Nunca supe a ciencia cierta por qué se llamaba así. Estaba ubicado en medio de la nada en la comarca de donde eran originarios mis abuelos y era el lugar de moda y con más ambiente de la zona. Ahí había un señor que tocaba el acordeón con una pasión que prendía a todos los asistentes.
El bar se ubicaba en un subsuelo de un edificio antiguo que, según se rumoraba, era una casa de citas. La cosa es que el músico en cuestión hacía su aparición en el escenario bajando del techo como una quinceañera, pero en vez de venir sentado en una luna o una concha de mar, venía sentado en un sillón con forma de acordeón.
Según me decían algunos, el bar se llamaba así porque era un juego de palabras que combinaba la palabra bar —que es lo que era el sitio— con la frase “bajan del acordeón”, ya que el músico bajaba de un acordeón; otros decían que era porque estaba en un subsuelo y había que bajar para entrar al bar y escuchar el acordeón.
El acordeonista era muy bueno, pero según decían, nunca pudo llegar a ser famoso fuera del bar porque siempre obedecía lo que su mujer le decía, sin chistar. Parece ser que la esposa le daba órdenes sin oportunidad de que él manifestara sus puntos de vista.
Él simplemente acataba, estuviera o no de acuerdo con lo que mandaban, porque la esposa era extremadamente celosa, al grado que no le permitía saludar a otras mujeres, lo cual era muy complicado porque, siendo una figura conocida, el músico tenía algunas seguidoras. Hizo algunas giras a la capital del estado, con buenos resultados, pero parece ser que, a pesar de todo, nunca logró sacarse al pueblo de su ser; prefirió ser un pueblerino.
Y así se pasaron los años hasta que mis abuelos murieron y dejé de ir al “Barbaján del Acordeón”, habiéndolo perdido de mis recuerdos, hasta que, de manera sorpresiva, regresó a mi mente en días pasados. De hecho, fue el 13 de septiembre que vi por la televisión la ceremonia conmemorativa de los Niños Héroes de Chapultepec. No tengo muy claro por qué, pero cuando hicieron las presentaciones de los integrantes del presídium —puras personalidades— todos se aplaudían unos a otros en un hermoso diálogo con sus palmas.
Cuando llegaron a la presentación de la presidenta de la Cámara de Diputados, el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación no aplaudió. Luego explicó que se distrajo, faltaba más. No vaya usted a pensar que fue deliberado.
Y así como es de caprichosa la mente, pues me vino a la memoria el recuerdo de ese lugar: El “Barbaján del Acordeón”. Tendré que acudir con un terapeuta para ver si me puede ayudar a dilucidar el porqué de mi tren asociativo y de los misterios de la psique, si es que tiene que ver con eso. Vaya usted a saber.