“No creces cuando todo está bien.
Creces cuando decides que lo bueno ya no es suficiente.
Y eso... solo lo hace la gente despierta".
Siempre me maravilló la actitud de Sergio Raimond-Kedilhac, Director General del IPADE durante 22 años, y mi jefe y mentor otros tantos. Un hombre práctico, profundamente trabajador, que parecía tener una relación casi cordial con la adversidad. Donde otros veían crisis, él detectaba oportunidades; donde muchos buscaban refugio, él caminaba directo al centro de la tormenta.
Recuerdo que decía, con una mezcla de humor y determinación: “Estamos en el ojo del huracán, aprovecha y aprende”. Lo decía sin dramatismo, como quien acepta el reto sabiendo que de ahí saldrá distinto, más fuerte, más lúcido. En el tiempo que dirigió el IPADE, enfrentó crisis económicas gravísimas: 1982, 1988, 1994; por citar algunas. Y nunca desfalleció.
Aprendí mucho viéndolo actuar, no porque fuera infalible, sino porque nunca dejó de aprender, porque no le temía al cambio, ni a desaprender lo que ya no servía. Porque entendía algo que muchos olvidamos: que el crecimiento auténtico está al otro lado del miedo.
Ahí donde duele, empieza el crecimiento: el verdadero crecimiento no es cómodo
Después de atravesar la zona de confort, desafiar los temores en la zona de miedo y adquirir herramientas en la zona de aprendizaje, llegas finalmente a la zona de crecimiento: el lugar donde se manifiestan tus avances, tu evolución y tu potencial real.
Aquí dejas de reaccionar y comienzas a crear. Aquí se juega el partido importante.
Durante años creí que crecer era sinónimo de avanzar. Ir subiendo peldaños, coleccionar logros, engrosar el currículum. Con el tiempo –y más de una caída–, comprendí que el crecimiento real no ocurre en línea recta, sino en curva, una que a menudo comienza con la incomodidad, pasa por el miedo y termina en el aprendizaje.
Salir de la zona de confort suena fácil en las frases de LinkedIn, pero en la vida real duele. Porque lo cómodo –aunque no sea lo mejor– es predecible y porque lo conocido, aunque nos limite, nos da la falsa paz de saber dónde estamos. Lo cierto es que ningún ser humano crece de verdad sin antes atravesar un umbral de incertidumbre. Y eso exige algo que muchos evitamos: despertar.
Salir, aprender y crecer
¿Dónde empieza el crecimiento? En un punto incómodo. Ese momento en el que lo que antes bastaba, ya no llena. Cuando te preguntas: ¿esto es todo? aunque tu entorno te diga que estás bien, tú sabes que algo en ti se está durmiendo.
Salir de la zona de confort no siempre es un acto heroico. A veces es una decisión callada: hacer una pregunta que nunca te atreviste, tomar una clase a deshoras, decir que no a lo que siempre decías que sí son pequeños saltos hacia un borde desconocido, que solo tú ves.
Luego viene el miedo. Ese que muchos interpretan como una señal de que no deben avanzar, cuando en realidad es un aviso de que se está pisando territorio fértil. Porque el miedo no es enemigo del crecimiento; es su señal de entrada. El secreto no es evitarlo, sino caminar con él al lado.
Y después viene el aprendizaje. No el de los libros –aunque también–, sino el que ocurre cuando algo dentro de ti hace clic. Aprendes a ver con otros ojos, a escuchar con más profundidad, a pensar sin certezas absolutas. Aprendes, sobre todo, que crecer también es desaprender.
Ya lo decía Marcel Proust: “El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos”.
Lo bueno ya no basta
¿Y si lo bueno ya no fuera suficiente? ¿Y si esa estabilidad que tanto buscaste, ahora se convirtiera en tu mayor trampa? ¿Y si te dieras permiso de cuestionar, de reconfigurar, de iniciar algo nuevo, incluso si no tienes todo claro?
Estar despierto no es tener todas las respuestas. Es vivir con preguntas que te mantienen en movimiento. Es decidir que aunque tengas miedo, vas a moverte. Es saber que cada vez que sales de lo cómodo, te das la oportunidad de volverte más tú.
Despierta, aunque incomode
Tal vez estás en un punto en el que todo parece estar “bien”. Y eso, a veces, es lo más peligroso porque lo “bien” anestesia. Y cuando estás dormido, no creces.
Así que te dejo una pregunta: ¿qué parte de tu vida necesita que despiertes? Es posible que no tengas que hacer una revolución, basta con una decisión, una acción, una conversación.
Sal. Atrévete. Aprende. Y vuelve a crecer.
Porque lo bueno… ya no es suficiente.
Nota: Esta columna aparecerá cada viernes, en la edición digital, y cada 15 días en la impresa, ¡búscanos!