Eduardo Guerrero Gutiérrez

El acuerdo con Estados Unidos, indispensable para recobrar nuestra soberanía perdida

La firma del acuerdo de seguridad que persiguen voluntariamente México y EU podría convertirse en el mecanismo idóneo para recobrar gradualmente las tres dimensiones de la soberanía que extraviamos en el camino.

Al parecer esta semana se anunciará un acuerdo binacional de seguridad México-Estados Unidos. Será muy interesante conocer el contenido de este acuerdo, sus objetivos, sus alcances y límites e, incluso, su duración. México necesita, con carácter de urgente, un acuerdo de objetivos ambiciosos, que trasciendan el corto plazo, y que sea al mismo tiempo integral, es decir, que aborde las múltiples dimensiones que posee actualmente la inseguridad y la violencia en México, y que además impacte rápida y notoriamente el funcionamiento de las instituciones, penetradas por intereses mafiosos.

Por dar algunos ejemplos, sería deseable que ahora o más adelante (pues probablemente este acuerdo se amplíe gradualmente) el acuerdo sea una plataforma para regular temas clave como capacitación y profesionalización, intercambio de inteligencia, certificación (vetting) de autoridades clave, desarme de comandos criminales, implementación de acciones disuasivas y procesos de pacificación, y selección conjunta de blancos prioritarios, entre otros.

Pronto sabremos si el acuerdo que negoció México se ajusta al tamaño de sus necesidades, o si más bien será una especie de piedra fundacional para construir desde ahí, en el mediano plazo, la gran palanca del cambio estructural que necesita México en este campo.

Varias autoridades han insistido recientemente en la importancia de que el nuevo esquema de cooperación de Estados Unidos con México no propicie la ‘subordinación’ de México, o que tal colaboración no transgreda nuestra soberanía. Este es un tema tan socorrido recientemente, que merece una exploración atenta.

En primer lugar, ¿de qué hablamos cuando discurseamos sobre ‘soberanía’? ‘Soberanía’ es un concepto con cuatro dimensiones. Primero, control interno, es decir, la capacidad efectiva de ejercer autoridad suprema en un territorio (por ejemplo, hacer cumplir las leyes y monopolizar el ejercicio de la fuerza). Segundo, si existe o no existe un reconocimiento externo, de carácter jurídico, como Estado soberano. Tercero, el grado de autonomía, la cual se relaciona con la ausencia de injerencia de otros estados en asuntos internos, Finalmente, en cuarto lugar, el nivel de ‘interdependencia’, medida por el conjunto de asuntos sobre los cuales un Estado puede ejercer control unilateral, particularmente en lo relativo a las personas y bienes que cruzan sus fronteras.

Si nos atenemos a estos criterios, el estado de nuestra soberanía deja mucho qué desear, pues solamente la soberanía ‘externa’, que es de carácter formal y está relacionada con el reconocimiento de México como Estado soberano, es la dimensión que no enfrenta desafíos.

Sin embargo, en relación con las otras tres dimensiones, nuestro nivel de soberanía está en un rango medio-bajo. En relación con el primer punto, por ejemplo, relativo a la soberanía interna, las organizaciones del crimen organizado han logrado apropiarse, en varias entidades federativas del país, de atribuciones ‘exclusivas’ del Estado, tales como el ejercicio de la fuerza, la cobranza de impuestos, la impartición de justicia (i.e., arbitraje criminal) y la provisión de seguridad privada.

Por lo que se refiere a los puntos tercero y cuarto, la situación no parece mucho mejor. En lo referente a la autonomía, Estados Unidos ha tomado recientemente medidas unilaterales, tales como la extracción de Ismael Zambada (a) El Mayo (quizás el capo más poderoso del país), la designación de seis cárteles mexicanos como organizaciones terroristas foráneas, y sanciones a instituciones financieras, las cuales han tenido un impacto significativo, tanto en el comportamiento de las instituciones de seguridad y financieras, como en la dinámica criminal a nivel nacional.

Finalmente, en lo relativo al cuarto criterio, ‘soberanía de interdependencia’, referente al alcance de las actividades sobre las cuales un Estado puede ejercer control unilateral, de manera efectiva, en lo que toca al movimiento de bienes y personas que cruzan sus fronteras, ésta se encuentra severamente limitada, tanto formalmente, por los diversos acuerdos comerciales que hemos firmado en los últimos años, como informalmente, por el control de facto que ejerce el crimen organizado sobre diversos flujos transfronterizos, especialmente en lo relativo a drogas, armas y migrantes.

En resumen, la soberanía mexicana registra actualmente un deterioro notable en tres de sus cuatro dimensiones. Aunque en su dimensión jurídica aparezca incólume, en el plano práctico nuestra soberanía enfrenta severas limitaciones, y funciona altamente fragmentada.

En este marco, la negociación y firma del acuerdo de seguridad que persiguen voluntariamente México y Estados Unidos, lejos de representar una violación a nuestra soberanía, es una fórmula que, con un buen diseño y una implementación eficaz, podría convertirse en el mecanismo idóneo a través del cual podríamos recobrar gradualmente las tres dimensiones de la soberanía que extraviamos en el camino.

Al recuperar el monopolio legítimo en el ejercicio de la fuerza, al cimentar instituciones profesionales y resilientes, y al lograr la corresponsabilidad de Estados Unidos en el tráfico ilegal de armas, el lavado de dinero y la demanda de drogas, México será una nación genuinamente soberana, y se convertirá también en un socio estratégico en el ámbito internacional.

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