Economía Política

Joaquín Sabina: el privilegio de la tristeza

Joaquín Sabina deja decenas, cientos de huellas en sus letras de sus abrevaderos literarios, con microtributos a sus maestros. Para empezar, a Luis Cernuda y la generación del 27 (Donde habita el olvido).

Domingo 30 de noviembre de 2025. En el antiguo Palacio de los Deportes de Madrid cae el telón. El público busca en silencio la salida a una noche fría que hiela las lágrimas: Joaquín Sabina acaba de decir adiós a los escenarios.

Sabina compuso la banda sonora de las vidas de esta peregrinación de tristes por vocación propia. Pero detrás de esas letras, frente a “la leyenda del suicida y la del bala perdida”, lo que ha habido estas décadas es un decantado, atento e incansable lector, un hombre profundamente culto.

A ese lector que forjó al maestro de nuestra lengua que es Sabina, busco rendir aquí homenaje.

El director de cine Fernando León de Aranoa rodó el documental Sintiéndolo mucho (2022) sobre la vida de su amigo querido Joaquín Sabina.

El filme permite ir de juerga con el cantautor, trasnochar con él por Garibaldi, sentarse a su lado con la guitarra y llevar encima “quince o veinte copas”, pero la película oculta lo crucial: qué es lo que permite a Sabina escribir como escribe, rimar como rima, escarbar tan hondo con sus versos.

El propio Joaquín advirtió, indirectamente, el descuido de terceros a sus lecturas en una anécdota que contó en un recital. Cito de memoria a Sabina: “Cuando conocí a Chavela Vargas y yo andaba tan enamorado de José Alfredo Jiménez [dice Sabina que es inigualable el verso ‘cuántas luces dejaste encendidas, yo no sé cómo voy a apagarlas’], le pregunté si ella había visto alguna vez a José Alfredo con un libro, leyendo”.

Ella me respondió: “Fíjese que no, pero a usted tampoco”. Touche. Sabina sabe que es imposible la generación espontánea en el genio de la escritura, que todo es un aprendizaje que siempre pasa por la lectura.

Sabina, que se inscribió en la carrera de Filología en la Universidad de Granada y dejó trunca para exiliarse en Londres en los años 70, ha reconocido la influencia en él de Miguel Hernández, Rubén Darío, César Vallejo, Rafael Alberti.

Habiendo cursado la educación básica en colegios católicos del franquismo, encontró en la Biblia un texto literario, una fuente prolífica de metáforas y personajes que habitan sus letras.

Sabina, en una compilación de 130 lectores de poesía del siglo XX, eligió de Raúl González Tuñón el poema Los ladrones (“Y son humanos, inhumanos,/ fatalistas, sentimentales,/ inocentes como animales/ y canallas como cristianos”) como el que marcara su primera juventud.

No es casual que cuando Sabina entregó su legado a la Caja de Letras del Instituto Cervantes en 2021, donara como tesoro valioso una colección completa de la revista Sur —fundada por Silvina Ocampo en 1931, donde escribían García Lorca, Ortega y Gasset, Alfonso Reyes, Bioy Casares—, que reunió en peregrinajes por librerías de viejo en Buenos Aires.

Ni que su círculo íntimo en los veranos en Rota se formara con Almudena Grandes, Luis García Montero y Benjamín Prado.

Sabina lee tres o cuatro periódicos en papel cada día. En un avión siempre lleva un libro —así sé que le gusta Dennis Lehane—, por lo que no le importan las demoras en los aeropuertos: él sigue viajando.

Sabina es cinéfilo. No solo por Yo quiero ser una chica Almodóvar, también evoca al director de Los olvidados (“yo no buscaba amores mercenarios y ella no era la venus de Buñuel”), a Luis García Berlanga y sus curas, al Padrino (cuya segunda parte al violador de Llueve sobre mojado “le ha decepcionado” y en Más de cien mentiras incluye a “gángsters de Coppola”), a Cantinflas, a Nueve semanas y media, a los guantes de Rita Hayworth…

Sabina deja decenas, cientos de huellas en sus letras de sus abrevaderos literarios, con microtributos a sus maestros. Para empezar, a Luis Cernuda y la generación del 27 (Donde habita el olvido).

Es patente su devoción por el autor de El Aleph (“entre citas de Borges, Evita bailaba con Frued”), también por García Márquez, con quien tuvo una cercana amistad, y por Rulfo (en Macondo o Comala canta, según el día, “comprendí que al lugar al que has ido feliz, no debieras jamás de volver”).

Su reverencia ante Neruda y sus 20 poemas de amor y una canción desesperada cuando inicia Inventario con “Las cosas que me dices cuando callas”. Y claro, no olvida quitarse el bombín ante Cervantes: “Lo que sé del pecado lo tuve que buscar, como un ladrón debajo de la falda de alguna, de cuyo nombre ahora no me quiero acordar”.

Si Sabina te hace llorar, no es porque escribiera borracho, sino por las letras que leyó y cultivó. Salud y hasta siempre, maestro Joaquín.

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