Datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) 2025 muestran un aumento considerable de los ingresos reales de los hogares de 15.7% entre 2018 y 2024, esencialmente impulsados por el trabajo, por las pensiones y por los programas sociales. Ello implica una gran reducción de la pobreza, 13.4 millones de personas de acuerdo con el INEGI en su reporte de ayer, institución que sustituyó al Coneval para su cálculo. Sin duda, de reflejar la realidad esta cifra oficial, se trataría de una reducción histórica, un gran avance, que nadie debe escatimar. Y como dijo Ricardo Becerra en su última columna, la mejora de los ingresos laborales reportada por INEGI no crea riqueza ni la destruye, solo la redistribuye (lo cual no es poca cosa).
De ser precisos los datos de ingresos reportados por el INEGI, se implica que el factor trabajo aumentó su participación en el PIB de manera significativa, pues el pago al trabajo aumentó 2% anualmente entre 2018 y 2024, mientras que el factor capital la disminuyó. Y en un contexto de estancamiento del PIB por habitante de los últimos 7 años, significa que lo que ganamos los trabajadores lo perdieron quienes poseen el capital. No se hizo más grande el pastel, sino que se dividió de una manera más favorable para quienes tienen sus ingresos del trabajo.
Pero más allá del tema redistributivo, no me cuadran las cifras de la ENIGH. No me checa un aumento promedio tan significativo de los ingresos por trabajo de los hogares en México, 2% en promedio anual con una pandemia en medio, en un contexto de cero crecimiento del PIB per cápita, baja inversión y con muy poca creación de empleo formal. Tampoco me checa, como indica la ENIGH, que el 30% de la población más pobre tuvo un aumento real de sus ingresos laborales del 29% en 6 años. ¿Cómo fue que mejoró su situación y su productividad? ¿Qué hicieron? ¿Fue el salario mínimo y sus efectos “faro” lo que llevó a aumentos salariales de empleados formales e informales? ¿Cómo se logró la mejora a pesar de que el número de perceptores por hogar disminuyó de 2.4 a 2.2 miembros? ¿O fue que los encuestados reportaron el ingreso por trabajo en actividades ilícitas dentro de los ingresos del hogar, como los de captura y venta de huachicol (recordemos que 30% del mercado de gasolina y diésel es ilegal), o cobro de remesas y extorsiones provenientes del crimen? Ignoro si algún día sabremos la respuesta a estas preguntas y, en todo caso, todavía es muy pronto para saber qué fue lo que sucedió. Pero los datos no cuadran.
Si bien partimos del hecho de que la ENIGH es la mejor encuesta que tenemos para calcular los ingresos, es conocido por los especialistas que, tanto en México como en otros países, calcular el ingreso y los gastos de los hogares tiene sus problemas. No es fácil conocer los ingresos de quienes los reportan, ya sea por falta de conocimiento de los ingresos de todos los miembros del hogar (¿cuántas personas conocen los ingresos de su cónyuge?), o porque simplemente lo esconden por temor a la fiscalización del SAT, el acecho del crimen, etcétera. No hay forma de contrastar los ingresos de la gente con datos fiscales, como sucede en otros países, por la enorme informalidad que prevalece en el nuestro. Tampoco cuadran los datos con las llamadas “Cuentas Nacionales” (que calculan el PIB y otras variables macroeconómicas), como la relativa a la masa salarial, ni tampoco con otros datos calculados de manera independiente.
Ejemplifico con dos casos ilustrativos que muestran lo lejano que están los ingresos reportados en la ENIGH de otros datos presumiblemente duros, que provienen de registros administrativos. Primero, la ENIGH más reciente reporta que cada hogar percibió 1,394 pesos mensuales (el 6.3% del total de sus ingresos monetarios) de programas sociales diferentes a las pensiones. Sin embargo, si se toma el gasto público ejercido en estos rubros reportado por la Secretaría de Hacienda, 66 mil 270 millones de pesos mensuales, y lo dividimos entre el número de hogares reportados por la ENIGH, vemos que el monto de dinero entregado mensualmente a cada hogar en México (en promedio) fue de 1,707 pesos en 2024, que es 22.4% más alto que lo reportado por la encuesta. Si los datos fueran precisos, ¿dónde quedó el dinero que no llegó a las familias?
Un segundo caso mucho más extremo es el de las remesas. De acuerdo con datos del Banco de México, el país recibió un promedio mensual de 99 millones de pesos de remesas en 2024, valuadas al tipo de cambio promedio. La ENIGH, por su parte, acaba de reportar que cada hogar recibió por remesas 199.3 pesos mensuales por hogar. Si multiplicamos esa cantidad por el número de hogares, resulta que la gente encuestada reportó que los ingresos de la población por remesas fueron solamente 7 mil 740 millones de pesos mensuales en promedio. Al comparar esta cifra con el dato oficial del Banco de México, resulta que la gente subreportó sus ingresos por remesas casi 13 veces, al declarar solamente el 7.8% de lo que realmente recibió. Peor aún, la ENIGH muestra que el monto recibido por los hogares en remesas en 2018 es prácticamente el mismo que recibieron en 2024. Pero las remesas sumaron 33.6 mil millones de dólares en aquel año, mientras que para 2024 casi se duplicaron al llegar a 64 mil millones. No hace sentido. Solo esta cifra distorsiona los resultados de la encuesta, pues esos ingresos representarían más del 10% del total.
No es la primera vez que ocurren estas incongruencias, pero no por ello dejan de ser serias. Desde hace unos diez años, muchos investigadores pugnamos porque el INEGI, con el acompañamiento de una amplia comisión académica independiente y total transparencia, realizara una revisión a fondo de la ENIGH por estos y otros problemas. No se ha hecho, pero ojalá se hiciera, y pronto. Conocer el nivel y tendencia del ingreso y el gasto de los hogares es fundamental, sobre todo cuando sirve para determinar los niveles de pobreza, la desigualdad y la efectividad de los programas sociales, temas altamente politizados. Ahora, sin el Coneval que revise las cifras, la tentación oficialista para cambiar preguntas y hacer “ajustes” metodológicos a las encuestas para “mejorarlas” es todavía mayor.