Dolores Padierna

Ricardo Anaya y lo que representa

El persistente desacato de Anaya no lo hace culpable, pero sí incrementa las dudas sobre la veracidad de las acusaciones.

Diputada Federal por la LXIV Legislatura

Ricardo Anaya, un político que edificó su carrera política a golpe de traiciones, no se presentó a la audiencia judicial en la que sería imputado por delitos como asociación delictuosa, cohecho y operación con recursos de procedencia ilícita.

La causa contra Anaya se funda en las acusaciones del ex director general de Pemex, Emilio Lozoya, quien afirmó haber entregado al panista 6.8 millones de pesos, a cambio de la aprobación de la reforma energética y en el marco de la trama de corrupción del consorcio brasileño Odebrecht.

Los abogados del excandidato presidencial pidieron al juez una nueva prórroga, que habría sido la quinta, que fue negada por el juez. Con ello se abrió la posibilidad de que la Fiscalía General de la República solicite una orden de aprehensión.

El persistente desacato de Anaya no lo hace culpable, pero sí incrementa las dudas sobre la veracidad de las acusaciones, además de empañar la imagen de un personaje que figura entre las primeras opciones de la oposición rumbo a 2024.

Anaya ha buscado convertir la causa judicial en su contra en un asunto de persecución. Se victimiza para ganar bonos en una oposición rancia –de la que grupúsculos como FRENA no son sino la arista más ridiculizable– que en su afán de retornar al poder está echando mano de ideas y estrategias propias de la Guerra Fría (basta ver la línea de “cubanización” que han echado andar un medio favorito de la derecha y una “sociedad civil” que no se atreve a decir su nombre).

La decisión de escabullirse muestra una arista interesante de la vieja clase política –vieja en sus usos y costumbres, no necesariamente en las edades de sus figuras–, para la cual la justicia y la confianza en las instituciones, controladas por ellos largos años, sólo valen cuando se aplican a los adversarios.

Esa clase política, la del Pacto por México, ve en Anaya uno de sus probables candidatos a la Presidencia, acaso uno de los más fuertes en virtud de que, para decirlo en los términos de un viejo priista, “la caballada (opositora) está flaca”.

Ante la ausencia de figuras de peso, la alianza “todos contra la 4T” busca con desesperación construir un candidato competitivo. No sería la primera vez que las fuerzas ahora unidas en la oposición al cambio inventan un candidato, pues así lo hicieron con un personaje hueco y campeón de la corrupción como Enrique Peña Nieto.

Anaya tuvo una carrera meteórica en su partido. Su ascenso comenzó de la mano del primer círculo de Felipe Calderón, al que pronto dio la espalda para sumarse al grupo de Gustavo Madero, cobijado por un grupo de diputados que se ganaron a pulso el mote de los “lords de los moches”, puesto que usaron sus posiciones para recibir comisiones de los recursos que iban a estados y municipios.

Dueño de una oratoria fácil y ayuno de escrúpulos, labró buenas relaciones con sus supuestos adversarios del PRI y su labor fue vital para que Peña Nieto pudiese conseguir la firma del Pacto por México en el arranque de su gobierno.

Tras operar las decisiones de Madero y sus aliados (por ejemplo, excluir a Margarita Zavala de la lista de candidatos a diputados), Anaya hizo con su mentor lo mismo que había hecho para ganarse su confianza: lo traicionó para hacerse de la presidencia nacional del PAN y desde ahí colocar a uno de los suyos como coordinador de los diputados.

Como presidente del PAN, Anaya usó todos los recursos a su disposición para tejer alianzas, colocar candidatos a modo y recorrer el país en la construcción de su candidatura a la Presidencia.

En 2017 contribuyó a que el PRI conservara el Estado de México, al negarse a una alianza con el PRD y MC que había promovido en otras entidades. Su candidata, Josefina Vázquez Mota, aceptó sin chistar el sacrificio que la hundió en el cuarto lugar.

La alianza con el PRI no duró porque estorbaba su candidatura. Súbito luchador anticorrupción, se lanzó contra exgobernadores priistas y sus aliados tricolores terminaron, como los panistas, acusándolo de traidor.

Anaya logró finalmente la candidatura, con el respaldo del MC y de un PRD ya en manos de un pequeño grupo atado al poder de Miguel Ángel Mancera. En su campaña, sin embargo, se encerró con su pequeño grupo de leales y siguió confiando, como hace ahora en videos para redes sociales, en sus dotes oratorias. Las florituras verbales no fueron suficientes para un personaje que no tiene más signo que la traición.

COLUMNAS ANTERIORES

Franciscus
Aranceles y Plan México

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.