Carta desde Washington

El precio del rechazo y el prejuicio

Arturo Sarukhan critica la incongruencia de las manifestaciones contra la gentrificación, pues se exige respeto a nuestros connacionales en el exterior, pero hay agresiones a extranjeros en México.

Si bien los ríos de tinta y las publicaciones en redes sociales en respuesta a las manifestaciones “anti-gentrificación” -y el vandalismo que acompañó a las dos primeras- efectuadas este mes en la Ciudad de México han amainado en días recientes, sus incongruencias, los flancos que abren en la relación con Estados Unidos -en la coyuntura que viven hoy ese país y nuestra agenda bilateral- y las oportunidades perdidas para abonar a las percepciones e imagen de México en el mundo, siguen grafiteadas, a vista de todos, en las calles y paredes de la capital.

Hay que ser miopes para no darse cuenta. De entrada, no hay duda de que la gentrificación en la Ciudad de México ha sido un proceso complejo espoleado por múltiples factores interconectados; la revalorización y rescate de zonas urbanas como la Roma, Condesa u otras colonias, detonadas por mexicanos, empezó mucho antes del auge del turismo internacional y la enorme atracción cultural-artística, urbana y gastronómica capitalina y de la subsecuente llegada de nómadas digitales. La situación se aceleró indudablemente en 2022 cuando la actual presidenta de México firmó desde el gobierno de la CDMX un acuerdo con Airbnb y UNESCO para atraer turistas y nómadas digitales en el marco de la pandemia. Claramente, funcionó. Pero a ello se suma lo que se ha acumulado como resultado de la gestión de gobiernos capitalinos, los morenistas y algunos perredistas empezando claramente con el de López Obrador, y la falta de regulación inteligente y efectiva del uso del suelo, de la ausencia de planeación e inversión en otras zonas de la ciudad y de mecanismos de protección para inquilinos, y del mercado de rentas y de plataformas de hospedaje temporal que han facilitado la especulación inmobiliaria, ya sea para turistas o para quienes han elegido mudarse a vivir a nuestro país, sea de manera temporal o fija.

Pero amén del hecho de que los extranjeros -y estadounidenses en particular- son el proverbial falso enemigo, más el resultado del chovinismo y el resorte “masiosare” de grupos rancios y trasnochados, y de la ausencia de políticas públicas sociales, económicas y urbanas ilustradas, lo primero que me asaltó con estas marchas fue de nueva cuenta un tema que siempre me alarma en México: la incongruencia entre lo que se exige dientes para fuera con respecto a nuestros connacionales en el exterior, sobre todo en Estados Unidos, y las actitudes hacia extranjeros -y ya no digamos los transmigrantes- en nuestro país. Para empezar, a manera de recordatorio, hay alrededor de 11 millones de mexicanos viviendo al norte del río Bravo, de los cuales unos 5 millones son indocumentados. La inmensa mayoría de los extranjeros -y sobre todo estadounidenses- viviendo en la CDMX están en el país legalmente.

Y subrayo particularmente lo anterior porque la xenofobia reprensible, vergonzosa y deleznable que aliñó la manifestación anti-gentrificación y anti-gringa sobre todo en la Roma y Condesa ha erguido la cabeza en un muy mal momento de nuestra relación con EE.UU. En medio de los operativos agresivos de detención migratoria en el interior de ese país, sobre todo en sitios de trabajo (mayoritariamente en zonas metropolitanas y estados gobernados por Demócratas) que la Administración Trump ha instrumentado con su agenda anti-inmigrante y que han incendiado no solo ciudades como Los Ángeles sino también indignado a amplios sectores de la opinión pública de ese país, de paso generando retos endiablados para nuestra red consular (para rematar, con recursos y personal eviscerados) y para sus labores de protección, nos hemos complicado aún más la vida. A días de la primera manifestación, el Departamento de Seguridad Interior (DHS por sus siglas en inglés, dependencia a la cual pertenecen tanto la Patrulla Fronteriza como la agencia de aplicación de la ley migratoria, ICE) publicó en redes sociales un mensaje palmario para los mexicanos: “si se identifican y se entregan a ICE, los deportaremos para que se puedan unir a las manifestaciones en México contra los estadounidenses.” Tal cual.

Pero hay un tema estructural de largo aliento que es hoy por hoy uno de circunstancias desperdiciadas. Y es que nuestro país debiera aprovechar a los nómadas digitales que han llegado a la CDMX -en particular jóvenes, urbanos, con altos niveles educativos, de la generación del milenio, atraídos por cultura, gastronomía y una vida asequible- para mover la aguja de las percepciones sobre nuestro país, particularmente en EE.UU, en momentos en los cuales las lecturas mediáticas y políticas sobre lo que ocurre en México están, como nunca antes, por los suelos. Es más, cualquier ejercicio de grupo de enfoque ahí produce, al alentar a los participantes a escoger una palabra que les viene a la cabeza cuando se les menciona “México” o que relacionan con nuestro país, una nube de palabras dominada por términos como “narcotráfico”, “violencia”, “corrupción”, “migrantes” o “pobreza”. Porque la mayoría de esos nómadas digitales y estadounidenses podrían convertirse en los mejores embajadores de nuestro país en el exterior, replicadores de una realidad y una nación que de entrada los atrajo y que han escogido hacer de ella su país o residir temporalmente ahí. Es una veta de diplomacia y relaciones públicas, de poder suave mexicano, que -con un poco de imaginación, esfuerzo y cuidado- ningún despacho, por muy sofisticado que sea o por mucho que le cobre al gobierno mexicano en turno, podría replicar. Y sería una inversión de capital humano con una generación que normará percepciones en EE.UU durante las próximas décadas.

¿Cómo hacerlo? La transformación de nómadas digitales en voceros de México y propagadores de visiones más positivas del país requiere una estrategia integral que aproveche su influencia natural y sus redes transnacionales. Aquí van algunos componentes generales, a manera de apunte, de lo que podría ser una estrategia articulada por el gobierno federal en coordinación con el gobierno de la CDMX:

  • Promoción integral del turismo cultural, con programas de bienvenida bilingües, con guías locales ofreciéndoles rutas culturales, gastronómicas, o incluso de voluntariado comunitario (cosa que muchos de ellos, sobre todo entre generaciones de profesionistas jubilados, ya hacen) para que se acerquen a una imagen más rica y diversa de México.
  • Establecer y promover espacios de ‘coworking’ y ‘networking’ para que profesionistas mexicanos y extranjeros interactúen y entren en sinergias laborales y creativas virtuosas, generando de paso intercambios culturales positivos de ida y vuelta.
  • Eventos comunitarios y sociales para abonar a los barrios y comunidades en los que se asientan, vinculándolos con organizaciones de la sociedad civil y ‘startups’ locales para colaboración voluntaria o pro bono, a modo de ferias, talleres o clases donde nómadas digitales, extranjeros y residentes interactúen en condiciones de igualdad, equidad y respeto mutuo.
  • Incentivando contenido y difusión orgánica (tiene mayor credibilidad que las campañas publicitarias tradicionales) e implementando estrategias que la amplifiquen; muchos nómadas digitales son creadores de contenido. La clave está en no forzar la promoción, sino crear condiciones donde los nómadas digitales y extranjeros que de por sí ya se encuentran atraídos por nuestra capital y nuestro país quieran naturalmente compartir y recomendarlos motivados por la calidad genuina de su experiencia.​​​​​​​​​​​​​​​​ Si tienen buenas experiencias, es probable que las compartan en redes sociales, blogs, podcasts o videos, generando una narrativa positiva hacia México en sus audiencias en el extranjero. En este sentido se podrían seleccionar a 10–20 extranjeros (‘influencers’, ‘freelancers’, periodistas) para documentar su vida en México.
  • Establecer alianzas con creadores de contenido e industrias creativas mexicanas (una de las causas de la atracción que genera entre extranjeros la CDMX) para producir material innovador, fresco y con una mirada distinta sobre México. Esto podría incluir tours gastronómicos documentados, sesiones de trabajo desde lugares icónicos, o colaboraciones con artistas locales.
  • Establecer alianzas con universidades -mexicanas y extranjeras- y ‘think tanks’ para establecer programas de investigación, residencias creativas o de estudio para nómadas digitales y extranjeros que promuevan una visión más matizada de México, y cuyas publicaciones incidan en narrativas y en opinión pública.
  • Para todo esto, habría que mejorar indudablemente los servicios específicos que valoran los nómadas digitales: internet de alta velocidad, espacios de trabajo flexibles, procesos simplificados para obtener visados temporales y comunidades locales activas.

El ataque a nómadas digitales y sobre todo a estadounidenses, arropado por las tres marchas contra la gentrificación, constituye un autogol diplomático, económico, social y de imagen que ignora las realidades de un mundo interconectado. Las naciones y sociedades que tienen éxito en la historia son las que privilegian conexiones humanas. Mientras otras metrópolis compiten ferozmente por atraer talento internacional y capital extranjero, vilipendiar y estigmatizar la llegada de profesionistas de otros países equivale a rechazar inversión, innovación y oportunidades de desarrollo que podrían beneficiar a todos los sectores de la sociedad. En lugar de culpar a individuos que ejercen su libertad de movimiento en un mercado global (¿no que queremos movilidad laboral con EE.UU?), la energía debería canalizarse hacia políticas públicas inteligentes que aprovechen estos flujos para generar mayor oferta habitacional, mejores servicios urbanos y oportunidades laborales para los mexicanos. Más que nadie, los mexicanos deberíamos saber que la verdadera solución no está en levantar muros invisibles, sino en construir una ciudad más próspera, inclusiva y competitiva que sepa capitalizar su posición privilegiada como destino global.

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