Economía Política

Retratar la dictadura: ‘Aún estoy aquí’

De poco o nada vale la ayuda de abogados cuando la justicia sirve al poder, ni la solidaridad de periodistas cuando impera la censura. En las dictaduras, el poder siempre es arbitrario.

Pelé y los suyos habían ganado su tercer Mundial en México 70 con un futbol fantástico. En las playas de Río de Janeiro la vida no podría ser más idílica: bajo el sol los chicos pateaban balones y las chicas jugaban voleibol, los paseantes se zabullían en el océano para refrescarse, mientras familias y amigos departían alegres. Pero en ese paraíso podía estar, también, el infierno. Brasil vivía bajo una dictadura: esa es la historia que cuenta Aún estoy aquí (Ainda Estou Aqui), la película de Walter Salles que ganó el Óscar como mejor película extranjera este 2025, y que se basa en el libro homónimo de Marcelo Rubens Paiva, cuya familia sufrió la represión autoritaria.

Es el verano de 1971 en el Cono Sur. El ingeniero Rubens Beyrodt Pavia, de 41 años, vive con su esposa Eunice y seis hijos, cinco mujeres y un niño, a unos pasos de la playa en Río de Janeiro. Las adolescentes se entusiasman con la música de los Beatles. La familia gusta de recibir amigos, escritores y periodistas en casa, preparar suflé, bailar, invitar tragos. La pareja, en sus horas libres, se entretiene en partidas de backgammon. Dan una fiesta para amigos cercanos: él, dueño de una librería y una editorial, decide dejar Brasil, tiene miedo del gobierno autoritario, y la hija mayor de Rubens, Vera, irá con ellos a Londres antes de ingresar a la universidad. Los padres de Vera descansan: piensa estudiar sociología y las redadas policiacas contra jóvenes son frecuentes; los militares en el poder están cada vez más paranoicos.

Una tarde cualquiera llaman al timbre de los Rubens. Agentes le piden al diputado que los acompañe. De nada sirve aclarar que desde hace tiempo no es legislador, que lo había sido por el Partido Laborista años atrás. Rubens se arregla, se pone corbata, besa a una de sus hijas y le dice que pronto volverá. El ingeniero parte conduciendo su propio coche, escoltado por quienes lo fueron a buscar.

Varios agentes permanecen en la casa de los Rubens, vigilando, incomodando, amedrentando. Uno de ellos tiene el descaro de jugar al futbolito con Marcelo, en la misma mesa donde éste se divertía con su padre. Pasa una noche y Rubens no vuelve. Ahora le indican a Eunice que ella y su hija Eliana también tienen que ir a la comisaría. En el camino son encapuchadas. Las conducen a una prisión. Eunice es aislada de su hija, pasa día tras día en una celda oscura, escucha lamentos y quejidos de las víctimas de la tortura. Sólo sale para ser interrogada: le muestran fotos y exigen delaciones. Reconoce a su marido, a ella misma, a una maestra de sus hijas, a ningún malechor. Casi una semana después es puesta en libertad. Vuelve a casa, al encuentro de sus hijos. Sigue sin haber rastro de su esposo, aunque ella vio, en la comisaría, estacionado el vehículo rojo de su marido. Va por el coche; le dejan retirarlo. La vigilancia policial sobre el domicilio continúa. El acecho no cesa.

A pesar de que agentes fueron por Rubens a su casa y se lo llevaron delante de su familia, de que su coche estuvo en la sede policial, las autoridades niegan su detención. De poco o nada vale la ayuda de abogados cuando la justicia sirve al poder, ni la solidaridad de periodistas cuando impera la censura. En las dictaduras, el poder siempre es arbitrario, paranoico, represor, absoluto, inclemente e impune.

Rubens nunca volvió a casa. El último registro lo brinda una mujer que estuvo presa, quien lo escuchó pedir agua. El ingeniero fue torturado y asesinado por las fuerzas de seguridad del Estado. Su cadáver jamás apareció. Sus hijos crecieron huérfanos, soñando con que volvía a casa para nadar en la playa, jugar y bailar con ellos. Gracias a la tenacidad como abogada de Eunice, su viuda, dos décadas y media después Brasil reconoció el crimen. Ningún militar pagó condena. Eunice, quien padeció Alzheimer por quince años, falleció en 2018: su lucha fue contra la desmemoria social de lo que es el autoritarismo extremo.

Suele decirse que hay que volver a la memoria para que hechos así no se repitan. Lo cierto es que hoy existen dictaduras igual de represoras en América Latina: en Cuba, Nicaragua, Venezuela. Opositores que son aprehendidos por serlo y procesados sin garantía alguna en tribunales serviles al déspota.

Cuando la vida se tiñe de verde olivo, la censura se hace cotidiana y los jueces son meros títeres del poder, cae la oscura noche autoritaria. Tristemente, ni las personas ni los pueblos escarmientan en cabeza ajena.

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