“Sueño con un mercado común que se extienda desde el Yukón hasta Yucatán”, dijo Ronald Reagan en 1980 durante su campaña a la presidencia de Estados Unidos.
No fue sino hasta 1990 que Jaime Serra Puche desde la por entonces Secretaría de Comercio y Fomento Industrial (hoy SE) armó un proyecto completo a Carlos Salinas de una alianza comercial inédita con Estados Unidos y Canadá y que creó la primera región económica del mundo, un tratado de libre comercio que sigue siendo el más grande del planeta.
Aquella primera versión, el TLCAN (o NAFTA, como era más conocido en el bloque) entró en vigor en 1994 y cambió de manera radical la economía de nuestro país y fue uno de los primeros eslabones concretos de la globalización.
El 1 de julio se cumplieron 5 años de la renovación de este tratado, rebautizado T-MEC, y este aniversario llega en uno de los momentos más críticos de la relación trilateral.
A pesar de faltar un año exacto para su primera revisión, lo cierto es que todos los socios esperan que se adelante este proceso para tener un poco más de certidumbre ante una avalancha de amenazas desde la Casablanca por aranceles y tarifas que van en el sentido contrario de ese gigantesco contrato que mueve unos 3,6 millones de dólares por minuto, un crecimiento del comercio regional del 2,000% en tres décadas.
Puesto en perspectiva, lo que México comercia solo con Estados Unidos en 22 horas equivale a lo que opera con Argentina en todo un año.
Pero , si bien fue el propio Donald Trump quien impulsó la apertura y renegociación del tratado en su primera presidencia, eso no garantiza que quiera seguir adelante con el formato que él impuso. La prueba está en los aranceles que impuso a sus dos socios (nosotros y Canadá) ni bien regresó al Salón Oval. Nuevamente ha condicionado hacer negocios a otros aspectos de la vecindad como la migración, el tráfico de drogas y el avance de China como gran proveedor mundial.
Lo cierto es que haber creado una zona de libre comercio en 1994 cambió la industrialización de la región: Canadá se focalizó en impulsar las industrias y sectores que sirvieran para aumentar el comercio con su principal socio comercial, Estados Unidos, y en México se creó en el norte y centro del país un polo industrial con profundas cadenas productivas.
El sector automotriz y aeroespacial han sido de las joyas de esta corona norteamericana y hoy son los primeros heridos en esta avanzada proteccionista que lidera Donald Trump.
Entre hechos y amenazas, entre anuncios catastróficos y stand by, lo cierto es que se han caído exportaciones, inversiones, proyectos productivos, remesas y hasta se desinfló el tan socorrido nearshoring.
Se han logrado empardar algunos temas (como aranceles al acero o para la importación automotriz) o ajustes en los impuestos a las remesas, pero sin dudas son pequeñas curitas ante una operación que promete ser a corazón abierto.
No está claro cuáles serán los ases bajo la manga -y si hay tales ases- con los que llegue el gobierno mexicano a las revisiones; no está claro si la revisión signifique un cancelación del tratado ni si habrá algunos sectores que quedarán protegidos del comercio sin aranceles dentro de este corredor.
La duda es cuál será el futuro de este motor, de este tratado del que depende la mayor parte del PIB mexicano.
Hay algunas ideas off gobierno dando vueltas, como la posibilidad de convertir a los tres países en un bloque mucho más cohesionado, migrando de un tratado de libre comercio a una unión aduanera. Esta idea la tienen muy explicada y justificada el propio ideólogo del TLC, Jaime Serra Puche y gente de aquel equipo pionero de 1994 como Pedro Noyola. Se trata de un whitepaper muy completo que hace unas semanas publicó la revista Nexos. La idea es que no solo no existan aranceles entre los tres países socios sino que se homologuen los mismos aranceles de terceros países en toda la zona, lo que evitaría la actual tensión regional con respecto a la proveeduría de China.
¿Podremos festejar un próximo cumpleaños o de plano será un borrón y cuenta nueva?