Carta desde Washington

El “Pacificador”

El presidente estadounidense, en colaboración con otros líderes europeos y sobre todo en Oriente Medio, logró que el acuerdo de alto al fuego se concretara -a pesar de Netanyahu, no gracias a él.

Hace apenas tres semanas, la probabilidad de un alto al fuego en Gaza parecía un escenario remoto. Pero el lunes de la semana pasada Donald Trump llegó a Jerusalén y de ahí viajó a Sharm el-Sheikh en Egipto, donde participó en una cumbre “de paz” convocada con más de 20 líderes mundiales, la cual se buscará instrumentar posteriormente en una llamada Fase 2 mediante una conferencia a celebrarse en el Reino Unido. El mandatario estadounidense aterrizó dos días después en Washington tras lo que indudablemente pueden calificarse como sus mejores 48 horas como presidente. Su viaje relámpago le brindó todo lo que anhelaba -y todo lo que lo ha eludido- desde su primera elección en 2016. Un logro diplomático relevante; el respeto de muchos de sus pares europeos y el arropamiento de líderes del mundo árabe; elogios incluso de sus rivales políticos como los Clinton o el ex Presidente Biden; y loas en casi todos los medios de comunicación. Y no cabe duda que la validación es algo maravilloso para alguien con el ego y la megalomanía de Trump. A diferencia de su habitual petulancia y encono para con la prensa, les agradeció, eso sí acotando que era “para variar”, el “respeto y reconocimiento”.

Y la verdad, aunque se me retuerzan las tripas al escribirlo, es que Trump merece esos elogios. Estos fueron una coyuntura y un episodio internacionales que encajaron a la perfección con el conjunto de sus destrezas. ¿Cuántos de sus predecesores habrían desarrollado relaciones tan estrechas con la cúpula de líderes de la región y sobre todo del Golfo Pérsico? ¿Cuántos habrían sido capaces de amenazar y convencer simultáneamente a Hamás -con el apoyo y la presión de Qatar, Turquía y Egipto- para llegar a este punto? ¿Cuántos habrían coaccionado con tanta eficacia al primer ministro israelí en el momento de la verdad y de forma tan pública para que aceptara su plan de 20 puntos para Gaza? Hay muchas buenas razones por las cuales los presidentes anteriores podrían haber adoptado un enfoque diferente en todos estos temas: preocupaciones humanitarias, motivaciones antiautoritarias, lealtad a aliados tradicionales, evitar una escalada militar. Pero Trump siempre se aferra a sus instintos, y todo eso ahora le rindió frutos.

La gota que derramó el vaso fue la convicción de Netanyahu de que tras verse impune de los crímenes de guerra y de lesa humanidad cometidos en Gaza, no tendría mayor problema en atacar e intentar matar a los negociadores de Hamás en Qatar. Esto indignó a los líderes árabes del Golfo, cuya combinación de riqueza, autocracia y prebendas tanto atrae a Trump. Éste le leyó la cartilla a Netanyahu, obligándolo a aceptar un plan que distaba mucho de sus deseos maximalistas. Eso sí, hay que decirlo, si Biden hubiera intentado implementar el mismo plan, sin duda habría sido criticado hasta por el último de los Republicanos por no darle a Netanyahu todo lo que quería. Pero Trump es el dueño del actual Partido Republicano. Al igual que cuando Nixon fue a China, no había nadie significativamente a la derecha de Trump que pudiera desafiarlo. Así, el presidente estadounidense, en colaboración con otros líderes europeos y sobre todo de la región, logró que el acuerdo de alto al fuego se concretara -a pesar de Netanyahu, no gracias a él. Y la ausencia de éste en Sharm el-Sheikh dice mucho.

Pero hay otra verdad indiscutible: asumir que todo esto llevará a la paz definitiva en Oriente Medio no solo raya en optimismo panglossiano; es ingenuo, tal y como demostró la violación al alto al fuego por parte de Hamás el fin de semana y la justificada respuesta militar israelí. Lo que en realidad atestiguamos hace ocho días fue, en esencia, un acuerdo de alto al fuego a cambio de rehenes. Pocos -si es que alguno- de los problemas insolubles que han aquejado a Oriente Medio durante décadas están en camino a resolverse. ¿Trump valora o entiende esto? Claro que no. Solo ve lo que viene como un proceso de reconstrucción física (y una oportunidad inmobiliaria) de una Franja de Gaza destrozada. El pueblo gazatí necesita desesperadamente ayuda humanitaria y los alimentos y medicamentos deben ser la primera prioridad. Pero la reconstrucción tampoco puede esperar. Entre 60 millones de toneladas de escombros, los palestinos necesitan ayuda para reedificar hogares, escuelas, hospitales, mezquitas y otras instituciones destrozadas.

Y la celebración del acuerdo alcanzado debe verse atenuada por la acuciante realidad de que las condiciones para una paz duradera se están postergando para una futura resolución, si es que alguna vez se llega a ella. Los 20 puntos del plan de paz no ofrecen un cronograma o camino claro hacia la eventual fórmula de dos Estados -uno israelí y otro palestino- y corre el riesgo de divorciar en el futuro previsible a Gaza de Cisjordania. La Autoridad Palestina parece estar en gran medida excluida de la iniciativa de Trump, a menos que se completen reformas no especificadas; sin mecanismos que garanticen la participación y el control palestinos sobre sus propias instituciones, cualquier acuerdo corre el riesgo de congelar la subyugación bajo el lema de la paz. El plan establece además condiciones difíciles tanto para Hamás e Israel. Lograr que los terroristas de Hamás entreguen sus armas y desmilitarizar la franja se antoja mucho más difícil. Muchos analistas y expertos en la región vaticinan que el resultado más probable sea que la Fase 2 de las conversaciones se estanque, cosa que el reinicio de hostilidades -por breve que haya sido- este fin de semana manifiesta. Que el estatus quo se prolongue tanto tiempo que acabe arraigándose -con Hamás aún armado y el ejército israelí lógicamente negándose a retirarse por completo de Gaza- podría llevar a un escenario congelado similar al que existe en Líbano, con Israel atacando periódicamente a los terroristas de Hezbolá o sus depósitos de armas desde lejos. Si en uno o dos meses Hamás sigue de pie y el estado de ánimo general en Israel es que esta guerra en Gaza fue una ronda de conflicto terrible, pero solo una ronda más, Netanyahu intentará corregir curso con una reanudación de hostilidades. Basta con una provocación de Hamás y una reacción israelí desproporcionada y se puede desatar una nueva espiral de violencia. Y si bien el eventual despliegue de una fuerza internacional de estabilización, como sugiere el plan, podría llevar al ejército israelí a un mayor repliegue, aún se desconoce en gran medida qué países contribuirían a esa fuerza, cómo se financiaría y entrenaría y cuándo se desplegaría.

Todo este largo rosario de peros no significa forzosamente que la Fase 2 del plan de paz esté condenada al fracaso desde el principio, ni que lo que ha logrado Trump carezca de mérito. Pero la realidad de las circunstancias sobre el terreno, así como la capacidad y banda-ancha de atención, la actitud mercurial y las brutales oscilaciones geopolíticas de Trump (generalmente impactadas por la conversación sostenida con su último interlocutor con respecto a un tema particular) exhibidas de nueva cuenta este viernes pasado con otro giro más de 180 grados con respecto a Ucrania -después de una llamada con Putin- no son un buen augurio. Porque el patrón con Ucrania apunta a varias preocupaciones para lo que viene en Oriente Medio. Primero, inconsistencia: si la postura de Trump puede cambiar drásticamente en función de su llamada telefónica o reunión más recientes, cualquier acuerdo podría carecer de solidez y credibilidad. Segundo, acoso sobre los actores más débiles: Trump parece dispuesto a emboscar, reprender y presionar públicamente a aliados más pequeños o débiles (como Ucrania) mientras busca acuerdos con adversarios más grandes o poderosos (como Rusia), y lo mismo podría ocurrir con los palestinos e Israel. Tercero, prioriza rapidez sobre sustancia: el deseo de Trump de lograr acuerdos ipso facto puede llevar a pactos que no aborden las preocupaciones de seguridad subyacentes ni sienten bases para una paz sostenible.

Al final de día, la política exterior no se basa solo en lo que uno dice que hará, sino en lo que otros creen que uno hará, o no. En el caso de Oriente Medio (o de cualquier negociación internacional los siguientes tres años y pico que implique garantías estadounidenses), los países relevantes para el plan y la hoja de ruta de paz en Gaza legítimamente pueden poner en tela de juicio si EE.UU mantendrá el rumbo o, como veleta, cambiará de postura, con una política exterior transaccional, obsecada en obtener acuerdos superficiales y cortoplacistas, sujeta a alianzas cambiantes o motivada por goles narrativos y de percepción, en detrimento de compromisos estratégicos sólidos y sostenidos. Para países socios o aliados de Estados Unidos, ello significa mayor incertidumbre; para sus adversarios, encierra una oportunidad potencial, y para Washington, encarna una posible erosión para la cohesión geoestratégica y la credibilidad de su capacidad de disuasión. Está en Trump demostrar al mundo que este hito alcanzado en Sharm el-Sheikh no es la proverbial golondrina que no hace verano.

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