia tecnológica ha sido mucho más destructiva para el empleo que el libre comercio. Querer combatir la pérdida de empleos del siglo XXI con herramientas del siglo XX es una batalla perdida de antemano.
Falacia 5: Los aranceles no le cuestan nada a Estados Unidos
Trump ha dicho que “otros países” pagarán los aranceles. Falso. Quien paga el precio son los consumidores e importadores estadounidenses. Además, las represalias ya comenzaron: exportadores de EU enfrentan nuevos aranceles, pérdida de mercados y encarecimiento de insumos. Lejos de proteger la economía de EU, los aranceles pueden hacerla menos competitiva. Son un impuesto oculto que erosiona el poder adquisitivo de los ciudadanos.
Conclusión
El proteccionismo suena tentador en tiempos de incertidumbre, pero sus promesas se desmoronan al primer contacto con la realidad. El déficit comercial tiene causas internas; las fábricas no se mudan con discursos, los servicios no son enemigos del desarrollo y los empleos no se recuperan con nostalgia.
Lejos de fortalecer a Estados Unidos, los aranceles indiscriminados pueden debilitar su economía y aislarla del mundo.
Y lo más paradójico: podrían convertirse en un bumerán político para el mismo Trump que los impulsa.