Mucho se ha escrito sobre el poder de la narrativa para construir realidades alternas, para ocultar la realidad, para sumar multitudes en torno a un liderazgo, a un movimiento, a un enemigo común. La fuerza de una narrativa para alinear conciencias y conductas.
La narrativa está construida con muchas historias que comparten un denominador común y que describen los hechos o el futuro sobre la base de unas cuantas ideas repetidas sistemáticamente y que con pocos elementos simples tratan de ocultar la complejidad.
Lo anterior se ve con toda claridad y crudeza en la sociedad contemporánea; sin embargo, este ha sido un fenómeno que ha acompañado a la humanidad.
La ignorancia, la falta de explicaciones o bien la intención de vender un producto, un servicio o conquistar a un electorado o convocar a un conglomerado para defender un territorio o conquistar otro o defender la fe o imponer una ideología, han sido motivos que cuentan con el resorte emocional de una narrativa que puede justificar hasta la muerte.
Sin embargo, el puro discurso no es suficiente si no está acompañado de algunos hechos que le permitan reproducirse, trátese de noticias sobre avances en el campo de batalla, resultados electorales o incremento en las ventas. Pero también es cierto que la “necia realidad” termina por imponerse.
Cuando los hechos golpean el rostro de la gente y amenazan su intimidad, la narrativa se va desmoronando. Así, el poderoso Goebbels, el carismático Mussolini o instituciones como la iglesia o partidos políticos omnipresentes (trátese del PRI, el PCUS o el PC chino) terminan por desaparecer o bien se renuevan renunciando a algunos dogmas que tiempo atrás eran su soporte.
Morena construyó una poderosa narrativa que le llevó a ganar las elecciones de 2018 y de 2024 y sobre la cual busca sustentar un proyecto para las siguientes décadas. Una narrativa compleja en su composición y simple en su manifestación.
Vayamos a las imágenes: se viste de guinda en fondo blanco (inmaculado), evoca un halo religioso (la virgen) y se describe como “movimiento”, renunciando a la política, esa tan desprestigiada, la que deja para sus enemigos.
Recupera la “historia Patria”, la de héroes y villanos. Se monta en ella y se autoproclama como la continuidad de lo mejor, erigiéndose como quien está corrigiendo el rumbo ante los desvíos. Pretende vestirse de mexicanidad, de autenticidad, ante los desfiguros extranjerizantes.
Todos los males y problemas encuentran explicación en el enemigo común: el neoliberalismo y su personificación en los Salinas o Felipe Calderón, y si alguien quiere descalificar lo que se está haciendo, inmediatamente es condenado al mismo cajón de quienes son la explicación de los males.
Siguiendo la más elemental regla del populismo, se proclama PUEBLO, la encarnación y la voz del pueblo, ese etéreo personaje que se presenta como el todo; quien no está ahí no es pueblo y, por lo mismo, no se gobierna para ellos.
Sin embargo, la realidad se va imponiendo y deja al descubierto las promesas incumplidas. Así, la inseguridad, la corrupción, el nepotismo se encarnan en realidades cercanas que invaden la intimidad de las personas. De manera tal que el asesinato, el secuestro, el pago de piso y la extorsión ya no son problemas lejanos; invaden la cotidianidad y la posibilidad de sobrevivencia.
La cruda realidad manifiesta en el asesinato de Carlos Manzo, del líder de los limoneros y muchos más; la carencia de medicamentos; los cientos de miles de millones de la corrupción fiscal y la ineficiencia de los funcionarios públicos electos bajo el sello de Morena y sus aliados, deja en evidencia que no alcanza la narrativa para justificar todo.
Por eso no es de extrañar que la gente salga a la calle y se manifieste en las plazas públicas, en las carreteras y en las redes sociales. No se trata de conspiraciones de la “derecha nacional e internacional”; es la expresión de un humor público que ya no desea quedarse en la queja temerosa, discreta. Es manifestarse como lo hicieron el siglo pasado algunos de los entonces jóvenes, hoy militantes de Morena.
Quien hoy gobierna ignora, ¡sí!, ignora —no es que pretenda ignorar— lo que amplios sectores de la población manifiestan. Parece que se envuelve en su propia narrativa y se enajena de la realidad. Y es aquí cuando todos estamos en peligro; una cosa es construir un cuento para adormecer y ocultar los pesares y otra muy distinta creerse su propio cuento.
Claudia Sheinbaum convoca al Zócalo, que seguramente estará resplandeciente, libre de vallas, con todas las avenidas de acceso abiertas y sin “bloque negro”. Pareciera que cita a recuperar el templo que considera mancillado.
No se trata tan solo de festejar el primer año de gobierno, sino los siete primeros de la transformación, de celebrar la continuidad de un “proyecto histórico” que está más allá de los periodos administrativos.
Lo que no se dice es que se busca hacer frente a lo que se consideran desaires a la figura presidencial, recurso muy utilizado por los presidentes priistas, aunque ahora, a diferencia de aquellos que eran “respaldados” por los sectores del partido, es la misma presidenta quien tiene que reunirlos para instruirlos.
Han de valorar que la situación es crítica, para tener que recurrir a cerrar filas y evocar al líder. La narrativa se agota.