Tergiversar la historia para manipular el presente. Se trata de una vieja fórmula autoritaria. Ahora que se retoma la idea de desaparecer a los legisladores plurinominales, es indispensable documentar cómo la biografía de la democracia en México ha sido justo la de la representación proporcional: acabar con una implica sepultar a la otra. La primera reforma política para desmontar el autoritarismo fue la de 1977, cuando se dio la “apertura democrática”. Una pieza clave fue precisamente la creación de los diputados plurinominales para acabar con el Congreso de partido (prácticamente) único.
Jesús Reyes Heroles, arquitecto de esa reforma, explicó con claridad el propósito en su célebre discurso de Chilpancingo: “que el Estado ensanche las posibilidades de la representación política, de tal manera que se pueda captar en los órganos de representación nacional el complicado mosaico ideológico nacional de una corriente mayoritaria y pequeñas corrientes que, difiriendo en mucho de la mayoritaria, forman parte de la nación”. En ese discurso está la primera aceptación por el régimen posrevolucionario de la legitimidad de la oposición y de los derechos de las minorías políticas. Con no pocas adversidades, la expresión y presencia legal de esas minorías fue ampliándose hasta que, finalmente, la vieja “corriente mayoritaria” acabó siendo una más de las minorías.
Hasta antes de los diputados plurinominales, la vía fundamental de llegada a la Cámara de Diputados era a través de cada distrito: si no se derrotaba al partido oficial, la oposición era excluida de la representación aunque tuviera votaciones más que significativas. Era el diseño para el “carro completo” legislativo.
Gracias a los plurinominales, destacadas figuras de la oposición y de las izquierdas llegaron al parlamento en los años de la democratización: el líder ferrocarrilero Valentín Campa, destacados miembros del movimiento del 68 como Raúl Álvarez Garín, intelectuales como Rolando Cordera y Arnaldo Córdova, líderes magisteriales como Othón Salazar, defensoras de derechos humanos como Rosario Ibarra De Piedra —no confundir con Piedra Ibarra—, tenaces luchadores contra el autoritarismo como Arnoldo Martínez Verdugo, Heberto Castillo, Gilberto Rincón Gallardo y muchos y muchas más. No fue por concesión del poder, sino por el voto plural y libre de vastas franjas de la sociedad.
No deja de ser llamativo que Morena busque eliminar la representación proporcional que permitió la presencia parlamentaria de fuerzas como el Partido Comunista Mexicano (PCM), el Socialista Unificado de México (PSUM), el Mexicano de los Trabajadores (PMT), el Revolucionario de los Trabajadores (PRT), el Mexicano Socialista (PMS) y el de la Revolución Democrática (PRD), de las que el actual partido en el gobierno podría sentirse heredero. No es así.
Un punto de quiebre frente al hiperpresidencialismo ocurrió en 1997, cuando el Ejecutivo perdió el control de la Cámara de Diputados y se hizo realidad la división de poderes, que llevaba 80 años escrita en la Constitución sin haber sido efectiva. Ello fue posible por los plurinominales: ese año el PRI fue primera fuerza con el 38 por ciento de la votación nacional y ganó 165 de 300 distritos, más de la mitad; pero gracias a la representación proporcional, las oposiciones obtuvieron 261 diputados, el 52 por ciento.
De no existir plurinominales, las oposiciones, aun con la mayoría del voto popular, habrían seguido siendo testimoniales. Por ejemplo, en 2012 y 2015 el PRI obtuvo cuatro de cada diez votos a la Cámara de Diputados, pero sin los plurinominales Peña Nieto se habría hecho con la mayoría absoluta de las diputaciones todo su sexenio: los plurinominales hacen posible acotar al Ejecutivo.
En Morena se busca ignorar que los plurinominales también le favorecieron cuando no tenía el poder: en 2015 ganó solo 14 distritos, pero al obtener el 8.4 por ciento de la votación nacional, recibió 21 “pluris”. La representación proporcional tiene la virtud de acercar el porcentaje de votos por cada partido con su porcentaje de legisladores.
En 2024, el INE y el Tribunal Electoral concedieron anticonstitucionalmente al gobierno el 73 por ciento de los diputados con 54 por ciento del voto popular. Sin plurinominales, ese 54 por ciento se habría traducido en 85 por ciento de la Cámara: la vuelta al Congreso de partido casi único. Hacia allá vamos.
La historia es clara: sin representación del pluralismo no hay democracia.