Clemente Ruiz Duran

Tecnología, premios Nobel y el esfuerzo Secihti

El premio Nobel 2025 nos invita a un optimismo maduro: sí, el crecimiento moderno puede sustentarse en la innovación y la creatividad, pero sólo si no permitimos que lo nuevo quede atrapado en las resistencias del viejo mundo.

El gran reto de México es transformarse en un país de alta innovación tecnológica, aunque suena ambicioso, el país cuenta con los elementos para realizar la transformación, contamos con 4,478 instituciones de educación superior, de las cuales, 1,077 son públicas y 3,401 son privadas. El gran reto es que estos centros se conviertan en auténticos centros de innovación, hoy el esfuerzo es limitado, en 2024 se otorgaron 694 patentes y registraron 219 modelos de utilidad, y 654 diseños industriales, el esfuerzo es muy pequeño si nos comparamos con Brasil, que en el mismo período registró 12,914 patentes. En realidad, toda la región carece de un esquema de innovación, ya que los gigantes en este rubro son China y Estados Unidos. En el caso chino se concedieron 1,05 millones a lo largo de 2024, un aumento del 13,5% respecto al año anterior, y en Estados Unidos se concedieron en el mismo período 324.042 patentes concedidas por la Oficina de Patentes y Marcas de Estados Unidos (USPTO). Este debate adquiere fuerza hoy con el otorgamiento del premio Nobel de Economía a tres precursores de la innovación que fue concedido a Philippe Aghion y Peter Howitt, fueron distinguidos por su teoría de “creación y destrucción” (destrucción creativa): la idea de que la innovación introduce nuevas tecnologías/procesos que reemplazan los antiguos, generando crecimiento dinámico, pero también rupturas y desplazamientos. A los dos anteriores se sumó Mokyr, reconocido por identificar los requisitos para el crecimiento sostenido mediante progreso tecnológico (por ejemplo: conocimiento útil, capacidad mecánica, instituciones favorables).

La distinción reafirma una idea que desde hace décadas cobra fuerza en la teoría económica: el crecimiento de largo plazo depende no sólo de capital o mano de obra, sino del avance tecnológico y del entorno institucional que lo permita. Sin embargo, esa innovación no surge mágicamente: necesita un ambiente favorable (cultura, instituciones, educación, mercado competitivo). Muchas economías en el mundo —en particular las emergentes o con estructuras rígidas— enfrentan bloqueos institucionales, corrupción, trabas regulatorias o concentración empresarial que erosionan la capacidad de innovar. Que el Nobel celebre este enfoque es, al mismo tiempo, un llamado de atención: no basta con recursos, hace falta “la arquitectura del progreso”. El Comité del Premio en su comunicado subraya que el crecimiento sostenido no puede darse por sentado: amenazas como rigidez institucional, monopolios, proteccionismo, resistencia al cambio o debilitamiento de la libertad académica pueden frenar la innovación.

La teoría de creación y destrucción implica que la innovación desplaza tecnologías, empresas y empleos existentes. Esa destrucción no es neutral ni indolora. Se generan pérdidas, desempleo, resistencia política e incertidumbre. Reconocer este aspecto es esencial: el progreso tecnológico tiene ganadores, pero también víctimas. Por ello, uno de los grandes dilemas es envolver la innovación con políticas que mitiguen el costo social del cambio —programas de reconversión laboral, redes de seguridad social, educación continua—, de modo que la creatividad no se convierta en fuente de desigualdad o exclusión. Mokyr enfatiza que el progreso tecnológico necesita no solo “hacer que algo funcione”, sino que las sociedades comprendan por qué funciona. Es decir, el conocimiento científico debe complementar la tecnología, y debe haber estructuras que valoren la curiosidad, el pensamiento crítico, el disenso. Esto conduce a la dimensión más sutil:la libertad académica, la meritocracia, la transparencia, los incentivos a la disrupción —aspectos que muchas veces se descuidan al enfocarse sólo en lo cuantificable (inversión en I+D, patentes, capital riesgo).

Desde México, el mensaje late con especial intensidad sobre todo con la creación de Secihti, esta nueva instancia de gestión tecnológica puede ser el eslabón perdido que dé cuenta del potencial desaprovechado: la innovación y el emprendimiento existen, pero muchas veces chocan con barreras estructurales (regulación, corrupción, poca inversión en educación, financiamiento limitado). En este sentido se requiere de políticas activas de acompañamiento: fomentar centros de investigación, vinculación universidad-industria, incubadoras, incentivos fiscales, parques tecnológicos, redes de soporte.

Se requiere de instituciones fuertes que respeten la autonomía universitaria, protejan la libertad de pensamiento y creen gobernanza transparente para que el riesgo de innovación no quede acotado por intereses establecidos. El premio Nobel 2025 nos invita a un optimismo maduro: sí, el crecimiento moderno puede sustentarse en la innovación y la creatividad, pero sólo si no permitimos que lo nuevo quede atrapado en las resistencias del viejo mundo. No es una receta mágica, sino una invitación a construir conciencia, Estado sensato, ciudadanía activa e instituciones robustas que acompañen la transformación en lugar de bloquearla, requerimos transitar del crecimiento impulsado por manufactura al crecimiento impulsado por conocimiento. Es un gran reto, pero nos da pauta para establecer una nueva ruta de crecimiento.

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