Carta desde Washington

Spoiler: esto se complica

Lo que el gobierno mexicano -éste y el anterior- no parecen haber procesado en su interacción con Trump es que hacer concesiones hoy solo lo envalentona e incentiva para formular más demandas mañana.

Ante aseveraciones -formuladas ya sea desde el atril presidencial mexicano o a través de corifeos y sicofantes- subrayando que con Estados Unidos “nos está yendo mejor que a cualquier otro país”, que “dialogamos con respeto y en igualdad de circunstancias, que “nos coordinamos, colaboramos, pero no nos subordinamos”, y ante narrativas acerca de la conducción de nuestro país y de la presidenta ante Donald Trump, se requiere una dosis constante de realidad y un llamado a ponderar con mesura y cuidado dónde estamos parados. Es un debate apremiante que debiera darse con seriedad y a fondo, en el Congreso, los medios, las organizaciones cupulares del sector privado y la sociedad en general. Si bien verse el ombligo en la actual coyuntura de la relación con EE.UU puede abonar a egos y a sondeos, vaya que puede también volvernos miopes y hacernos perder peligrosamente de vista la realidad que acecha por encima del horizonte.

Como en ningún momento a lo largo de los seis meses que el gobierno de Sheinbaum lleva cohabitando con la nueva administración estadounidense -y sobre todo desde que en 2018 México comenzó irresponsablemente a darle la espalda al mundo y a su vecino y socio comercial y a ensimismarse- había sido tan necesaria y perentoria esa discusión y conversación nacional como ahora: en el marco de los noventa días que se abren en el frente arancelario con el bote pateado al que ha jugado una vez más el presidente estadunidense; con el amago persistente del uso de la fuerza unilateral contra el crimen organizado trasnacional planeando sobre la relación bilateral; y con las señales que emanan desde Washington en toda una serie de temas de nuestra agenda común.

De entrada, como alguien que ha dedicado buena parte de su vida diplomática y profesional a ampliar y profundizar la relación con EE.UU e imbuirla de tono muscular y dirección estratégica, me parece importante dejar meridianamente claras tres cosas. Primero, no, no quiero que a México “le vaya mal” ni deseo que EE.UU nos sorraje aranceles y, a diferencia de muchos mexicanos legítimamente hastiados con la violencia y el lastre del crimen organizado, tampoco apuesto a que Washington instrumente acciones unilaterales contra el narcotráfico en suelo mexicano (la relación colapsaría) ni soy de los que creen que Trump nos va a salvar de la corrupción, impunidad, inseguridad o creciente erosión democrática. Segundo, no hay duda que la presidenta recibió un legado tóxico y un campo minado de políticas públicas, evisceración del Estado y de la administración pública federal y destrucción sistemática de la relación con EE.UU por parte de su predecesor y mentor, y que bregar con ello es una tarea endiablada. Tercero, considero que la Presidenta Sheinbaum -eso sí, apoyada en un abanico de concesiones- se ha manejado con tino e inteligencia ante su homólogo en la Casa Blanca, logrando navegar alrededor de su ego y evitando caer en dimes y diretes declarativos con él. Pero nada de esto mitiga el fardo de la realidad ni una serie de premisas que debiéramos tener claras todos.

Lo que el gobierno mexicano -éste y el anterior- no parecen haber procesado en su interacción con Trump es que hacer concesiones hoy solo lo envalentona e incentiva para formular más demandas mañana. Es un caminito que el mandatario estadounidense se aprendió desde 2019 con López Obrador al vincular la amenaza de aranceles punitivos con controles migratorios, ahora refrendado y turbocargado en 2025, con la migración de nuevo, así como con fentanilo, agua, tomate, gusano barrenador, o aviación civil más lo que se acumule esta semana. Y en este sentido me parece un error que el gobierno mexicano caiga en el garlito de la vinculación -y contaminación- temática de la agenda (un patrón iniciado por Trump precisamente en 2019, aparcado luego por Biden pero que ahora ha vuelto con venganza con el segundo periodo presidencial trumpista) al proponer, como medida para cortar el nudo gordiano de los aranceles y lo que los anima en la Casa Blanca, un “acuerdo global” que de facto deje entrelazados migración, seguridad y comercio. En una relación de poder asimétrica como la que tenemos con EE.UU, la vinculación temática solo favorece al más fuerte, y por eso durante tres décadas México pugnó por atender y resolver los distintos rubros de nuestra compleja y rica agenda bilateral en compartimentos-estanco temáticos separados. Y poner sobre la mesa potenciales medidas compensatorias, de espejeo o represalia, si bien no neutraliza a Trump, por lo menos sí lo inhibe y le genera anticuerpos con actores relevantes -políticos y económicos- estadounidenses.

Pero lo que más me inquieta es el optimismo panglosiano con el cual muchos reaccionaron a la nueva hoja de ruta que se abre para las negociaciones arancelarias los próximos tres meses y la comparación que hacen con cómo le ha ido a Canadá. Porque al final del día, la prueba está que a pesar de la diferencia de posturas entre los líderes y gobiernos de ambas naciones, hoy estamos encarando básicamente el mismo panorama arancelario y diplomático.

Me explico. Sí, a Canadá le subieron los aranceles a 35% y a nosotros nos pospusieron aranceles al 30%. Sin embargo, hay diferencias sutiles pero vitales. De entrada, Canadá ha sido exento de aranceles en el sector energético, cosa que México no; y a diferencia de México, el cabildeo, la presencia y activismo canadienses en el Congreso de EE.UU y con gobernadores de los estados cuyo principal socio comercial es Canadá ha derivado en una iniciativa de ley bipartidista aprobada en el Senado para revertir todos los aranceles impuestos a ese país por la Administración Trump y en otra más para eximir a las pequeñas empresas de los aranceles a productos canadienses. Con México, nada. Pero sin duda, la diferencia más preocupante, cuando lo que más se necesita en este momento es certeza y predictibilidad, estriba en que a diferencia de la carta que Trump envió a Sheinbaum elevando aranceles, su carta al primer ministro canadiense sí hace explícito que al entrar en vigor esos aranceles del 35%, quedan excluidas todas la exportaciones canadienses que cumplan con las reglas de origen del TMEC. En el caso de México, si bien los actuales aranceles del 25% sí conllevan esa misma excepción, ni la misiva de Trump ni sus declaraciones posponiendo para México el aumento arancelario al 30% -en una decisión que revela la intentona de la Casa Blanca de mantener la presión negociadora sobre México- explicitan que esa exclusión se mantendrá. Si la posposición y arco negociador a 90 días de por sí ya inyecta incertidumbre para los mercados y las inversiones y volatilidad diplomática, la ausencia de claridad estadounidense pública y oficial (a pesar de que en privado parece existir ese acuerdo tácito) sobre este tema toral solo ahonda esa incertidumbre. La puntilla, además, es que al aplazar una potencial resolución arancelaria, ésta se empalmará con el proceso de renegociación del TMEC que Trump pretende forzar y que seguramente iniciará en algún momento de septiembre u octubre. Ese escenario implica que el gobierno mexicano estará enfrascado en dos procesos paralelos de negociación: el de los aranceles (tanto los vinculados con fentanilo y lucha contra el crimen organizado como los que han sido aplicados a autos y autopartes, acero y aluminio y cobre) y el del propio TMEC. Menudo segundo semestre nos espera, y si encima de todo aumenta la presión para que se den acciones contundentes contra políticos ligados al crimen organizado o al blanqueo de activos (probable) o se llegase a dar alguna acción armada unilateral contra el crimen organizado en suelo mexicano (plausible), la relación bilateral puede caer en una espiral descendente de vértigo.

Todo esto conlleva tres corolarios. El primero, que no hay peor forma de ejercer la diplomacia y defender el interés nacional -y más en el caso de una relación bilateral con esa asimetría real de poder que existe con EE.UU- que recurrir al resorte ‘masiosare’ y a la diplomacia plebiscitaria y confundir la dignidad y defensa de la soberanía con la fetichización del nacionalismo. El segundo, que no es momento de visiones y lecturas timoratas; se ha abierto la posibilidad real de trabajar en un frente común con el nuevo gobierno canadiense, como lo demostró la visita la semana pasada de la canciller y el ministro de finanzas, y debemos aprovecharlo, a pesar de que haya quien diga que eso “va a caer mal” en la Oficina Oval. El pulso con EE.UU abre una oportunidad para acelerar la diversificación comercial y profundizar acuerdos estratégicos con Europa (es hora de ratificar ya el TLCUEM) y con los países americanos y asiáticos del Acuerdo Trans-Pacifico. Y tercero, que si la relación va tan bien como se subraya constantemente desde los megáfonos controlados desde el poder, no quiero imaginarme cómo se verían las cosas si aquella empieza a ir mal!

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