Clemente Ruiz Duran

Incertidumbre global, la apuesta a lo desconocido

Para Estados Unidos, hacer que la manufactura sea más atractiva para los inversores que, por ejemplo, las finanzas, la educación y el entretenimiento sería mucho más difícil, y no solo porque estos sectores de servicios ya son altamente rentables y competitivos a nivel mundial.

Acabó el primer semestre de 2025 y la incertidumbre se ha apoderado de la economía global, derivado de que el gobierno de Donald Trump pretende convertir a Estados Unidos en una potencia manufacturera, a través de un manejo selectivo de aranceles, sin embargo, sus aranceles “recíprocos” no solo no lograrán este objetivo, sino que distanciarán a los socios comerciales de Estados Unidos, destruirán su credibilidad internacional y socavarán la estabilidad global.

A principios de marzo, después de que el presidente estadounidense Donald Trump introdujera elevados aranceles “recíprocos” a 57 países con superávits comerciales con Estados Unidos, la bolsa se desplomó. Incluso si Estados Unidos lograra mantener bajas las tasas de interés y dirigir más flujos financieros a los sectores manufactureros, garantizar la competitividad a largo plazo de dichos sectores no sería tarea fácil. Pareciera que la administración Trump quisiera replicar esquemas tarifarios como lo hicieron los países asiáticos en los años setenta; sin embargo, el mundo cambió, la gran experiencia asiática de Corea y de China se dio en un contexto totalmente diferente, en el caso de Corea del Sur lo logró aprovechando su sistema financiero relativamente cerrado y un entorno empresarial dominado por grandes conglomerados familiares (chaebols) sujetos a una importante supervisión gubernamental, y en el caso de China, con un esquema de planeación central se brindaron todo los apoyos necesarios a las empresas emergentes.

Las economías asiáticas de reciente industrialización tienen su mentalidad orientada al legado, por lo que adoptan una visión a largo plazo. A lo anterior se sumó que los gobiernos asiáticos se han asegurado de canalizar las ganancias adicionales generadas por las protecciones del mercado interno hacia inversiones de capital fijo a largo plazo, al tiempo que garantizaba que el sector financiero también adoptara un enfoque a largo plazo. Esto significó que una empresa como Hyundai invirtiera continuamente sus ganancias en la fabricación de mejores automóviles a precios más bajos para el mercado interno, a la vez que generaba empleos locales bien remunerados. Así pues, aunque los consumidores coreanos se enfrentaron a precios más altos de automóviles en los primeros años de los aranceles, con el tiempo obtuvieron importantes beneficios.

Pero en Estados Unidos impera el capitalismo accionarial, lo que significa que las ganancias a menudo se utilizan para remunerar a los accionistas, por ejemplo, mediante dividendos o recompras. Hay pocas razones para pensar que, en el sistema económico estadounidense, basado en las finanzas y orientado al corto plazo, cualquier beneficio adicional que genere la protección arancelaria se traducirá en inversiones a largo plazo en el sector manufacturero.

Si la administración Trump busca reconstruir la capacidad manufacturera de Estados Unidos debería centrarse en sectores específicos, utilizando políticas para reducir los costos de insumos críticos y, potencialmente, realizando inversiones directas. Estados Unidos no puede ni debe intentar volver a ser productor de ropa o calzado, pero podría impulsar industrias más intensivas en conocimiento que ofrezcan importantes beneficios económicos o de seguridad, para lo cual debe seguir apoyando a las universidades que más han aportado al conocimiento y no socavando sus bases financieras.

Si la administración Trump se mantiene en su enfoque actual, no solo no logrará convertir a Estados Unidos en una potencia manufacturera, sino que también distanciará a sus socios comerciales, destruirá su credibilidad internacional y socavará la estabilidad global. El país que más se beneficiará es China. A las 24 horas de la entrada en vigor de los aranceles, Trump anunció una “pausa” de 90 días para la mayoría de ellos, aunque sigue vigente un arancel base del 10 por ciento, y los aranceles sobre la mayoría de las importaciones chinas han seguido aumentando en una guerra comercial que se intensifica rápidamente. A pesar de la pausa, Trump insiste en que los aranceles son esenciales para el retorno de la manufactura a Estados Unidos.

Estados Unidos tiene costos laborales más altos que los países desde los que intenta recuperar la manufactura. Si a esto le sumamos aranceles altos y generalizados, el país se convierte en un lugar extremadamente costoso para hacer negocios; tan costoso, de hecho, que algunas empresas asiáticas han decidido que mantener la producción local sigue siendo una mejor opción que construir nuevas fábricas en Estados Unidos. En otras palabras, en lugar de fomentar la inversión extranjera directa (IED) en la manufactura local, los aranceles de Trump la están desalentando. Para alinear mejor los objetivos con los incentivos, la administración Trump debería integrar la IED en el cálculo de cualquier arancel específico para cada país. Por lo tanto, antes de dividir el déficit comercial de bienes de Estados Unidos con un país determinado por las importaciones totales de bienes de ese país (y luego dividir esa cifra entre dos) —el enfoque actual—, la administración Trump debería restar la IED del país objetivo del déficit comercial. A mayor IED, menores aranceles.

Para Estados Unidos, hacer que la manufactura sea más atractiva para los inversores que, por ejemplo, las finanzas, la educación y el entretenimiento sería mucho más difícil, y no solo porque estos sectores de servicios ya son altamente rentables y competitivos a nivel mundial. Si la administración Trump se mantiene en su enfoque actual, no solo no logrará convertir a Estados Unidos en una potencia manufacturera, sino que distanciará a sus socios comerciales, destruirá su credibilidad internacional y socavará la estabilidad global.

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