No había que recurrir a un prestidigitador para saber lo que iba a suceder el sábado pasado. Días antes, el Zócalo se limpió, las intimidantes vallas metálicas fueron desmontadas, las avenidas de acceso libres de obstáculos y los organizadores dividiendo la plancha de concreto para que ordenadamente los contingentes ocupen sus posiciones y sean fácilmente identificados y contabilizados.
Desde las primeras horas de la madrugada, los convocados empezaron a arribar en autobuses y accedieron pacíficamente a los lugares asignados.
Los edificios frente a Palacio Nacional amanecieron cubiertos con enormes mantas con consignas de apoyo, esas que rememoran los mejores momentos del priismo mostrando la lealtad al líder en turno.
Y frente a la puerta Mariana, el templete desde el cual la presidenta, con el respaldo de legisladores, funcionarios públicos, dirigentes partidistas y gobernadores —y, por cierto, no pocos de oposición—, se dirigió al “Pueblo” para festejar siete años, que no uno, de transformación de un país que había errado el rumbo en la llamada transición democrática.
Por si faltaran muestras de que el país cambió —o regresó a su destino manifiesto, permítanme la licencia—, ahí estaban los representantes de los poderes fusionados con los líderes de los tres partidos que conforman el bloque dominante y hoy “coordinados” por la Ejecutiva Federal; por encima de las autonomías y las independencias, lo que importa es la lealtad, el “cerrar filas”.
Días antes se había movilizado la cúpula empresarial. Todo inició con una larga visita del ingeniero Carlos Slim a la mandataria y concluyó con la constitución de una nueva instancia para promover la inversión y, una vez más, anuncios de millonarias cifras para apoyar el llamado Plan México.
Todo cuando en paralelo se estaba anunciando el relevo en el Consejo Coordinador Empresarial con un personaje que sin duda no será del perfil del complaciente Francisco Cervantes.
Pero la historia no se cierra con estas movilizaciones, anuncios y fotos; el caudillo reaparece, so pretexto de la presentación de un nuevo libro; más parece el respaldo a quien ahora ocupa su lugar y que lo necesita; para quien no lo había entendido, es momento de disciplina y para eso está él.
Todo indica que algo no va bien para tener que procesar tal cantidad de personajes, símbolos y mensajes. ¿Qué podría haber detonado esto? Un breve recuento de hechos podría darnos algunas pistas.
Sin duda, el tema de la seguridad en el país, los datos cada día más escandalosos sobre la corrupción en el gobierno que se publicitó como honesto, el nepotismo evidente, el mal manejo de las consecuencias de las catástrofes naturales, la caída en la inversión pública y privada con las consecuencias en el nulo crecimiento económico y, para sellar, la movilización del sector agropecuario por el tema del agua y la inseguridad.
Vamos por partes; sin duda, el asesinato de Carlos Manzo en Uruapan se convirtió en un referente nacional y detonó la manifestación pública de un descontento contenido, pero que está marcando la vida cotidiana de una población que, independientemente de su nivel socioeconómico y la actividad que realice, vive en la permanente zozobra del asalto y la extorsión, al límite en que la narrativa oficial ya no alcanza para el consuelo.
Así, las manifestaciones en Michoacán, las del 15 de noviembre, los bloqueos a carreteras, avenidas y pasos fronterizos son muestras de un descontento creciente.
Pero lo que sin duda debe levantar más de una ceja de preocupación entre los que hoy gobiernan es la composición de quienes se manifiestan; no se trata solo de quienes conformaron la “marea rosa”; a ellos se suman jóvenes, sectores populares y campesinos, una integración explosiva, difícil de descalificar solo con el epíteto de neoliberales conservadores.
Ante todo ello, malos resultados de gobierno que se consignan en las diversas encuestas, que si bien dan cuenta de una alta popularidad presidencial, aunque decreciente, también reflejan una muy mala percepción de la ciudadanía respecto de los pobres resultados del gobierno de la 4T, en los más diversos rubros, trátese de inseguridad, salud, educación o servicios públicos.
Los ideólogos responsables de la narrativa de la 4T tenían que competir con las movilizaciones de protesta, “recuperar” el Zócalo, mostrar “músculo” exagerando al extremo de que algunos medios publicaron que quienes se congregaron fueron 600 mil personas, cifra que ni en los mejores tiempos del nacionalismo revolucionario ni de cerca se atrevieron a mencionar.
Sin duda, el actual gobierno debe estar viendo que algo no marcha bien en el ánimo social de cuya polarización es responsable, de manera tal que echaron a andar toda la maquinaria corporativa y mercadológica para nublar con su narrativa su ineficiencia.
Pero la sociedad es tolerante hasta el límite en el que los más elementales mínimos de convivencia y supervivencia la amenazan.