“El poder ya no reprime, seduce”.
“La información sin reflexión es ruido. Y el ruido es la nueva forma de obediencia”.
—Byung-Chul Han
Julio César aprendió de su tío Mario que la victoria se conquista antes en la mente que en el campo. Byung-Chul Han advierte lo mismo en otro lenguaje: en la era del algoritmo, quien no sabe detenerse, pierde su libertad. Ambos coinciden en una verdad incómoda: sin silencio interior, no hay liderazgo exterior.
Hace poco hablaba en esta columna de los beneficios de la lectura y conté la buena impresión que me causó mi amigo Santiago, un joven lector que me recomendó Roma soy yo, la novela de Santiago Posteguillo que aborda los primeros años de Julio César. Regreso al tema porque esa historia –la del niño que aprenderá a ser César– se conecta sorprendentemente con un filósofo contemporáneo que conocí en un reciente congreso: Byung-Chul Han, autor de Infocracia: la digitalización y la crisis de la democracia.
Lo que separa a Mario, el viejo general romano, del pensador surcoreano no son los siglos, sino el tipo de batalla que cada uno libra: el primero en el campo, el segundo en la mente. Ambos, cada uno a su modo, nos enseñan que el liderazgo –en Roma o en la red– depende menos de la fuerza y más de la lucidez.
El tío que enseñó estrategia
En la novela, Cayo Mario, tío de Julio César, relata a su sobrino la batalla de Aquae Sextiae (102 a.C.), cuando sus legiones derrotaron a las tribus germánicas que amenazaban a Roma. No lo hace para presumir, sino para enseñar.
Le muestra al joven César que el verdadero valor no está en la sangre azul, sino en la estrategia, en la disciplina y en la obligación moral de servir a algo más grande que uno mismo. Mario representa el ideal del homo novus: el hombre que asciende por mérito, no por linaje.
César entiende que la grandeza no se hereda; se conquista. Esa lección marcará su destino y su forma de ejercer el poder con audacia, cálculo y propósito.
Siglos después, Byung-Chul Han describe otro tipo de guerra: la que libra la mente humana en el siglo XXI. Ya no hay legiones ni espadas, sino algoritmos y pantallas. El enemigo no es visible, sino el exceso de información.
Han sostiene que vivimos en una dictadura de los datos. El poder ya no castiga, distrae. El ciudadano ya no obedece por miedo, se entrega voluntariamente a la exposición, al “me gusta” y al flujo interminable de métricas que le hacen creer que participa cuando en realidad solo se deja medir. El nuevo César no conquista territorios, conquista atención.
Del ciudadano al usuario
Las redes prometieron democratizar la voz de todos, pero fragmentaron la conversación. Cada quien grita en su propio foro, convencido de tener razón mientras que la política ya no busca convencer sino acumular clics.
En esta realidad, el algoritmo recompensa la indignación más que la reflexión y el ciudadano, convertido en usuario, confunde libertad con visibilidad.
Han llama a esto psicopolítica: un poder que no oprime desde fuera, sino que seduce desde dentro. No hay coerción sino adicción.
El control funciona porque lo amamos.
La transparencia como trampa de la democracia
Han advierte que la transparencia absoluta –esa obsesión por mostrarlo todo– se ha convertido en la nueva forma de control. Todo debe ser visible, las emociones, los resultados, la intimidad y la productividad.
Pero la confianza no nace de la exposición, sino del silencio y del tiempo. En la infocracia, el misterio se vuelve sospechoso y, sin misterio, no hay profundidad. La necesidad de mostrarnos todo el tiempo nos vacía por dentro.
Pensamos menos porque hablamos más, así, el ruido digital sustituye al pensamiento pausado, lo que se refleja en la democracia misma, que requiere de reflexión, no de impulsos.
Cuando el debate público se vuelve una secuencia de estímulos, la política degenera en espectáculo. Ya no escuchamos para entender, sino para responder y así, el “yo opino” reemplaza al “yo pienso”.
Por eso, Han concluye que las democracias no mueren de censura, sino de saturación. Demasiado ruido y poca sustancia. Demasiada conexión y poca contemplación.
El arte de resistir
Frente a ese poder invisible, Han propone un antídoto sencillo y radical: recuperar la lentitud, el silencio y la contemplación. Pensar, dice, se ha vuelto un acto subversivo y apagar la pantalla, un gesto político.
Tal vez esa sea la lección que une al viejo Mario con el filósofo surcoreano es que el liderazgo auténtico no se impone, se cultiva. Y se cultiva en silencio.
La sabiduría no está en quien más publica, sino en quien mejor escucha. El siglo XXI no necesita más información, sino más criterio. No más ruido, sino sentido.
Del Rubicón al Wi-Fi
Si Julio César viviera hoy, quizá no tendría que cruzar el Rubicón, sino el umbral del modo avión.
Antes de conquistar Roma, desconectaría el Wi-Fi y antes de actuar, pensaría.
Porque, como recuerda Séneca: “Nada se parece tanto a la sabiduría como la serenidad”. Y como escribiría el propio César siglos antes de Twitter: “Los hombres, en general, juzgan más por los ojos que por la inteligencia; y todos pueden ver, pero pocos pueden pensar”.
La verdadera batalla, entonces, no es por la atención del mundo, sino por la atención de uno mismo. En tiempos de infocracia, ese es el nuevo acto de coraje.