Clemente Ruiz Duran

Repensando la geografía: el impacto de la Línea K del Tren Interoceánico

La Línea K, en ese sentido, aparece como un intento de reequilibrar el espacio económico nacional mediante infraestructura moderna y articulación logística.

El tren interoceánico que conecta Coatzacoalcos (Veracruz) con Salina Cruz (Oaxaca) es una obra estratégica para el país, y que se ha ampliado ahora con la inauguración de la Línea K compuesta por tres tramos: 1. de Ciudad Ixtepec a Tonalá; 2. de Tonalá a Huixtla; y 3. de Huixtla a Ciudad Hidalgo y la línea KA, de Los Toros a Puerto Chiapas. Esta obra es mucho más que un tramo ferroviario: representa uno de los proyectos estratégicos más ambiciosos para redefinir el papel territorial, productivo y logístico del sur-sureste de México. Desde una perspectiva histórica, esta región ha cargado con las consecuencias de una integración económica desigual, en la que sus ventajas geoestratégicas no se tradujeron en bienestar social ni desarrollo industrial sostenido. La Línea K, en ese sentido, aparece como un intento de reequilibrar el espacio económico nacional mediante infraestructura moderna y articulación logística.

En términos geoeconómicos, la Línea K ofrece una alternativa complementaria —no sustitutiva— al eje marítimo del Canal de Panamá. Si bien no se trata de replicar la eficiencia de un paso canalero ya que podría captar segmentos de comercio regional y de nicho, particularmente en cadenas manufactureras que exigen tiempos confiables y conexiones intermodales. Su verdadero potencial no está únicamente en el movimiento de contenedores entre océanos, sino en la capacidad de activar un corredor industrial con vocación energética, petroquímica, agroindustrial y manufacturera. La infraestructura ferroviaria puede convertirse en un catalizador siempre que se logre vincular a la región con inversiones productivas, parques industriales bien diseñados y servicios logísticos de clase mundial.

No obstante, la Línea K también plantea desafíos significativos. La infraestructura logística por sí misma no garantiza desarrollo. Requiere gobernanza, seguridad, estabilidad regulatoria y coordinación entre los tres niveles de gobierno. Persiste el riesgo de reproducir un modelo extractivo donde la región solo funcione como un corredor de paso sin derramar beneficios en empleo, formación técnica o encadenamientos locales. El reto es evitar que la infraestructura se convierta en un proyecto aislado y en cambio articularla con políticas de desarrollo regional, programas de capacitación y mecanismos que impulsen proveedores locales.

La Línea K podría convertirse en un símbolo de un nuevo enfoque para el sur-sureste si abre oportunidades reales para las comunidades, respeta los territorios y alinea la inversión pública con objetivos sociales. La reflexión central es que esta obra no debe evaluarse solo por sus indicadores de transporte o eficiencia logística, sino por su capacidad para transformar el territorio: crear movilidad social, diversificar la economía y generar una plataforma donde el sur deje de ser una periferia y pase a ser protagonista en la economía mexicana del siglo XXI. La Línea K del Tren Interoceánico —el eje Coatzacoalcos–Salina Cruz— está llamada a convertirse en una infraestructura estructurante no solo para el sur-sureste de México, sino también para la conectividad regional mesoamericana. En este sentido, su potencial trasciende la lógica interna del territorio mexicano y abre una oportunidad inédita para redefinir la relación económica, logística y social con Guatemala y, por extensión, con Centroamérica.

Históricamente, la frontera México–Guatemala ha funcionado más como una línea de contención, más que como una plataforma de intercambio productivo. Las barreras logísticas, la débil infraestructura y la falta de corredores eficientes han limitado la capacidad de ambos países para construir cadenas de valor compartidas. La Línea K, al conectarse con los proyectos carreteros y ferroviarios del Corredor Pacífico Centroamericano, tiene el potencial de romper la fragmentación logística y habilitar un espacio económico más articulado.

Su integración no solamente pasa por el tránsito de mercancías desde Guatemala hacia los puertos mexicanos, sino por la posibilidad de que productos agrícolas, manufacturas ligeras y mercancías intermedias guatemaltecas accedan a un corredor con mejores tiempos y costos hacia Asia y Norteamérica. Esto podría generar nuevas rutas de exportación para Guatemala, que históricamente depende del Atlántico y de rutas tradicionales hacia Estados Unidos. La Línea K también crea condiciones para detonadores industriales que conecten: la agroindustria guatemalteca (café, cardamomo, hortalizas, palma africana), la manufactura ligera (ensambles, textiles, componentes electrónicos) y los parques industriales del Istmo de Tehuantepec. Un corredor de esta magnitud permite imaginar encadenamientos donde los insumos producidos en Guatemala se integren a la manufactura mexicana, y viceversa, generando un círculo virtuoso similar al que México desarrolló con Estados Unidos tras el TLCAN, aunque en una escala diferente.

El verdadero desafío será que esta integración no sea asimétrica, sino que beneficie también a las comunidades guatemaltecas mediante empleos, inversión en infraestructura y fortalecimiento de capacidades locales.Se requiere cambiar el enfoque, ya que la conectividad ferroviaria no solo mueve mercancías; también transforma la movilidad humana. Es previsible que la Línea K modifique los patrones migratorios en la frontera sur, generando oportunidades legales de empleo y movilidad laboral ordenada conectada a los polos industriales del Istmo. En este sentido, la infraestructura puede ser una herramienta de desarrollo y no únicamente un mecanismo de control, abriendo espacios para programas bilaterales de trabajo temporal, certificación laboral y comercio fronterizo regulado. El fortalecimiento del corredor interoceánico coloca a México en una posición estratégica para impulsar un nuevo modelo de integración regional con Centroamérica, con mayor autonomía y menor dependencia de esquemas externos. A mediano plazo, esto podría contribuir a una Mesoamérica más interconectada y competitiva, con México actuando como nodo articulador entre Norteamérica, Centroamérica y la cuenca del Pacífico.

COLUMNAS ANTERIORES

Reindustrialización estratégica: una reflexión
Michoacán: cómo reconstruir el desarrollo

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.