La economía mexicana lleva varios años con un crecimiento casi nulo, al tiempo que la población y las necesidades aumentan todos los días. Si bien es cierto que hay quienes afirman que ya basta de considerar al crecimiento económico como una variable fundamental, que es mejor considerar la felicidad o algún otro indicador del desempeño del país, lo cierto es que el crecimiento del PIB (per cápita) sigue siendo la medida por excelencia. Un solo número nos dice mucho sobre el estado económico de un país.
En México, la falta de crecimiento del PIB por habitante por varios años, que se traduce en una parálisis prolongada, tiene implicaciones muy importantes para el bienestar de la población. De 2018 a 2025, la economía mexicana ha estado estancada; la actividad económica por persona es la misma que hace 7 años, y es notorio. Se evidencia en la creación de empleo insuficiente para ofrecer un trabajo a quienes se suman al mercado laboral, mucho menos un empleo formal y bien remunerado. La falta de empleo se acumula año con año: de 5.5 millones de mexicanos que entraron a la fuerza laboral en los últimos 7 años, solamente 2 millones han encontrado un empleo formal, la mayor parte de los cuales se incorporó al llamado “outsourcing”. ¿Y los demás? ¿Qué hacen, a qué se dedican?
El estancamiento de la economía también afecta a todas las familias, con trabajadores o no. Dado que estamos hablando que en promedio, la población se quedó igual, quiere decir que aquellos que mejoraron tienen una contraparte en la población que empeoró en estos mismos años. Y esos que están peor, quizás por caer en el desempleo o quizás con los mismos ingresos que antes, pero que ahora deben alimentar otra boca, o se enfrentan a gastos mayores por la edad de los hijos, o tuvieron alguna enfermedad y el servicio público de salud no les atiende de manera gratuita, tendrán que ajustar a la baja su nivel de vida.
Y en este proceso, la polarización económica se hace más grave. La brecha entre los que mejoran y los que empeoran, dada la parálisis económica, se hace mayor. La desigualdad y la polarización económica son más graves. En cambio, si hubiera crecimiento económico, esto no sería necesariamente cierto. Todos podrían mejorar, aunque seguramente unos más que otros y, por tanto, la desigualdad podría aumentar. Pero todos podrían estar mejor respecto de su propia situación anterior si hubiera crecimiento económico positivo.
Pero en el caso de crecimiento per cápita cero, el retroceso de quienes empeoran su situación es peor que como estaban ellos mismos. Y eso es muy grave. Las sociedades, cuando se estancan, necesariamente implican que una parte de sus miembros estará peor. Y si este estancamiento se prolonga por años, esa población que le ha ido peor se alejará cada vez más del umbral de bienestar mínimo y será más probable que caiga en condición de pobreza.
Las familias se tienen que ajustar ante este tipo de adversidades. Ajustarán sus gastos a la baja donde puedan hacerlo. Por ejemplo, reducirán su gasto en mantenimiento de su vivienda, en la calidad de la escuela de sus hijos, en los alimentos que consumen, en su forma de transporte, en sus diversiones, en su modo de vida. Si antes renovaban su auto cada cinco o seis años, ahora lo harán cada ocho o nueve; si antes pintaban la fachada de su casa cada tres años, ahora lo harán cada cinco o siete años. El ajuste a los gastos también alcanza al gobierno en sus diversos niveles. Los baches serán más frecuentes en las calles, los apagones de luz se harán más habituales, la disponibilidad de medicinas y disponibilidad de tratamientos hospitalarios en el sistema de salud se volverán cada vez más inciertas, la calidad de los servicios públicos irá decayendo. Sólo se darán “manitas de gato” a las escuelas, a las casas y edificios, en lugar del mantenimiento apropiado y necesario. No hay alternativa ante el estancamiento de la economía que deja de generar ingresos públicos suficientes. Como ejemplo, sólo basta ver la precaria situación del metro de la Ciudad de México que día con día envejece rápidamente.
Así, la paralización económica se notará en nuestra vida cotidiana. De hecho, ya le está ocurriendo a una gran parte de la población y se hace evidente en las calles, en las familias, en las caras de quienes acuden a su trabajo diariamente. Estamos ante un proceso gradual pero constante de precarización, de pérdida de acceso a satisfactores de todo tipo. Y todo esto antes de los aranceles de Trump y los “ajustes” al T-MEC, que seguramente obstaculizarán aún más el crecimiento económico. El estancamiento lleva irremediablemente a la pobreza.