Carlos Ruiz González

Cuando los hogares tiemblan: bullying, prevención y una serie que nos interpela

Ser proactivos no es solo una cualidad deseable en el liderazgo. Es una necesidad ética. Es actuar antes de que el problema estalle.

“Cada vez que presencias el bullying y no haces nada, estás del lado del agresor”

Tess Callahan, educadora.

Adolescence, una serie muy vista en Netflix (Atención: no diré spoilers), cuenta la historia de cómo el mundo de una familia se trastoca cuando Jamie Miller, de 13 años, es arrestado por el asesinato de una compañera de clase. Como dato cinematográfico curioso, la serie usa “one-shot filming”, es decir que cada episodio es filmado en una sola toma.

“Podríamos haber hecho un drama sobre pandillas y delitos con arma blanca, o sobre un niño cuya madre es alcohólica o cuyo padre es un maltratador violento”, afirmó Stephen Graham, el protagonista. “En cambio, queríamos que vieran a esta familia y pensaran: ‘¡Dios mío! ¡Esto podría estar pasándonos a nosotros!’”. Y lo que sucede allí es, efectivamente, la peor pesadilla de una familia común y corriente.

La serie es ficción, pero no hay ficción en el dolor real que muchas familias atraviesan cuando la violencia escolar irrumpe. No importa si se manifiesta en golpes o en humillaciones sutiles; si ocurre en un baño, en redes sociales o en un grupo de WhatsApp; el bullying desestructura, desgasta y, en ocasiones, destruye.

¿Estamos haciendo lo suficiente en nuestras empresas, nuestras escuelas y nuestros hogares? ¿Estamos asumiendo una postura verdaderamente preventiva? Aquí es donde entra una palabra que debemos rescatar con urgencia: proactividad.

Ser proactivos no es solo una cualidad deseable en el liderazgo. Es una necesidad ética. Es actuar antes de que el problema estalle. Es anticiparse para que, cuando aparezcan las secuelas psicológicas, las ausencias injustificadas o las lágrimas en silencio, tengamos un plan, es tener protocolos, formación, monitoreo y compromiso.

El bullying no es una fase, ni un “asunto entre niños”, ni una exageración de tiempos hipersensibles; es un fenómeno estructural, sostenido muchas veces por la omisión de los adultos. Y prevenirlo –como lo ha demostrado la experiencia internacional– no es una utopía.

Corea del Sur promulgó en 2004 una ley específica para prevenir la violencia escolar, después de que casi medio millón de personas se movilizaran exigiendo acción. Noruega ha logrado reducir entre un 35 y 45% los casos con programas estructurados y comunitarios. En Holanda, los programas de prevención han demostrado incluso una relación positiva de costo-beneficio: prevenir no solo salva, también es financieramente sensato (en México hay una pequeña llama que busca poner en la agenda pública el tema).

¿Qué tienen en común estos países? Una visión integral. La convicción de que este problema no se resuelve solo desde los escritorios ni con discursos correctos. Se resuelve en el aula, en los pasillos, en el recreo y, sobre todo, en casa. Se resuelve escuchando, formando, acompañando.

Por eso, revisar y fortalecer las normas de certificación Anti Bullying no es un trámite, es una apuesta por la coherencia. Por traducir valores en acción, por convertir marcos normativos en herramientas vivas, prácticas, capaces de guiar a directivos, docentes, madres, padres… y proteger a niñas, niños y adolescentes.

Necesitamos protocolos claros, alertas tempranas, formación continua y evaluación sistemática. Pero también necesitamos liderazgo. Necesitamos que el “esto aquí no pasa” deje de ser excusa. Necesitamos que los hogares conversen con las escuelas y que ambos se reconozcan como aliados en la construcción de una cultura de respeto.

Porque sí, el bullying se combate con sanciones cuando es necesario. Pero, sobre todo, se combate con cultura. Con una cultura de empatía, de intervención oportuna, de responsabilidad compartida.

Esa cultura empieza en casa en nuestras conversaciones, en nuestros silencios, en lo que toleramos y en lo que denunciamos, en cómo enseñamos a nombrar las emociones, en cómo actuamos cuando vemos a alguien excluido.

La serie Adolescence nos sacude porque nos confronta con una posibilidad inquietante: que una familia “como la nuestra” no esté exenta del colapso. Pero no estamos condenados al colapso. Podemos, si queremos, construir entornos protectores.

Recordemos la frase de Rosalind Wiseman, autora de Queen Bees and Wannabes, base de la película Mean Girls (película acerca de bullying): “No debemos quedarnos callados frente al acoso escolar. El silencio no protege a las víctimas, protege al agresor”.

No será fácil, pero tampoco imposible. Y lo más importante: es urgente.

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