El ataque de Estados Unidos sobre las instalaciones nucleares iraníes marcó un revés a la globalización, lo que acompañado de las tarifas impuestas por Estados Unidos dan pauta de un esquema complejo que pareciera configurar una nueva realidad económica, política y social. Sobre todo, lo que más se ha afectado es la certidumbre para las inversiones trasnacionales, dejando en entredicho el camino del nearshoring que tantas expectativas había levantado en las últimas décadas.
La política del presidente Trump ha incitado a la fragmentación geopolítica, debilitando la lógica de cooperación global. Esto se suma a lo que aconteció con la pandemia, que mostró la vulnerabilidad de las cadenas globales de valor, al evidenciarse los riesgos de depender de proveedores lejanos y poco diversificados. Esto ha llevado al ascenso de liderazgos nacionalistas que han llevado a políticas de relocalización industrial, incentivos a la producción interna y desconfianza hacia el libre comercio. Se observa una creciente regionalización, donde bloques como América del Norte, Europa o Asia del Este buscan reforzar su integración interna. Las empresas están reevaluando sus cadenas de suministro buscando reducir su vulnerabilidad, sobre todo en algunas industrias estratégicas, como la de semiconductores, energía o alimentos.
Las instituciones multilaterales, como la OMC, enfrentan desafíos para hacer cumplir las reglas del comercio global, se requiere cuestionar qué papel van a jugar estas instituciones en la desglobalización, ya que hay una creciente tensión entre la eficiencia económica global y la seguridad nacional o climática. Sin embargo, más que una reversión completa, lo que se observa es una transformación hacia una “globalización selectiva” o fragmentada, donde ciertos flujos (como el comercio digital, la inversión en tecnología verde) continúan creciendo, mientras que otros (como la manufactura intensiva en mano de obra) se repliegan hacia el ámbito nacional o regional.
La desglobalización no implica el fin de la interconexión mundial, sino una reconfiguración de sus dinámicas. El mundo transita hacia un equilibrio más complejo, donde las economías buscan reducir su vulnerabilidad sin renunciar completamente a los beneficios de la interdependencia. Comprender este proceso es clave para diseñar políticas industriales, comerciales y modificar las instituciones de la globalización para adaptarlas al nuevo contexto de conflicto geopolítico de fragmentación económica, es decir, las tensiones sistémicas implican a repensar su estructura, objetivos y mecanismos de acción.
Tenemos que modificar las instituciones de la globalización para adaptarlas al nuevo contexto de conflicto. Es evidente que esta desfragmentación se da en medio de una multipolaridad creciente, en donde la hegemonía unipolar de Estados Unidos ha sido desafiada por China, India y otros actores regionales, generando disputas por liderazgo económico y normativo. La competencia por el control de sectores estratégicos (como semiconductores, energía verde o inteligencia artificial) ha debilitado la lógica de cooperación global. Se ha instaurado una desconfianza en las reglas multilaterales: Instituciones como la OMC, FMI o el Banco Mundial son vistas por muchos países en desarrollo como desequilibradas o poco representativas. Se hace evidente la necesidad de reformar la gobernanza y representación, de forma que revitalizar a estos organismos es necesario redistribuir el poder de voto en organismos como el FMI y el Banco Mundial, para reflejar el peso económico actual de países emergentes como China, India, Brasil o México.
Se requiere hacer evidente la necesidad de reenfocar la globalización hacia la resiliencia y la equidad, es necesario promover acuerdos que no solo busquen eficiencia, sino también resiliencia en las cadenas de suministro, especialmente en sectores estratégicos como salud, alimentos y energía. Es el momento de las reformas, para ello es necesario integrar cláusulas de desarrollo sustentable, derechos laborales y justicia fiscal en los tratados multilaterales, no como apéndices, sino como pilares centrales.
Para México y América Latina es necesario que frente al conflicto que plantea la desglobalización se innove con nuevas instituciones o alianzas. Es necesario crear organismos que regulen temas del siglo XXI: gobernanza de la inteligencia artificial, regulación de criptomonedas, soberanía de datos, entre otros. Es necesario fomentar la cooperación interregional: alianzas más flexibles, como foros regionales ampliados o “coaliciones de los dispuestos”, que funcionen en paralelo a los grandes organismos multilaterales. Es momento de renovarnos, ya que las instituciones globales actuales fueron diseñadas en contextos de posguerra o de liberalización masiva, no en un mundo con choques sistémicos múltiples (climáticos, tecnológicos, bélicos), ya que, si no se adaptan, perderán legitimidad y serán reemplazadas por estructuras regionales o bilaterales, lo que aumentará la fragmentación y reducirá la capacidad de gobernanza global.
Una nueva arquitectura institucional puede equilibrar el interés nacional con el bien común global, facilitando una transición ordenada hacia un orden multipolar cooperativo. Modificar las instituciones de la globalización no es desecharlas, sino reconstruirlas para un mundo más incierto, conflictivo y plural. El reto está en transitar de una globalización centrada en la eficiencia y el capital, hacia una globalización regulada, inclusiva y resiliente, capaz de sostener la paz, el desarrollo y la cooperación en un nuevo siglo de grandes tendencias tecnológicas adaptadas al nuevo contexto. Es momento de cambio, de renovación y de arriesgar para adaptarnos a una nueva realidad que es más compleja y mas polarizada.