Las dos semanas previas describí en este espacio el que parece será el panorama criminal del futuro próximo: la desarticulación de algunas de las mafias regionales más agresivas, una relativa pacificación y, sobre todo, el surgimiento de una sola organización –el CJNG– como el grupo dominante en prácticamente todo el territorio nacional (con la notable excepción de la Ciudad de México y unos cuantos estados). Ante la alianza de los Guzmán con el CJNG, y el inevitable declive del poder de los Zambada y sus socios, resulta plausible anticipar que el CJNG consolide una posición cercana al monopolio del tráfico de drogas y otros giros criminales altamente rentables. A raíz de estos textos se me ha planteado una pregunta obvia: ¿es esto una buena noticia, o estamos entrando a una nueva pax narca bajo el dominio de Nemesio Oseguera Cervantes, El Mencho?”.
La respuesta, por supuesto, depende de varios factores. En este nuevo periodo, sería esencial que el gobierno restablezca los límites que los criminales respetaban en el pasado (incluso en los 80, cuando el Cártel de Guadalajara, liderado por Miguel Ángel Félix Gallardo, tenía un predominio absoluto en materia de narcotráfico).
El primer límite es el uso de la violencia. En la medida en la que haya una respuesta contundente a las agresiones armadas y las masacres, los criminales buscarán limitar su propio uso de la violencia. Lo anterior también tendrá como resultado una disminución de la extorsión y de los delitos que más afectan a la población. En lo relativo a este primer límite ya se ha logrado un avance significativo durante el último año. Sin embargo, sigue habiendo pendientes importantes, en particular en el caso de las desapariciones.
El segundo límite se refiere al poder de fuego y el “estado de fuerza” de los brazos armados del CJNG. Mientras Oseguera Cervantes conserve el ejército privado más poderoso del mundo, los mexicanos no tendremos la paz asegurada. Cualquier intento de captura, cualquier choque accidental entre un comando armado y una autoridad, puede dar lugar a un enfrentamiento o incluso a un nuevo escalamiento de la violencia de varios meses, como ya ha pasado una y otra vez en las últimas dos décadas. Avanzar hacia una pacificación estable implica necesariamente algún grado de desarme, incluso si se permite que el CJNG conserve el control sobre el grueso del negocio del tráfico trasnacional de drogas.
El tercer límite, el más difícil de restablecer, tiene que ver con la intromisión criminal en el ámbito electoral, en particular el control de gobiernos municipales. Han quedado de sobra documentadas las tácticas de los criminales para colocar a su gente en los ayuntamientos, y algunos alcaldes no hacen ningún esfuerzo por ocultar su simpatía por El Mencho. En este tema, la ‘4T’ se dio un balazo en el pie. En su afán por controlar las autoridades electorales y judiciales, Morena ha eliminado una distancia que sería indispensable para avanzar hacia la necesaria depuración de candidaturas y cuadros partidistas.
Ante este complejo panorama, el secretario de Seguridad hace frente a una delicada situación. Después del periodo de predominio de las Fuerzas Armadas que tuvo lugar con AMLO, la Secretaría de Seguridad nuevamente se ha posicionado como el centro neurálgico de la estrategia nacional de combate al crimen organizado. Sin embargo, lo hace con recursos menguados, y no parece que en Palacio Nacional haya interés por abrir las llaves del presupuesto al sector seguridad, como pasó en tiempos de García Luna.
García Harfuch tiene que elegir bien sus batallas. A sabiendas de que las corporaciones de policía locales –con honrosas excepciones– están cooptadas por la delincuencia, debe buscar la forma de estirar la cobija y acordar con Defensa y Semar dónde privilegiar el despliegue de elementos. Por ahora, la prioridad es contener la crisis en Sinaloa y confiar en que no haya un nuevo incendio en otro estado. También debe buscar aliados y, aunque no cuadre bien con el discurso oficial, me parece que la alianza más promisoria es con las agencias de seguridad de Estados Unidos (que son las únicas que no tendrán demasiados miramientos a la hora de actuar contra morenistas demasiado cercanos a los criminales). Washington es un socio caprichoso y algunas de sus exigencias, como las continuas capturas y extradiciones de personajes vistosos, generan sus propios riesgos. Sin embargo, la alternativa de una alianza tácita con la organización de las cuatro letras sería incluso más riesgosa.