Carta desde Washington

Piromanía

La apuesta del régimen iraní de liderar un “eje de resistencia” contra Israel, evitando al mismo tiempo la confrontación abierta, una estrategia que durante muchos años pareció sutil y eficaz, está hecha añicos.

Ha pasado poco más de una semana desde que Irán e Israel llegaron a un alto al fuego de facto, poniendo fin a casi dos semanas de guerra no declarada. Ahora, a medida que se mantiene una especie de calma chicha en la región, habrá que sopesar tanto lo que esos ataques preventivos a suelo iraní lograron -y si ello justifica las acciones israelíes y estadounidenses- así como sus potenciales consecuencias militares y geopolíticas en el corto y mediano plazos. Ir a la guerra siempre es una apuesta arriesgada, e Irán e Israel, y ahora Estados Unidos, decidieron tirar sus dados. La manera en la cual han caído en este momento sugiere algunos de los resultados tangibles e inmediatos de los envites que han hecho Teherán, Tel Aviv y Washington.

De entrada, el que un régimen autoritario, represor y teocrático haya visto impactada su persecución de un arma nuclear es buena cosa. El bombardeo israelí primero, y subsecuentemente el estadounidense -con bombas anti-búnker sobre uno de los sitios de desarrollo de capacidades nucleares iraníes blindado que los israelíes no habían podido degradar- fue un duro golpe al programa nuclear de Irán. Análisis y reportes sugieren que el centro de investigación de Isfahán, la planta de enriquecimiento de uranio en Natanz y sus facilidades asociadas y la planta de enriquecimiento de Fordow -las tres principales instalaciones nucleares del país- quedaron seriamente dañadas. La apuesta del régimen iraní de liderar un “eje de resistencia” contra Israel, evitando al mismo tiempo la confrontación abierta, una estrategia que durante muchos años pareció sutil y eficaz, está hecha añicos. Durante décadas, Irán ha promovido astutamente sus intereses en la región, patrocinando a los grupos terroristas Hezbolá y Hamás en Líbano y Gaza y a aliados como Assad en Siria o los hutíes en Yemen, mientras persigue su propio programa nuclear. Hoy el régimen de Assad ha caído y Hezbolá y Hamás han sido sustancialmente degradados por los ataques israelíes en respuesta al 7 de octubre de 2023. Y ahora, es el propio régimen iraní el que está bajo ataque directo.

Para Israel, pareciera que a corto plazo su apuesta ha tenido éxito. El gobierno de Benjamín Netanyahu ha logrado decapitar a buena parte de la cúpula militar iraní, eliminar a numerosos científicos de alto nivel e infligir graves daños a la infraestructura nuclear y militar del país. También ha logrado su objetivo evidente de enmarañar y embrollar a EU en su lucha. La decisión de Donald Trump de unirse al conflicto fue, en parte, una reacción a los primeros éxitos israelíes y un apuesta por cimentar su apoyo con sectores pro-Israel (sobre todo los evangélicos, parte esencial de su coalición electoral) en su país. El presidente estadounidense siempre busca parecer un ganador y, tras los bombardeos estadounidenses a Irán, ha proclamado, con su habitual fanfarronería y petulancia, un “éxito militar espectacular”.

Por todo ello, tan solo cuatro horas después de que cayeran las bombas estadounidenses, el bombardeo a Irán bien pudo parecer una victoria táctica; sin embargo, proyectar cualquier narrativa o escenario de triunfo estratégico es extremadamente prematuro. Las violaciones al derecho internacional cometidas por Israel y EE.UU con sus ataques, la opacidad y determinación de Teherán al procurar obtener un arma nuclear, así como las secuelas y lecturas poco halagüeñas que dejan las últimas tres semanas para el sistema internacional y la seguridad global, conforman un coctel explosivo.

Veamos. Es aún demasiado pronto para determinar con exactitud cuánto retrasaron los bombardeos el programa nuclear iraní. La cuestión más importante es si las reservas iraníes de uranio altamente enriquecido al 60% perduran y si son rescatables. Valoraciones de inteligencia que han circulado públicamente parecen sugerir que el material sigue enterrado en Fordow e Isfahán, bajo los escombros creados por los ataques estadounidenses e israelíes. Los iraníes colocaron gran parte de su uranio a gran profundidad precisamente para resguardarlo de un ataque, y existen indicios de que el gobierno selló algunas de las entradas de los túneles en Isfahán para protegerlo de los bombardeos. Un informe preliminar de inteligencia estadounidense filtrado a la prensa el día después de que bombarderos B-2 de EE.UU machacaron Fordow estima que los ataques solo añadieron unos meses más a la hoja de ruta de Teherán para obtener un arma nuclear, sobre todo porque es posible que buena parte del material fisil fue movido a otras locaciones justo antes de los ataques. También es probable que Teherán mismo todavía no comprenda la magnitud real del daño a su programa nuclear, y sus líderes aún están decidiendo qué hacer a continuación.

Pero incluso en el mejor de los casos, en un escenario en el cual Washington y Tel Aviv hayan efectivamente retrasado por varios años la capacidad iraní para obtener un arma nuclear, esta campaña militar podría resultarle costosa al mundo de otras maneras. Israel tendrá dificultades para convertir los éxitos tácticos a corto plazo, por espectaculares que sean, en seguridad regional sostenida a largo plazo. Por su parte, Estados Unidos tiene una larga y amarga experiencia de ver cómo victorias militares iniciales se convierten en guerras interminables de desgaste (Afganistán e Iraq, más recientemente). Si a ello agregamos que Trump, un presidente que llegó al poder prometiendo zafar a su país de conflictos internacionales y replegar del extranjero su huella militar, que decidió lanzar estos ataques contra Irán por decisión propia, no por necesidad, que cambia de opinión acerca de si el objetivo es o no un cambio de régimen en Irán, que parece haber dependido más de la inteligencia israelí que de la de su propio gobierno y que su directora de inteligencia nacional tuvo que recular en sus declaraciones acerca del horizonte de desarrollo de armas nucleares iraní después de que Trump mismo afirmara que ésta no sabía de lo que hablaba, sus acciones tienen el potencial de transformar no solo el arco de su presidencia, sino también el papel y credibilidad de Estados Unidos en el mundo.

Y si bien la teocracia iraní está bajo un ataque sin precedentes, es un hecho que bombardeos en sí mismos rara vez han conducido en la historia a un cambio de régimen. Por ende, los ayatolas bien podrían atrincherarse y sobrevivir para pelear otro día. Además, el parlamento iraní acaba de aprobar una ley que reducirá considerablemente su cooperación con el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). Y no se trata solo de acceso, inspección y verificación; los inspectores del OIEA han proporcionado una verificación transparente y fiable de las conclusiones de inteligencia extranjera sobre el programa nuclear iraní. Los ataques también podrían llevar a Irán a retirarse del Tratado de No Proliferación Nuclear y a iniciar un esfuerzo acelerado y aún más soterrado para adquirir armas nucleares. Es una conclusión lógica para un país que ha sufrido ataques masivos por sorpresa y que ahora necesita una disuasión creíble contra enemigos con fuerzas convencionales superiores.

Y esto último nos lleva al dilema más complejo. Hoy el mundo bien podría tener 30 países con armas nucleares, a juzgar por su desarrollo técnico, pero tenemos solo nueve (en conjunto poseyendo más de 12,200 ojivas nucleares, siendo Rusia la que cuenta con el mayor arsenal). Si Irán llegase eventualmente a conseguir su bomba, podría detonar un efecto dominó no solo en Medio Oriente (los saudíes, ciertamente); aliados de EE.UU en Asia (Corea del Sur) y Europa (Polonia), preocupados por las acciones de Trump y el compromiso a largo plazo de Washington con su seguridad, podrían decidir desarrollar sus propios arsenales nucleares independientes.

El panorama nuclear global del siglo XXI es mucho más complejo y, en muchos sentidos, más precario que durante la Guerra Fría. Están involucrados más países y existen tecnologías más avanzadas. Las armas pueden volar más lejos, más rápido y desde más lugares. La información, veraz o falsa, circula aún más rápido. Autócratas y extremistas ocupan puestos de poder en países con armas nucleares. Las amenazas nucleares, antaño tabú, ahora son cada vez más comunes. Y el último tratado de control de armas nucleares aún vigente entre Rusia y Estados Unidos (Nuevo START) expira en febrero de 2026. Muchas de las ideas más peligrosas de la Guerra Fría están resurgiendo: armas de menor potencia para librar guerras nucleares limitadas; misiles de gran potencia capaces de destruir múltiples objetivos a la vez; el redespliegue de toda una clase de misiles que antes estaban prohibidos y que habían sido destruidos al amparo de tratados internacionales. Además, los países están probando nuevas plataformas para lanzar estas armas, incluyendo misiles crucero de propulsión nuclear que pueden volar durante días antes de atacar sus objetivos; torpedos nucleares submarinos no tripulados; vehículos de planeo rápidos y maniobrables que pueden evadir las defensas; y armas nucleares en el espacio que pueden atacar satélites u objetivos terrestres sin previo aviso.

Pase lo que pase en la región del Golfo Pérsico, el mundo está entrando en una fase muy incierta y peligrosa gracias a las secuelas y lecturas que se desprendan del ataque israelí-estadounidense a Irán.

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