Daniel Kerner

Es hora de repensar la estrategia económica

Trump seguirá usando los aranceles, tanto como estrategia de negociación comercial, como para lograr objetivos políticos. Además, quiere construir una pared arancelaria para reindustrializar su país.

El orden geopolítico, las reglas que ordenan las relaciones entre los países, está cambiando. No es algo nuevo, y no empezó con la elección del presidente Donald Trump, aunque sus acciones lo están acelerando. Trump ha regresado al poder fortalecido, con una agenda ambiciosa, enfrentando pocos límites políticos, y dispuesto a modificar la manera en que Estados Unidos, el país más poderoso del planeta, se relaciona con el mundo. En su primera presidencia Trump no hizo cambios radicales, pero los poco más de dos meses que lleva en la presidencia ya ha alterado de manera radical el orden global.

Los europeos lo entendieron rápidamente. La decisión de negociar directamente con el presidente ruso Vladimir Putin, así como la insistencia en ocupar Groenlandia, les ha dejado claro que la alianza de seguridad enmarcada en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha perdido relevancia. Empezando por Alemania, han empezado a rearmarse.

La imposición de aranceles a una gran cantidad de países el 2 de abril ha tenido un impacto similar en el tema comercial. El desplome de los mercados globales muestra que los inversionistas se están despertando a la realidad de que estamos ante un nuevo escenario. Estados Unidos ya no será el país que busca expandir el comercio internacional.

Los mercados habían subestimado este riesgo, y es probable que lo sigan haciendo. Trump seguirá usando los aranceles, tanto como estrategia de negociación comercial, como para lograr objetivos políticos. Además, quiere construir una pared arancelaria para reindustrializar su país. Es difícil que lo logre, pero en su intento puede causar una recesión global. Una vez impuestos, va a ser difícil quitarlos.

Esto quiere decir que las relaciones comerciales tal y como las hemos pensado han dejado de existir. En pocos lugares es esto más claro que en América del Norte. La esencia de un tratado de libre comercio es que sus miembros no pongan aranceles o trabas al intercambio de bienes y servicios. Y, si se imponen, los países o empresas afectados pueden buscar formas de evitarlos. Ha quedado claro, sin embargo, que Estados Unidos puede hacerlo y no hay mucho que sus socios puedan hacer.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha tenido una estrategia pragmática e inteligente, intentando apaciguar a Trump. El gobierno y la iniciativa privada están trabajando en conjunto activamente para mitigar los riesgos en miras a la revisión del TMEC. Esto es comprensible. Los beneficios de la integración con Estados Unidos han sido muchos y la incertidumbre es dañina para la economía mexicana. Pero los aranceles han sido impuestos, y es difícil ver un escenario en el cual Washington no quiera mantenerlos. Esto hará muy difícil la revisión del tratado. No hay forma de regresar al pasado.

La prioridad para los próximos años va a ser repensar la estrategia comercial del país. Es el debate más relevante en décadas. Diversificar el comercio será muy difícil en la práctica. El mundo se está fragmentando, y redireccionar el comercio es muy costoso. Tampoco es claro hacia dónde. Lo mejor que puede hacer México es mejorar sus condiciones internas para fortalecerse como un destino atractivo a las inversiones en un mundo incierto. Todos los países están siendo afectados por las políticas de Trump, y aquellos que logren reducir la incertidumbre pueden navegar mejor la crisis.

Lamentablemente medidas como la reforma judicial van a sentido contrario, y parece ser demasiado tarde para dar marcha atrás. Pero un gobierno pragmático todavía puede asegurarse que el entorno macroeconómico sea saludable. Esto debería incluir una política fiscal sólida y creíble, acompañada de una buena reforma fiscal, así como una política energética que ayude a disipar las dudas sobre la sostenibilidad financiera de Pemex y que asegure a inversionistas que las reglas del juego serán atractivas y estables. Con reglas claras, la inversión en infraestructura también puede crecer. La amenaza e incertidumbre externas puede ser un buen aliciente para repensar prioridades.

El riesgo es tomar las medidas equivocadas. El mundo se está volviendo más proteccionista, y cerrarse al mundo puede ser tentador en este momento. Ante la incertidumbre, es difícil confiar en los mercados y aumentar el rol del estado. México ya probó esa receta y no le fue bien.

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