Nuevamente estamos tratando de entender exactamente qué efectos tendrán los aranceles, ahora de 25 por ciento a las autopartes y los vehículos “no estadounidenses” por parte del presidente Trump. Ya se ha escrito mucho sobre los efectos de estos aranceles en la inflación, aumento de los costos para las empresas, menor variedad de productos y el eventual impacto en la inversión extranjera, todo ello muy importante. Poco se habla, sin embargo, de otro enorme efecto pernicioso de los aranceles que ya estamos observando y que tendrá efectos más duraderos: la distorsión de los mercados y la cadena productiva completa al afectarse la competencia, incluso cuando no se apliquen los aranceles.
Los aranceles son impuestos que los gobiernos establecen para los bienes importados. Hay que tenerlo claro, imponer o subir aranceles es igual a incrementar impuestos y por eso ha sido importante que el gobierno de México no reaccione a los aranceles de Estados Unidos de manera inmediata con impuestos a nuestras importaciones que afectarían a los mexicanos. Un think tank estadounidense (Anderson Economic Group) ha estimado que este nuevo “impuesto” a vehículos y autopartes implicará un sobrecosto de entre 3 mil 500 y 12 mil dólares por vehículo que acabarán pagando los consumidores en Estados Unidos.
En teoría, estos aranceles tienen varios propósitos, entre ellos: protección de la industria nacional y el atender una supuesta amenaza de seguridad nacional. La realidad es que los aranceles muy pocas veces logran los efectos deseados (los que sean) y generan distorsiones en los mercados, incluso con la pura amenaza de su imposición. Más allá de los conocidos efectos inmediatos de los aranceles, en el mediano plazo, el efecto más amplio lo lleva la economía en general y las perspectivas de crecimiento económico y desarrollo de los diferentes países involucrados, al afectarse la dinámica de los mercados. La competencia interna y externa es fundamental para la eficiencia del mercado y estudio tras estudio se ha demostrado la relación entre la exposición a competencia externa y la productividad y eficiencia de las empresas. Cuando las empresas compiten para ofrecer mejores productos y servicios, mejora la competitividad, mejora la calidad y se reducen los precios. En ausencia de competencia (en este caso por las barreras y distorsiones que los aranceles generan) las empresas tendrán menores presiones a innovar y planear en términos de comercio global o regional. Los aranceles distorsionan el mercado al alterar los precios relativos de los bienes y esto puede llevar a una asignación ineficiente de recursos e incluso a establecer una competencia “desleal” o artificial.
Se ha comentado que los aranceles pueden ser temporales y que no hay tanto daño en aranceles que duran poco. Esto es muy discutible. Existe evidencia sobre la dificultad de regresar las cosas a un estado de competencia, aún cuando se decida remover los aranceles. Desde los famosos estudios de precios pegajosos (sticky prices) que no se ajustan rápidamente a la reducción de costos, hasta los problemas de prácticas colusorias explícitas o implícitas que suelen permanecer en el tiempo, aún ante cambios de las condiciones del mercado.
El alterar el comercio entre ciertos países, también podría tener implicaciones en mercados de otras jurisdicciones y otros podrían verse beneficiados al aumentar sus opciones de exportación. En la coyuntura específica, si bien Estados Unidos ve a China como el gran adversario, las medidas contra México, Canadá o Europa podrían acabar enviando a estos países justo a sus brazos y los mercados chinos tomarían ese vacío generado por los aranceles americanos.
Como muchos expertos han demostrado, los efectos finales de los aranceles son muy difíciles de calcular y raramente afectan a un solo grupo. Sus efectos se van multiplicando a lo largo de las cadenas productivas y la economía: todos acaban pagando un precio de un modo o de otro y el equilibro se altera de manera irreversible.