Dolores Padierna

Calderón, Uribe y el sexto sentido de los enanos

Uribe y Calderón son miembros destacados de esa suerte de club de violadores de los derechos humanos; expresidentes latinoamericanos que hicieron de la “mano dura” su seña de identidad.

La justicia de su país ha declarado culpable a Álvaro Uribe, expresidente de Colombia. Los delitos, soborno en actuación penal y fraude procesal, no son los más graves que muchas víctimas de su gobierno le atribuyen, pero han permitido que, por vez primera, un exmandatario colombiano tenga un pie en la cárcel.

Más tardó en conocerse la noticia que Felipe Calderón Hinojosa en salir a defender a su amigo y ejemplo. No debe extrañarnos, pues ambos comparten su desprecio por los derechos humanos y sus desplantes de machos con la sangre de inocentes.

Una mujer, la valiente jueza Sandra Heredia, fue sometida a fuertes presiones mediáticas e intentos por restarle credibilidad, al igual que a víctimas y testigos.

Con toda esa carga, emitió su sentencia a partir de pruebas y con la serenidad de quien tiene un caso bien sustentado.

La lección que nos dio la resumió ella misma: “La justicia no se arrodilla ante el poder. La justicia no sabe de nombres, ni cargos, ni estaturas”.

La elocuencia de Felipe Calderón en defensa de su amigo delincuente (dijo que es víctima de una injusticia) se hermanó con la declaración de Marco Rubio, secretario de Estado de Estados Unidos, quien acusó a una supuesta “instrumentalización” de la justicia colombiana por “jueces radicales”.

Se trata, una vez más, de una grosera intromisión como la ocurrida en el caso de Brasil, donde Donald Trump ha llegado al extremo de amenazar con sanciones por el proceso judicial contra Jair Bolsonaro (quien, por cierto, hizo lo mismo que Trump al llamar a sus huestes a atacar a las instituciones).

Calderón se alinea con los suyos, no porque verdaderamente crea en la justicia, sino porque comulga ideológicamente con ellos.

Es curioso, aunque entendible, que el segundo (y esperemos que último) presidente surgido del Partido Acción Nacional no haya tenido la misma actitud solidaria con su brazo derecho Genaro García Luna, quien purga condena en el vecino del norte.

Sobre García Luna, Calderón ha guardado un silencio tan sepulcral como la oscura y terrible etapa que inauguró en nuestro país con su fallida “guerra contra el narcotráfico”.

Que Calderón defienda a Uribe nos acerca a la idea de que seguramente es culpable.

Y es curioso que el caso haya comenzado en 2011 (el espurio aún despachaba en Los Pinos), cuando Uribe acusó a un senador de izquierda de inventar testimonios que probaban sus vínculos con un grupo paramilitar autor de múltiples atrocidades.

Con el correr del tiempo, y gracias a las pruebas, Uribe pasó de acusador a acusado. Las investigaciones probaron que sus abogados sobornaron a paramilitares presos para falsear sus declaraciones.

Uribe y Calderón son miembros destacados de esa suerte de club de violadores de los derechos humanos; expresidentes latinoamericanos que hicieron de la “mano dura” su seña de identidad y que aún hoy son celebrados en las tertulias de la ultraderecha mundial.

Organismos de derechos humanos y familiares de víctimas acusan al amigo de Calderón de miles de muertes. Entre muchos casos, sigue pendiente la justicia para los “falsos positivos”, jóvenes campesinos ejecutados extrajudicialmente para que los militares aumentaran las recompensas que ofrecía el gobierno de Uribe por cada guerrillero muerto.

En el caso de Calderón, poco podemos agregar a las abultadas evidencias de que su mano derecha favorecía a grupos delincuenciales y al incontestable hecho de que su torpe “guerra” sumió a México en una espiral de violencia que aún causa daños.

No extraña, entonces, que dos personajes de tan baja estatura moral se respalden uno al otro y participen de cuando en cuando en los mismos foros de esa suerte de internacional de la ultraderecha que adora a Trump y a las monarquías.

Nada extraño porque, como escribió el genial Augusto Monterroso, “los enanos tienen una especie de sexto sentido que les permite reconocerse a primera vista”.

COLUMNAS ANTERIORES

De aranceles y antipatriotas
Trump, entre la crueldad y la propaganda

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.