Edna Jaime

Morena: ¿transformación o dominación?

Morena puede convertirse en la fuerza política dominante de una nueva etapa democrática, pero sólo si elige consolidarse como un partido que respeta la división de poderes.

El sistema de partidos en México está viviendo una reconfiguración sin precedentes. Morena se encuentra hoy en una encrucijada: aspira a transformarse en un partido sólido, con reglas claras, órganos deliberativos y estabilidad territorial. Pero ese anhelo choca de frente contra una realidad: su identidad sigue arraigada en el liderazgo moral que encarna López Obrador. Este liderazgo carismático complica el paso de un movimiento a una organización política regida por normas impersonales. En esa tensión entre carisma y reglas reside su principal reto. En la tensión transformación o dominación reside el futuro del país.

El último número de Nexos, titulado “Réquiem por la transición democrática”, plantea que estamos viviendo el ocaso de la etapa pluralista mexicana (1997-2024) y el surgimiento de un nuevo régimen con rasgos autoritarios. En ese diagnóstico se advierte que el debilitamiento de órganos autónomos, la concentración de poder y la captura judicial no ocurren en abstracto, sino en contextos donde un partido avanza sin contrapesos. Morena ejemplifica ese tránsito: su aspiración a institucionalizarse convive con prácticas de control vertical y subordinación de las instituciones del Estado.

Desde enero, Morena ha desplegado una estrategia de afiliación masiva bajo el lema “Somos Millones. Súmate a Morena”. Brigadas uniformadas han sumado más de siete millones de nuevos militantes mediante visitas casa por casa y entrega de credenciales digitales. La meta es alcanzar 10 millones de afiliados, respaldados por más de 70 mil comités seccionales. Este esfuerzo organizativo se complementa con una propuesta de profesionalización de gobiernos locales, mediante el Plan Municipalista, que incluye capacitaciones, homologación de políticas públicas y mecanismos de contacto directo como los “Lunes del Pueblo”.

La narrativa oficial describe estos esfuerzos como un proceso de modernización partidaria y fortalecimiento institucional. México necesita partidos con arraigo territorial y cuadros capacitados. No obstante, el contexto altera el sentido de estas iniciativas. Morena lleva a cabo su despliegue organizativo mientras concentra el poder presidencial, legislativo y territorial, con una oposición debilitada y queriendo minar las condiciones reales de competencia electoral.

Los textos de Nexos insisten en que esta expansión organizativa no se da en un vacío, sino en una estructura política que gira alrededor del liderazgo de un solo hombre. Las decisiones clave del partido siguen respondiendo a la lógica de cercanía personal más que a reglas preestablecidas. Así, lo que se presenta como consolidación puede convertirse en reproducción de una lógica clientelar y autoritaria, bajo el mote de la institucionalidad.

La línea que separa la profesionalización de la captura institucional es delgada. Capacitar a alcaldes y formar cuadros técnicos no necesariamente garantiza autonomía o eficiencia si esos procesos están subordinados al control partidista. En lugar de fortalecer el Estado, se consolida una red de lealtades que erosiona la distinción entre gobierno y partido. Lo mismo ocurre con el padrón: una afiliación masiva operada por brigadas partidistas puede derivar en prácticas de coacción y patrimonialización de la representación política.

El nuevo ciclo hegemónico que describen los ensayos de Nexos no representa una reedición del viejo PRI. Se está configurando una nueva hegemonía, cuya naturaleza aún está en proceso de definición. Esta hegemonía no sólo se expresa en triunfos electorales o en el control de las instituciones, sino en una renovada capacidad para moldear la opinión pública, establecer los límites del debate y definir qué se entiende por “lo político” en la vida nacional.

A diferencia de la hegemonía priista, que se asentaba en una red corporativa de lealtades y beneficios, la hegemonía emergente de Morena combina una narrativa de transformación social con una estructura de movilización territorial. Muy parecido, pero no igual (abundaré sobre esto en un próximo artículo).

Morena puede convertirse en la fuerza política dominante de una nueva etapa democrática, pero sólo si elige consolidarse como un partido que respeta la división de poderes, fomenta la crítica interna y compite en condiciones equitativas. Si su hegemonía se construye sobre la subordinación de las instituciones, no estaremos ante una transformación democrática, sino frente a la cristalización de una maquinaria de poder que repite con nuevos códigos las viejas formas autoritarias.

El futuro del sistema político mexicano está en juego. La consolidación de una nueva mayoría no es, por sí misma, motivo de alarma. Toda democracia madura requiere partidos fuertes, con visión de largo plazo y capacidad para articular mayorías. El verdadero dilema está en la forma que esa mayoría adopta: si se construye desde la deliberación, el respeto al disenso y la construcción de instituciones autónomas, podrá dar lugar a una nueva etapa democrática. Pero si se edifica sobre la subordinación del Estado, la exclusión de adversarios y la centralización del poder, no será más que una dominación prolongada, vestida con ropajes democráticos.

En este escenario, no se trata de desconocer el respaldo popular de Morena, sino de exigir que ese respaldo no sea utilizado para colonizar al Estado, silenciar la diversidad ni cerrar las vías de competencia. El poder, incluso el que se ejerce desde el mandato popular, necesita límites. Sin ellos, la democracia pierde su contenido. Evitarlo es una responsabilidad que recae, hoy más que nunca, sobre quienes aspiran a gobernar en nombre del pueblo.

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