Eduardo Guerrero Gutiérrez

El reality

Las cosas pintan para que, en los próximos cuatro años, tengamos más tensión, más drama, más ‘show’ y más arrestos, decomisos y despliegues impulsivos de la Guardia Nacional.

Cada semana habrá nuevos retos. Desde la locación en Mar-a-Lago, y a partir de enero desde la Casa Blanca, el televisivo anfitrión nomina a los jefes de Estado que no lo tienen contento. En la segunda temporada no hay premios, sólo penalizaciones: 25 por ciento de aranceles para quienes no monten un show icónico. Claudia Sheinbaum es de las primeras nominadas. No es sorpresa, los miembros del jurado no son #TeamMexico. Por unos días se siente la tensión, todos los dignatarios del mundo le tienen pavor a los aranceles, pero para Claudia serían un golpe mortal.

Por suerte, nuestra Presidenta hace gala de buenos reflejos. Empieza pian pianito, con un operativo en una de esas plazas del centro de la Ciudad de México, donde se venden productos chinos de contrabando desde siempre. Es una maroma de baja dificultad que no convence del todo. Pero es sólo el preámbulo, lo bueno viene después. La noche del lunes pasado, elementos federales estaban patrullando en Los Mochis, Sinaloa, cuando vieron personas armadas en una zona residencial, las persiguieron al interior de dos inmuebles cercanos, y aquello condujo a un decomiso de fentanilo ‘histórico’, ‘superlativo’, ‘el más grande de todos los tiempos’: una tonelada de pastillas azules con valor de cientos de millones de dólares. Ahora sí, el público de Fox News ovaciona. Incluso hay palmaditas en la espalda de un miembro del jurado, el congresista repúblicano Dan Crenshaw, que dice que las acciones de nuestra Presidenta son audaces, y que su secretario de Seguridad es el mero bueno, the real deal. En Mar-a-Lago el anfitrión delibera consigo mismo y anuncia complacido: México, estás a salvo… por ahora.

La reacción de Sheinbaum a las primeras amenazas de Trump es comprensible. Incluso diría que es lo que había que hacer. Manda el mensaje de que hay buena voluntad, intención de colaborar, de hacer algo. Con suerte, los golpes al contrabando chino, y al tráfico de fentanilo, mejorarán la posición de México para la negociación del T-MEC y de otros temas en la agenda bilateral. Sin embargo, también corremos el riesgo de que pase lo contrario. De que Trump nos tome la medida y que encuentre políticamente rentable poner a bailar a las autoridades mexicanas, una y otra vez, a su capricho. Con él nunca se sabe.

Los golpes mediáticos gustan al norte de la frontera, pero a nosotros nos salen caros. El problema no es sólo que los decomisos ‘históricos’ y las capturas de capos famosos no resuelvan los problemas de fondo. El problema es que –como se hacen porque sí, y no como parte de una estrategia– tienden a generar una mayor violencia en México. Eso es exactamente lo que está pasando en Sinaloa, después de la brillante maniobra de la DEA para arrestar al Mayo Zambada en julio pasado. Si el decomiso de pastillas de fentanilo, registrado en Los Mochis la semana pasada, efectivamente fue un golpe de cientos de millones de dólares, nadie va creer que ocurrió por casualidad, una noche cualquiera de patrullaje. Ya vendrán los ajustes de cuentas.

Además de las crisis de violencia. La lógica mediática de Trump, el estira y afloja, la amenazas y los golpes ‘históricos’, nos alejan de la ruta correcta, la de la verdadera colaboración que sería necesaria para hacer frente al desafío que el crimen organizado supone para América del Norte. Esta colaboración sólo podría estructurarse a partir de reglas claras, que dieran certeza a los tres países de la región, y de una visión de largo plazo. Desde hace tiempo, vengo señalando la necesidad de contar con un tratado de seguridad para América del Norte. Es una idea que suele entusiasmar a especialistas y funcionarios de carrera vinculados al sector seguridad, tanto al sur como al norte del río Bravo.

Sin embargo, la idea de un tratado, o de cualquier forma de colaboración a partir de acuerdos legales y de la construcción de instituciones, es lo opuesto a los arranques y ultimátums que han sido el sello distintivo de Trump. El tratado buscaría consolidar los esquemas existentes de colaboración: formalizarlos, ampliarlos, institucionalizarlos y acompañarlos, cuando sea necesario, de mecanismos de auditoría y rendición de cuentas.

Las cosas pintan para que, en los próximos cuatro años, tengamos más tensión, más drama, más show, y más arrestos, decomisos y despliegues impulsivos de la Guardia Nacional. Ojalá me equivoque. Ojalá que más allá de los exabruptos del presidente electo, haya voluntad para construir soluciones, o al menos pericia del gobierno mexicano para irlas buscando después de dar un buen show. Se ve complicado.

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