Pocos hombres podrían haberse preciado de haber cambiado la historia como Mijaíl Gorbachov y, sin embargo, en su propio país, fue despedido ayer sin funerales de Estado y con la notoria ausencia de Putin.
El último secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética ascendió en la burocracia soviética como muchos otros, cumpliendo con los protocolos y rituales de ese cerrado sistema político.
Era la única manera de escalar en el poder comunista y así lo hizo hasta convertirse en 1978 en un joven secretario de agricultura de la URSS.
Tras la muerte de Leonid Brezhnev, quien encabezó la URSS desde 1964 hasta 1982, quedó al frente del Partido Comunista Yuri Andropov, legendario director de la KGB, la policía secreta rusa.
En contra de lo que pudiera creerse de un funcionario que provenía de los servicios secretos soviéticos, Andropov fue impulsor de Gorbachov, quien llegó al Comité Central del partido en 1980, como uno de sus miembros más jóvenes, cuando tenía 49 años.
En 1984 falleció Andropov y aunque un burócrata del partido quedó al frente, Konstantín Chernenko. Sin embargo, Gorbachov se perfiló como el nuevo hombre fuerte.
Chernenko duró solamente un año al frente de la URSS y falleció, dejando el terreno libre a Gorbachov que asumió la Secretaría General del Partido Comunista en 1985.
A los pocos meses de su llegada al poder, anunció un profundo programa de reformas económicas y sociales y celebró un encuentro en Ginebra con Ronald Reagan, del que surgió el más importante proyecto de desarme nuclear global que hubiera existido.
Al poco tiempo, de su arribo al poder, Gorbachov cambió también sus relaciones con los países de la órbita soviética y rechazó cualquier intento de intervención militar en naciones en las que se estaban gestando transformaciones, como en Polonia o Checoeslovaquia.
La Glasnost y la Perestroika, apertura política y transformación económica dieron una sacudida a la Unión Soviética como no había ocurrido en toda la historia de esta nación desde que la revolución 1917 la había constituido.
Si no hubiera estado al frente la URSS un personaje como Gorbachov, quizás la carrera armamentista hubiera escalado y probablemente se hubiera presenciado la invasión soviética de diversos países de Europa del Este.
No sabemos qué es lo que hubiera ocurrido con el mundo, pero tenga la certeza de que hubiera sido diferente y probablemente para peor.
A nivel interno, se produjo la apertura de un sistema político que se había cerrado 80 años antes.
Se presentaron por primera vez elecciones y Gorbachov se convirtió en el primer presidente electo de la URSS al obtener el 59 por ciento de la votación.
Sin embargo, como si hubiera explotado una olla de presión, se generó una situación política caótica que Gorbachov no pudo contener.
Por un lado, el presidente electo de Rusia, Boris Yeltsin, y por otro, las fuerzas más conservadoras presionaron a Gorbachov, quien fue perdiendo autoridad.
El extremo fue el intento de Golpe de Estado de agosto de 1991 y luego en diciembre de ese año, la constitución de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) que disolvió la URSS.
Gorbachov quedó como presidente de un país que ya no existía y presentó formalmente su renuncia el 25 de diciembre de 1991, con lo que virtualmente fue borrado del escenario político de la ex URSS.
¿Qué lecciones se deben aprender de lo hecho por Mijaíl Gorbachov?
Quienes habían vivido bajo el comunismo se volcaron a favor de la democracia, pero sin construir las instituciones que la sustentan. Ni tampoco crearon una economía de mercado legítima ni un sistema con instituciones sólidas y reglas aceptadas.
Apenas 8 años después de la disolución de la URSS llegó al poder Vladimir Putin, quien se encargó de restaurar, no el comunismo, sino un Estado autoritario que tiene amplio respaldo entre la población.
En lugar economía vibrante y competitiva, surgieron un conjunto de organizaciones mafiosas que controlaron las privatizaciones y los nuevos mercados, en un ambiente de gran corrupción.
Parte del problema derivó también de que la caída del comunismo fue vista por occidente como “el fin de la historia”, como el triunfo del paradigma liberal, y dejaron que los intentos reformistas incipientes se marchitaran prematuramente.
La población de Rusia y otras naciones ex comunistas, desencantados de los resultados de la democracia, buscaron opciones que apelaban a un pasado considerado como una especie de “edad de oro”, cuyos desastres, miserias y crueldades, muy pronto quedaron en el olvido.
Solo quedó el recuerdo de los tiempos en los que la URSS era la gran potencia mundial que al pretender modernizarse quedó como un país atrasado e irrelevante.
Así Putin consolidó un estado autoritario explotando esa nostalgia e invocando el regreso de la Gran Rusia, que inspiró la anexión de Crimea en 2014 y la reciente invasión a Ucrania.
Los políticos populistas invocan un pasado del que han borrado los malos recuerdos y dejan solo la imagen de los buenos tiempos que los modernizadores presuntamente borraron.
También es de aprenderse la manera excesivamente simplificada con la que a veces nos observan los políticos desde Estados Unidos o Europa, imaginando que los electores o ciudadanos de nuestros países se van a comportar como si estuvieran en los suyos.
Si en México queremos la preservación de la democracia en el largo plazo y una economía que recupere su capacidad de crecimiento, hay que dar respuesta a las demandas de la gente que hicieron llegar a poder a personajes, como AMLO, que tuvieron capacidad para crear la ilusión colectiva de que puede regresar ese pasado que presuntamente los “neoliberales” quisieron borrar.
No dejemos que nos pase lo que a Rusia y que sepultemos nuestra intención de progresar en aras de la ilusión de que vuelva un tiempo que ya no existirá nunca más.
Nunca más.